jueves. 18.04.2024
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Primer aniversario de los atentados del 17 de agosto en Cataluña


EL CEREBRO DE LOS ATENTADOS

Tras estimar el Juzgado de Castellón el recurso de Abdelbaki Es Satty a fin de de evitar la orden de expulsión que pesaba sobre él tras su estancia en la cárcel por tráfico de drogas, Abdelbaki fijó su residencia en Ripoll en marzo de 2015. Quien fuera descrito como un hombre “discreto y solitario” comenzó a trabajar como imán en la mezquita de la comunidad El Fath. Durante los tres primeros meses del 2016, viaja a Bélgica con el fin de fijar allí su residencia. La situación no es fácil: Salah Abdeslam, miembro de la célula que atentó en París en noviembre de 2015, sigue fugado y Bélgica se ha convertido, de facto, en un protectorado policial francés. Tras truncarse sus expectativas de ejercer como imán en Diegem por no presentar el certificado de antecedentes penales exigido por las autoridades belgas, vuelve a Ripoll en abril de 2016, donde comenzó a ejercer de imán en la nueva mezquita Annour.

Valiéndose de su conocimiento del islam, de vivencias carcelarias, de sus contactos con quienes fueron detenidos en el marco de la operación Chacal, y de la autoridad que le confería su edad, consigue convertirse en un agente radicalizador de, al menos, 9 jóvenes de la localidad catalana de Ripoll, para después convertirse en el elemento dinamizador de una célula yihadista dispuesta a atentar.

La franja de edad de los miembros de la célula, exceptuando a Abdelbaki, oscilaba entre los 18 y los 28 años. En ella había cuatro parejas de hermanos, de los cuales dos de ellos eran también primos. En este sentido, es necesario destacar el probable influjo que debieron de tener los hermanos mayores sobre sus hermanos pequeños, habida cuenta de que son los hermanos mayores quienes aparecen en un vídeo confeccionando los explosivos. También fueron ellos los responsables del alquiler de vehículos, por lo que no se atribuyen responsabilidades considerables en la preparación del atentado a los hermanos menores.

Algunos de ellos provenían de la misma localidad marroquí. Siete de ellos habían completado la educación secundaria en el mismo instituto, y seis de ellos seguían, o habían seguido, estudios de Formación Profesional. Todas las familias de los miembros de la célula se beneficiaban del sistema de bienestar dirigido al colectivo inmigrante y, pese a que la mayoría de ellos nació fuera de España, dadas sus características, bien podría decirse que se trataba de jóvenes de origen inmigrante de segunda generación.

La radicalización supone la adquisición gradual de una visión extrema y dicotómica de la realidad, de manera que la percepción del entorno inmediato de aquellos jóvenes se fue transformando a medida que avanzaban en su camino hacia la yihad

Suele ser habitual presentar a aquellos que han atravesado un proceso de radicalización como sujetos carentes de voluntad, a quienes han lavado el cerebro. Sin embargo, en ausencia de un programa de radicalización sistemática, donde la información ajena al grupo terrorista es escasa y las vivencias experimentadas son sumamente turbadoras, tal y como ocurría con los niños y adolescentes bajo el control de Estado Islámico, la radicalización yihadista en suelo europeo es un fenómeno voluntario. Nadie se radicaliza si opone resistencia a dicha radicalización. En todo caso, se radicalizará si no se lleva a cabo la puesta en marcha de adecuados mecanismos de afrontamiento, donde la inmadurez se mezcla con la juventud, y donde, a una identidad débil, pueden sumársele factores económicos y culturales. Elementos que, junto a la frustración y la discriminación real o percibida, facilitan la radicalización. Abdelbaki Es Satty supo explotar estos factores a favor del proceso de radicalización de estos jóvenes, que pudieron elegir y, de hecho, lo hicieron.

La radicalización supone la adquisición gradual de una visión extrema y dicotómica de la realidad, de manera que la percepción del entorno inmediato de aquellos jóvenes se fue transformando a medida que avanzaban en su camino hacia la yihad. Los jóvenes y la percepción de la realidad se fueron convirtiendo en elementos mutuamente constitutivos. Sus vivencias reales más inmediatas, propias de unos jóvenes de su edad, probablemente se vieron superadas por el drama vivido por los musulmanes en Siria e Irak. Su afición por los coches, las motos o el fútbol, se convirtió en secundaria, en comparación con la necesidad de cumplir sus deberes hacia su religión y la umma imaginada. Aumentó en algunos el rigor de sus prácticas religiosas, y su propia autoimagen probablemente mejoró al verse a sí mismos, no ya como unos moritos relativamente aceptados que compartían la cancha de fútbol sala con otros jóvenes del pueblo, sino como unos musulmanes comprometidos.

