jueves. 28.03.2024

Siempre he considerado falsa esa famosa disyuntiva sobre la botella que no se sabe si está medio llena o medio vacía. Más aún, siempre he creído que planteado en esos términos, además de falso, el dilema resulta sospechosamente tendencioso. De hecho,considero bastante improductivo al trabajo de calcular el contenido del dichoso recipiente, cuando la verdadera clave del problema no radica en estimar cuánto tiene el receptáculo, sino más bien en saber qué es lo que contiene y, sobre todo, de quién es la polémica botella.

Algo parecido ocurre con la insistencia con que el gobierno de Mariano Rajoy intenta convencernos de que, en breve, la botella de la economía española comenzará a estar medio llena de aquellos brotes verdes que, en su día, ya nos anunciara José Luis Rodríguez Zapatero. El presidente nos propone su particular versión del juego, concretada en la parábola sobre la luz que se intuye al final del túnel. Eso sí, con la habilidad que le otorga su genética gallega, Rajoy se guarda mucho de desvelarnos si en nuestra deriva social vamos o volvemos por tan oscura galería. En cualquier caso, poco importa esa incógnita pues al final lo apremiante no es divagar sobre idas o venidas, sino conocer, como ya he dicho, al propietario de la botella.

Y por lo que se desprende del último Informe Anual de la Riqueza en el Mundo, quien posee la botella resulta ser también el dueño de la bodega entera y de todos los túneles que se le antojen. Es el selecto grupo de 12 millones de personas de todo el planeta que al menos posee un millón de dólares, de los cuales 144.600 tienen pasaporte español. En total, el club de los millonarios controla la nada despreciable suma de 34.4 billones de euros, lo que representa más de treinta veces la riqueza total del Producto Interior Bruto español. Y creciendo: el patrimonio de los escogidos aumentó un 10% durante el pasado año. Es una de las ventajas que da el tener varios soles a plazo fijo en una cuenta suiza, que no tienes que depender de la tenue luz que permita intuir el fin de una oscuridad que, en realidad, nunca se conoció.

Mientras tanto, el resto de los mortales nos tenemos que contentar con ver nuestra botella cada día un poco más vacía. Christine Lagarde, por ejemplo, ha vuelto a insistir estos días en que debemos aligerar nuestro humilde frasco de los derechos. Y es que desde el FMI consideran que nuestro esfuerzo sigue resultando demasiado gravoso y recomiendan abaratar un poco más nuestros sueldos y nuestros despidos. Del mismo modo que el Banco de España alerta de nuestro insano egoísmo al pretender conservar un salario mínimo, o la comisión de expertos que analizan nuestras futuras pensiones nos amonestan, y con razón, por la tozuda impertinencia en pretender vivir más de la cuenta.

Claro que los multimillonarios tampoco tienen todo tan fácil. A cambio del lujo de tener una botella, el selecto club de los elegidos tiene que sufrir no pocos quebraderos de cabeza. Por ejemplo, la Agencia Tributaria puede equivocarse hasta trece veces seguidas al copiar su DNI y adjudicarte la venta de unos terruños que ni siquiera están a la altura de tu patrimonio. Por fortuna, los que nunca seremos el gran Gatsby, los que definitivamente renunciamos a tener alguna botella y nos contentamos con nuestro pobre vino en tetrabrik, sabemos con certeza que eso nunca nos va ocurrir. Y si algún día de estos, alguien nos reclama nuestro DNI, solo será parte del tedioso trabajo de identificarnos que tiene la Guardia Civil.

La botella, el túnel y el DNI