martes. 23.04.2024
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El desfile de limusinas no es el mejor símbolo de la calidad y atractivo de una ciudad culta y compartida por vecinos y visitantes

En los últimos meses, en las últimas semanas, los medios de comunicación narran el proceso incipiente pero, al parecer, imparable y acelerado, de compra de edificios simbólicos por su tamaño, calidad arquitectónica y localización en la ciudad, por grupos financieros venidos desde los cuatro puntos cardinales para la implantación de nuevos hoteles de gran lujo en Madrid, que amplíen el triangulo de oro formado por el Palace, el Ritz y el Villamagna.

Nuevos hoteles estrella necesarios como puntos de apoyo que jalonen los circuitos nacionales e internacionales de las grandes fortunas personales y las elites dirigentes de las grandes corporaciones. Los precios pagados por los edificios sumados a la inversión prevista para su puesta al día de acuerdo con los estándares internacionales, causa asombro e indignación, si los comparamos con la realidad económica de la mayoría de los españoles. La compra del Ritz, más el costo de su adecuación para homologarse con sus competidores a escala mundial, se calcula en 220 millones de euros, equivalentes a 1,5 millones de euros por habitación.

La oferta se hace más amplia, pero las tarifas suben y la demanda se mantiene al alza. Un paisaje que no sabe de fronteras, habitado por los poderosos de la tierra, que necesitan pasear su dinero y satisfacer sus ansias de lujo y exhibición.

Estas noticias, que podrían interesar solo al mundo financiero e inmobialiario, son un símbolo que hace más visible el proceso de una creciente desigualdad en nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Un proceso constante que las cifras macroeconómicas, aventadas por el gobierno y sus barones, pretenden esconder, pero que las clases medias y asalariadas de la población lo vive como una dolorosa realidad cotidiana. Desigualdad hija de unas políticas económicas, sociales y laborales impuestas por el poder de los mercados que gobiernan el mundo y, de forma más cercana, la Unión Europea.

Conviene repetirlo día tras día. Junto al cambio climático, la desigualdad es hoy la gran cuestión con que se enfrenta la humanidad, pues no solo es causa del intenso dolor de millones de personas, sino que es un atentado contra la dignidad de los ciudadanos y la mayor amenaza para la democracia. Joaquín Estefanía se preguntaba, en uno de sus lúcidos artículos, hasta qué nivel la desigualdad es compatible con la democracia. Sobre todo si se asume como algo inevitable, el “There is no alternative” de Margaret Thatcher adoptado por los gobiernos europeos. Una ofensa moral contra la que hoy se opone la indignación manifestada en calles y plazas de todo el mundo pero que, desgraciadamente, se soporta con resignación en la mayoría de los casos.

Volvamos al principio y hablemos de hoteles y Madrid. La ofensiva de los inversores, venidos de los cinco continentes, sobre el patrimonio inmobiliario de nuestra ciudad ha desencadenado un proceso de perversión en el entendimiento de la misma y en las políticas urbanas formuladas, durante largas décadas, por los gobiernos del PP, dispuestos a olvidar normas y ordenanzas y a devaluar los niveles de protección que amparaban los edificios objeto de este negocio. Basten como ejemplo la Operación Canalejas, liderada por el señor Villar Mir, o el Edificio España vendido al magnate chino Wang Jianlin, para albergar sendos hoteles de gran lujo.

El cambio de signo político en el ayuntamiento, con el triunfo electoral de Ahora Madrid, hace esperar un cambio de actitud, menos servil ante los intereses financieros, autóctonos o foráneos. Una actitud más crítica y reflexiva, capaz de ponderar el valor añadido que estos hoteles puedan aportar a la ciudad. Mayor rigor para afrontar una ofensiva de capitales venidos de Arabia Saudí, Qatar, Colombia, Hong Kong o Estados Unidos, aliados con los financieros autóctonos.

El turismo como maná caído del cielo y acogido con manos agradecidas y tolerantes por nuestros gobernantes, unido al negocio hotelero, se presenta como la nueva o renovada gran industria que va a dinamizar nuestra economía y enriquecer a los españoles. Este proceso desborda el marco estrictamente económico, financiero o inmobiliario, para afectar a la política urbana, a la configuración de nuestras ciudades, a la estructura física y al tejido social, a la composición y calidad del empleo y los salarios, al paisaje urbano, especialmente en las zonas centrales, con mayor atractivo y prestigio para los nuevos inversores.

Empiezan a hacerse visibles los conflictos de intereses entre el sector empresarial ligado al turismo y la hostelería y las políticas urbanas de los nuevos gobiernos regionales y, sobre todo, municipales, que defienden la primacía de los derechos de los ciudadanos y la calidad de vida en nuestras ciudades. Calidad garantizada por la riqueza y diversidad del paisaje urbano y la complejidad, la mezcla de personas y actividades, alejada de toda transformación en parques temáticos, protagonizados por el turismo, en el corazón de la ciudad. La proliferación de propuestas sobre posibles paralizaciones o moras para los nuevos hoteles, la ecotasa o el impuesto turístico, etc. que se debaten en los ayuntamientos de distintas ciudades, son signos claros de la preocupación con que los nuevos gobiernos se enfrentan a esta invasión del turismo.

Sin duda, el turismo, las instalaciones turísticas y los hoteles, son fuente de riqueza para nuestras ciudades, pero con la condición de que, una vez cuantificada y debidamente regulada su actividad, esté encuadrada en una política urbana que abarque la ciudad en su conjunto. Una política, una estrategia, en la que se definan cómo, cuándo y dónde pueden implantarse y cuál es su efecto previsible sobre la estructura física y social de la ciudad en el momento de su apertura y en el largo plazo, superando la óptica cortoplacista de los promotores inmobiliarios. Regulación de las instalaciones turísticas que debería extenderse al tipo y calidad de los empleos generados, a las condiciones económicas y sociales de los trabajadores vinculados a este sector económico. Siendo cierto el aumento del número de empleos que se produce en las temporadas altas del turismo, también está comprobadas las malas condiciones laborales de estos empleados, dominantemente marcadas por la precariedad, la temporalidad y la explotación salarial. Contratos de cuatro horas para una jornada real de diez horas, con una duración que va desde unos escasos días hasta unos pocos meses. Esta es la parte oscura de la riqueza aportada por el turismo.

El turismo es una conquista de las sociedades desarrolladas tras la consolidación del derecho a unas vacaciones pagadas. Una actividad creciente gracias a la mejora del sistema de transportes que hace cercano lo que antes se percibía lejano. Nuestras ciudades deben acoger y albergar dignamente a sus visitantes y ofrecerles calles y plazas limpias, museos y equipamientos culturales de gran calidad, instituciones diligentes y ciudadanos amables y educados. La presencia en nuestras calles de gente muy diversa por su cultura o su raza, con modos y costumbres extrañas a las autóctonas, enriquece el paisaje físico y social de las ciudades. Para ello es necesario contar con una buena red hotelera, con distintos tipos, carácter y precio, pero no monopolizando la imagen y la vida de la ciudad.

En todo caso, el desfile de limusinas no es el mejor símbolo de la calidad y atractivo de una ciudad culta y compartida por vecinos y visitantes. 

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