martes. 16.04.2024

La nueva declaración de Bárcenas ante el juez Ruz ha venido a confirmar que las cosas en el PP van de mal en peor. Ya se habla sin disimulo de cambio de Gobierno, incluso de dimisiones en su seno. La cosa se pone fea y algunos barones pierden la paciencia. Aunque claro, peor es perder los nervios y precipitarse que es lo que le está pasando a Esperanza Aguirre en su afán por recobrar protagonismo allí donde cada vez tiene más enemigos.

Es verdad, que un análisis sereno y riguroso de la situación debería llevarnos a reflexionar sobre la concurrencia de dos crisis –la política y la económica- que ya están pagando los ciudadanos y ciudadanas, especialmente los sectores más desfavorecidos, y que pueden pagar todavía más. Ninguna organización responsable puede obviar las consecuencias de la creciente inestabilidad política y de la grave crisis económica entre la gente que peor lo está pasando. Y es a ellos a los que debemos explicar, antes que a nadie, nuestras alternativas.

Lo que resulta irrefutable es que la situación empeora por momentos, y no hay mucho margen ya para soportar más vueltas de tuerca. Hasta hace unos días, la inestabilidad política, la crisis institucional y la desafección ciudadana hacia un modelo encorsetado de democracia subían el tono de la preocupación de los actores públicos. Hoy se han encendido todas las alarmas. El encarcelamiento del extesorero del PP y hombre de confianza de Rajoy durante tantos años, su declaración ante el juez Ruz y la cada vez más precaria evolución del Gobierno y del partido que lo sustenta exige acciones rápidas, contundentes y creíbles. No vale confiarlo todo a la generación de dudosas expectativas sobre el cambio de signo de la situación económica.

Tribulaciones conservadoras

Es conocida la indolencia de Mariano Rajoy. Sus correligionarios lo llaman virtud. Pero hay momentos en la vida de un país, sobre todo si tú eres el presidente, en que tanta indolencia se hace insoportable. Rajoy habla poco, da la cara menos y confunde la prudencia con la irresponsabilidad. No estamos solo ante un reparto indecente de sobres con miles de euros a dirigentes y cargos públicos del PP. Asistimos, quizás, a la mayor red de financiación irregular y de corrupción económica y política de un partido en la reciente historia democrática. Es un ejercicio insensato interpretar lo sucedido con la red Gurtel o con los papeles y declaraciones de Bárcenas como una “burda operación contra el PP” y/o “la vendetta de un ex tesorero en apuros con la justicia”. El escritor francés Antoine Saint de Exupery decía que “el hombre se descubre cuando se mide contra un obstáculo”. Alguien podría decirnos que el presidente del Gobierno ya se enfrenta al mayor de los obstáculos, la crisis, y lo hace a su manera. Pero hablamos de otra cosa. Mariano Rajoy se encuentra atrapado por la gestión de su propia crisis, la de la red Gurtel, los sobresueldos o la financiación irregular de su partido, y hasta ahora no ha hecho otra cosa que agachar la cabeza.

En realidad, y hemos de ser moderados en la expresión, son tantos los dirigentes de la derecha contagiados por el virus de las prebendas y la financiación irregular, que resulta complicado encontrar a otros dirigentes en condiciones de pilotar hoy la regeneración del partido y del Gobierno. Esperanza Aguirre no pierde ocasión para criticar a la dirección y ofrecerse como recambio, pero su aparente arrojo y afán regenerador suena a música celestial. Con Esperanza Aguirre al frente de la Comunidad de Madrid se extendió como una mancha de aceite la corrupción de la red Gurtel y de su equipo de colaboradores salieron alguno de los principales implicados en aquella. Su desmesurada ambición, más parece la de una persona sin escrúpulos dispuesta a disimular con el poder otras carencias que no se pueden adquirir con bienes materiales.

Enfrente, la otra pata del bipartidismo no goza de mejor salud. El PSOE no encuentra el norte. Se debate entre las ocurrencias del viejo aparato y la candidez de los aspirantes. No escapan al protagonismo de sonoros escándalos y siguen abrazados a un proyecto sin alma. Cuando insinúan un súbito cambio progresista, irrumpen Almunia o Felipe González para poner las cosas en su sitio. Son víctimas de una arquitectura bipolar que se viene abajo. Sabemos que las izquierdas necesitan entenderse, encontrar estrategias unitarias y establecer prioridades programáticas comunes, y por nosotros no quedará. Pero habrá que soltar mucho lastre y cambiar las reglas de juego para que los protagonistas del diálogo lo hagan en un escenario nuevo y libre de cargas. La moción de censura de Rubalcaba puede ser una digna iniciativa para remover el debate político que el PP niega, pero en el mismo acto que se anuncia se adelanta su derrota. Quizás, sirva para que algún partido tome aire, pero poco más.

Este debería ser el tiempo de otra forma de gobernar para mejorar la vida de la gente. De vincular gobierno y participación democrática y de reivindicar sin complejos la legitimidad de la política, de la izquierda y de la transformación de la sociedad. Es tiempo de acabar con esa patraña que, con la excusa de la crisis,  pretende meter en el mismo saco a la izquierda y la derecha, a la política y las finanzas, a víctimas y verdugos. Nos rebelamos contra la retórica de la desmemoria y trabajaremos para que Izquierda Unida sea cada vez más vista como la organización del cambio, como el mejor imán para la convergencia social, y como una imprescindible herramienta de gobierno.

Por Lidia Fernández, Libertad Martínez y Luis María González

La extrema debilidad de Rajoy