viernes. 19.04.2024

Hablar es fácil. Hacer es más difícil. Hacer lo que hay que hacer es lo más difícil; pero también lo único que vale la pena en la medida que valoremos la eficacia y la autenticidad, que es lo contrario de la simulación. Tony Judt reprochó a Tony Blair la falta de ejemplaridad, dijo que era "un líder carente de autenticidad en un país carente de autenticidad". No es un diagnóstico singular, sino una epidemia a juzgar por lo que cada día leemos en los periódicos o escuchamos en los informativos. 

Los gestores públicos tienen dos maneras de influir sobre la sociedad: con lo que dicen y con lo que hacen. Lo que algunos dicen se parece mucho a lo que la gente quiere oír, demagogia se llama esa figura. Se trata de una impostación, cuando no de simple impostura, para contrabandear las promesas como compromisos. Pero ya sabemos que lo prometido es duda porque suele creerse que prometer es manifestar una intención. Y no. Prometer es obligarse a hacer algo. No es lo que dicen, sino lo que hacen los políticos o los gestores de la cosa pública  lo que da la verdadera medida de su solvencia y de su honestidad, porque cuando un político  miente lo previsible es que se resienta toda la sociedad. Cuando miente  un candidato a rector es mal augurio para su universidad. 

Cuando hace cuatro años accedí al rectorado de la Complutense, mi universidad  tenía el futuro literalmente hipotecado por una deuda de 151 millones, con enormes dificultades para afrontar el pago de las nóminas de profesores y personal de administración y servicios, y  con una demora de dieciocho meses para pagar a nuestros proveedores, lo que preveía un futuro inviable.  A pesar de sus activos, el cortoplacismo, la arbitrariedad y la inercia  habían dejado  la institución en una situación crítica: al borde de la intervención por la Comunidad de Madrid por culpa de la ausencia de proyecto y de la orientación clientelar del equipo rectoral. Como todo el mundo sabe, en un sistema clientelar el poder sobre las decisiones de una institución   se utiliza para obtener beneficio privado, en la Complutense  se había instaurado un intercambio oficioso de favores que, entre otras cosas, se traducía  en la convocatoria de plazas ad personam a cambio de apoyo electoral.

En vísperas de las elecciones al rectorado, entre enero y marzo de 2011, se contrataron tantos ayudantes doctores como en todo el año anterior; como un plenipotenciario del rector, por las mismas fechas se repartía subvenciones a 80 asociaciones estudiantiles. A mayor gloria de los futuros votos, con oscurantismo y sin el preceptivo acuerdo del Consejo de Gobierno, se incurría en gastos exorbitantes. Se trataba de  una carísima campaña electoral pagada con pólvora del rey que, en solo tres años, tiró la casa por la ventana y acumuló una deuda de 151 millones de euros convenientemente escondida por la vía de no contabilizar facturas impagadas.

La cultura del clientelismo se fortalecía mediante la amenaza de utilizar el poder para perjudicar a quienes se suponía  disidentes que, en el caso del PAS, podía significar el ostracismo: decenas de miembros del personal de la administración y los servicios vegetaban sin trabajo en (he borrado) dependencias convenientemente alejadas del rectorado. El teórico reaccionario Carl Schmitt fue el autor de la  dialéctica amigo-enemigo, que refiere  una cultura de humillación del adversario que es incompatible no solo con cualquier sociedad civilizada o  con  cualquier universidad que merezca ese nombre, sino con la decencia. Una institución que,  en lugar de ser gobernada por normas objetivas y controlada por los órganos estatutarios,  se rige por el interés de unos pocos, premiando a los afines y penalizando la crítica y  continuando por imponer la suspensión de los derechos.  Por otra parte, quien lo debe todo a la voluntad de otro perderá la verdadera independencia de juicio, que es tan importante en la universidad como la acumulación de saber.

Esos eran los hechos, pero las palabras de quienes, literalmente,  habían arruinado la universidad irradiaban la buena conciencia y el triunfalismo.  La comunidad complutense debe saber que  mientras  se dejaban de renovar 220 contratos de personal laboral, se gastaban dos millones de euros al año bajo el poco académico epígrafe de “gastos de representación”, una gestión completamente nociva con los recursos públicos. Se les llenaba la boca y la agenda de parafernalia progresista, pero esa noble palabra era solo un trampantojo  para ocultar la falta de ejemplaridad.

Decían lo que decían, pero hacían lo que querían. Ahora la Complutense vuelve a estar en una encrucijada decisiva. En la votación del día 13 se confrontan dos  modelos que ya han tenido ocasión  de realizarse y pueden ser juzgados por sus hechos y no por sus discursos.  Por un lado,  el de una gestión cortoplacista y de luces cortas, poco respetuosa con los recursos públicos que, hace cuatro años,  nos dejó deuda, arbitrariedad  y desaliento y que, coincidiendo con  políticas regresivas, nos llevó a un paso del abismo. Por otro, un proyecto de luces largas que, con sus resultados,  ha demostrado su idoneidad en manos de un equipo que ha acreditado  su capacidad de llevarlo a cabo y su fidelidad a los  valores de honestidad y respeto de los recursos públicos.

En unas circunstancias de excepcional adversidad, hemos realizado una gestión diligente, conciliadora y honesta, hemos apuntalado el carácter social de la Complutense, evitando despidos y recortes salariales y defendiendo los derechos de los estudiantes, y hemos conseguido la máxima calidad académica. Prueba de ello es que nuestra universidad figura entre las instituciones de élite del mundo en 31 de los 36 temas que aparecen en este año el QS World University Rankings.

Las invocaciones a la ejemplaridad parecen herrumbrosas en una sociedad abducida por las palabras huecas y los engañosos encantos de lo que ahora se llama relativismo cultural; sin embargo, deberíamos restaurar su prestigio en bien de todos y por dignidad personal. La Complutense puede llegar a ser ejemplar; pero no sin la  disposición a entendernos, a conciliar las distintas sensibilidades, a colaborar y a construir juntos para conducir nuestra Universidad a la excelencia, afianzando su proyección académica, su prestigio internacional y su sentido social.

Por eso, frente a las palabras de otros, desmentidas por los hechos, he liderado un  gobierno participativo, transparente e integrador que ha saneado la deuda, ha salvado un barco que se hundía  y lo ha llevado a puerto con toda la tripulación a bordo y dejándolo en situación de seguir navegando por las inquietas aguas de la investigación y la docencia.

La democracia es un invento frágil que tiene entre sus funciones dar primacía, en los ámbitos de lo público, a los hechos sobre las palabras. Solo los hechos aseguran el buen gobierno porque, como dejó dicho  Demóstenes,“las palabras que no van seguidas de hechos no valen para nada”.

José Carrillo  | Rector de la Universidad Complutense 

Lo que se dice y lo que se hace