jueves. 28.03.2024
desert
Foto: World Vision

Llegados a este punto se vean obligados a buscar una vida más digna para ellos y sus familias en lugares como Europa, donde se unirán a otros refugiados con causas distintas pero con consecuencias similares: la pobreza, el hambre y la desesperación

Por Álvaro Díaz Navarro | Ante la imparable marea de refugiados que azota Europa, muchas veces se olvida que la degradación medioambiental también actúa como desencadenante de las miles de llegadas que se producen a las orillas europeas.

Es notorio destacar que, al escuchar palabras como «África», «Sahel» y «desertificación» en los medios de comunicación, el imaginario popular tiende a relacionarlas con guerras, revueltas, hambre, pobreza, etc. Y, si bien es cierto que son causas innegables, siempre se echa en falta el nexo de estos términos con el factor medioambiental.

La degradación producida sobre el medioambiente puede explicarse como otro desencadenante que empuja a ingentes masas de población a buscar un futuro mejor en suelos más fértiles. Como caso paradigmático se encuentra el Sahel, zona de transición ente el desierto del Sáhara y las sabanas centroafricanas, donde se concentran aproximadamente 10 millones de personas en estado de inanición, un 20 % de toda la población de la región.

La razón de esta crisis alimentaria que se vive en el norte de África se basa en dos factores fundamentales y, claro está, interrelacionados: la desertificación y la enorme dependencia que tienen los pueblos nativos de los recursos naturales. Las malas prácticas ganaderas y agrícolas, fuentes de financiación principales de las poblaciones nativas y de los Estados de la región, provocan un deterioro productivo del suelo que, llegado a un punto, se muestra incapaz de regenerar su manto vegetal. Sin manto vegetal, su suministro de vegetales se esfuma y, con él, el de las reses.

Tampoco ayuda el aumento de la salinización por culpa de sistemas de regadío deficientes, la sobreutilización de agroquímicos, las sequías características de las zonas áridas y semiáridas, y las escasas regulaciones de los países que sufren este fenómeno. Incluso, en ocasiones, existen factores externos que entran en la ecuación, como las empresas energéticas que hacen caja con la venta de biocombustibles y a las que los Estados del Sahel, necesitados de dinero para sus arcas, conceden patente de corso para arrasar con cualquier árbol que encuentren a su paso. A corto plazo, reciben pequeñas sumas pecuniarias; a largo plazo, sus propios suelos pierden humedad y capacidad de absorción al no tener nada que los cubra.

Como caso paradigmático dentro del Sahel tenemos Nigeria, tercero en la lista de países con mayor pérdida de manto vegetal en los últimos 25 años, sólo por detrás de Brasil e Indonesia. En total, los nigerianos vieron desaparecer 102.410 km2 de bosque. No obstante, si expandimos el radio de impacto, diversas investigaciones colocan a otros cuatro Estados africanos en la lista de los diez países con mayores pérdidas vegetales: Sudán (589 hectáreas), Tanzania (403 hectáreas), Zimbabue (327 hectáreas) y el Congo (311 hectáreas).

Es entonces cuando las poblaciones, conocidas con el calificativo de «refugiados medioambientales», se ven desprovistas de productos alimenticios y de fuentes de financiación, íntimamente ligadas a las actividades agropecuarias. Es entendible, pues, que llegados a este punto se vean obligados a buscar una vida más digna para ellos y sus familias en lugares como Europa, donde se unirán a otros refugiados con causas distintas pero con consecuencias similares: la pobreza, el hambre y la desesperación.


Álvaro Díaz Navarro | Máster en Relaciones Internacional y Gobernanza Turística Mundial, The Ostelea School of Tourism and Hospitality

La desertificación y los refugiados