jueves. 28.03.2024

En democracia cuando no hay elecciones hay encuestas, y estas ofrecen datos que, sin constituir un tratado de ciencia, marcan tendencias que no conviene ignorar. La consolidación a la baja del PP como primer partido, las dificultades del PSOE para seguir presentándose como la alternativa, el ascenso imparable de Podemos, el estancamiento a la baja de UPyD, y la radical interrupción del crecimiento electoral de IU, son algunos de los cambios que indican las encuestas. Son tan rotundas las tendencias que su simple lectura produce vértigo.

Es tiempo de crisis y parece que de mudanza. Un amplio sector de la ciudadanía ha elegido una marca para confiarla el hartazgo que legítimamente siente ante tanto ajuste, recorte y desatino. Sobran, por tanto, las razones para que muchos sientan la necesidad de cambiar de aires, pero no me resignaré a dar por sentado que el cambio que apuntan las encuestas sea el deseado. Al menos, el deseado por las gentes de izquierdas.

Bipartidismo y crisis de representación

Advierten conspicuos opinadores del progresismo que el bipartidismo es un mal que debe ser combatido y derrotado. Pero ¿a qué se refieren cuando hablan de bipartidismo? Es esta una pregunta que exige una rápida aclaración, porque la historia de las democracias es un interminable trayecto de alternancia en los gobiernos entre fuerzas conservadoras y socialdemócratas –con sus matices en ambos casos-; es decir un partido mayoritario que gana las elecciones y gobierna y otro partido menos mayoritario que lidera la oposición, sin descartar gobiernos de coalición. Hasta aquí, nada que reprochar; es el juego de la democracia. ¿O acaso, no aspiran los ahora partidos minoritarios a convertirse en mayoritarios? Por tanto y como siempre, la respuesta está en el fondo no en la forma; la respuesta hay que encontrarla en el impulso de unas u otras políticas públicas que, eso sí, con demasiada frecuencia y especialmente en lo que afecta a los planes económicos, son pactadas por conservadores y socialdemócratas. De manera que la denuncia del bipartidismo ha de entenderse como la impugnación de un entramado político, económico y financiero con una agenda de acción institucional que viola las reglas de la democracia y atenta contra el bienestar de la mayoría de la sociedad. Una regla no escrita que con mayor o menor entusiasmo han tolerado los dos partidos mayoritarios. Lo que no quiere decir que Syriza en Grecia, por ejemplo, uno de los dos grandes partidos en la actualidad, pueda ser considerado parte del entramado que denunciamos.

En cualquier caso, es un hecho que en España vivimos una crisis de representación institucional tal como la hemos entendido en las últimas décadas. De las entrañas de las políticas de ajuste y recortes de derechos sociales y laborales que los distintos gobiernos han llevado a cabo desde 2009 -especialmente el del Partido Popular- ha emergido una nueva expresión de acción política que, de momento, parece contar con el apoyo de un sector creciente de la sociedad. Han convertido la comunicación en publicidad y el discurso político en eficaz propaganda. Han fabulado las soluciones en tiempos de crisis y lo han hecho ocupando un vasto territorio al que se han dirigido con lenguaje de fuerte empatía popular: casta, clase política, privilegios institucionales, secuestro parlamentario…Y todo ello con una apreciable presencia en los medios de comunicación.

Las encuestas reflejan que el experimento funciona y en consecuencia exige a sus promotores un acelerado proceso de reciclaje para concretar modelos de organización, construir discurso político y ordenar con la mayor racionalidad posible la potencial y, en ocasiones, desconcertante demanda. El impacto de las encuestas multiplica la irrupción de voluntarias/os para representar a Podemos en eventuales procesos electorales y sus perfiles no siempre logran evitar el contagio con la vieja política que su grupo dirigente quiere superar. Cosas de la democracia.

Qué hacer

Para quienes creemos más en las clases sociales que en las castas -excelente artículo publicado al respecto por Manel García Biel hace unos días- lo primero que debemos hacer es no ignorar la información que ofrecen las encuestas, tener en cuenta su impacto en las preferencias del electorado y actuar con la debida solvencia. Lo segundo, no sucumbir ante lo que yo entiendo “un seductor proyecto de la política mágica”, implacablemente acusador con las carencias de la democracia y sospechosamente ausente  del conflicto capital-trabajo.

Es verdad, que para la mayoría de la gente que le apoya, Podemos se ubica en el irisado mundo de la izquierda, a menudo atravesada de alternativas de refundación para modernizarla o simplemente para fracturarla. Casualmente, el electorado conservador sale ileso de tanto reciclaje progresista y mantiene su liderazgo en las encuestas. Lo que no es óbice para mirar hacia dentro y descubrir el amplio catálogo de errores que hemos cometido las izquierdas. En lo que me coge más de cerca, no puedo sino advertir del “estado de shock”, cuando no de  prolongado desvarío, en que se encuentra la dirección federal de IU tras las elecciones europeas del 25 de mayo. El resultado les ha llevado a la resignación, a modo de conducta errática en la presentación de propuestas varias para precipitar coaliciones, frenarlas o nombrar portavoces de la convergencia ubicados en la frontera.

Insisto, no se debe ignorar lo que indican las encuestas. Debemos analizarlas con el mayor rigor, convencidos de que IU es un proyecto que hoy opera en un escenario hostil, pero con larga vida por delante, a condición de que sea capaz de renovarse e interpretar en el nuevo tiempo las ideas y propuestas que dieron lugar a su nacimiento hace casi 30 años. Como escribió Cernuda en el poema “Peregrino”:

Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto

Encuestas: no ignorar, no sucumbir