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Abdelbaki Es Satty

Pese a que Abdelbaki parecía mantener contacto con los sujetos de manera individual o en grupos reducidos, tras los atentados, algunos asiduos de la mezquita aseguraron que Abdelbaki Es Satty “los cogía fuera de la misma de uno en uno”, haciendo hincapié en la relación de este con Youssef Alaa y Younes Abouyaaqoub en el puente blanco de la estación de Ripoll. Claro que el hecho de que Abdelbaki se viese con distintos jóvenes de la célula no pareció levantar las sospechas de un vecino de origen magrebí, que declaró a la prensa que pensaba “que les estaba dando consejos para que cambiaran su forma de vida. Antes se metían coca, se peleaban, fumaban, bebían... Pero desde hace más o menos seis meses, dejaron de ser problemáticos”. No obstante, difícilmente esta radicalización hubiese sido tan exitosa de no existir lazos de amistad, parentesco y vecindad entre los miembros de la célula de Ripoll. Estos factores contribuyeron de manera decisiva en el fortalecimiento interno de la célula.

Cada uno de los jóvenes que integraban la célula de Ripoll abandonó cualquier perspectiva vital para asumir el compromiso letal que supone el salafismo yihadista

La radicalización se ve afectada por la proximidad estructural, la disponibilidad, y la interacción afectiva del individuo con otros miembros de la célula. En algunos sujetos, estos elementos pueden llegar a ejercer una influencia más virulenta que la propia ideología. El propio Mohamed Houli, herido en la explosión de Alcanar, declaró en sede judicial que se enteró apenas dos meses antes de las intenciones del grupo, y que, si permaneció en la célula, fue por amistad. No obstante, al margen de la veracidad de dichas declaraciones, los lazos previos a la constitución de la célula, como el parentesco familiar, la vecindad y la amistad, facilitaron las relaciones entre los integrantes del grupo. Esto dio lugar a una suerte de interacción multidireccional mutuamente constitutiva, exponiendo a sus integrantes a definiciones, referencias y modelos a imitar, de acuerdo con los postulados del salafismo yihadista.

Cada uno de los jóvenes que integraban la célula de Ripoll abandonó cualquier perspectiva vital para asumir el compromiso letal que supone el salafismo yihadista. Muchos de los jóvenes radicalizados rechazan seguir avanzando por las vicisitudes de su propia vida. La propia educadora social de Ripoll, que trató durante años con algunos miembros de la célula, publicó una carta en la que decía: “Piloto, maestro, médico, colaborador de una ONG. ¿Cómo se ha podido esfumar esto? ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento...?¡¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas!! Erais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante... y mil sueños por cumplir”.

En otros casos, los jóvenes no desean aprovechar las posibilidades con las que cuentan, e incluso llegan a rechazar las mismas. No quieren para ellos la misma vida que han llevado sus padres, a quienes, en algunos casos, pueden llegar a considerar cobardes, fracasados y malos musulmanes. El propio padre de Youssef Aalla declara a la prensa que sí notó en él algunos cambios, como por ejemplo cuando éste llegó a decirle: "Padre, tienes que rezar. Tienes que seguir el islam". La radicalización yihadista, posee, en algunos casos, elementos de claro enfrentamiento generacional. Así, el joven cree enmendar con su radicalización la humillación a la que piensa que han sido sometidos sus padres durante su proceso migratorio, en una suerte de Palestina en Europa, dividida en dos: musulmanes y cristianos. El amor a sus progenitores y a la umma, o comunidad de referencia imaginada, puede llevarlos a sentirse agraviados, en función de una discriminación real o percibida; y humillados, pues el sujeto siente y padece los males que aquejan a la umma. La acentuación de esta sensibilidad genera un sentimiento de solidaridad que, al sublimarse, se convierte en una prioridad, muy por encima de su propia existencia y, sobre todo, muy por encima de la vida de los demás.

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Un primo de dos de los miembros de la célula de Ripoll declaró en prensa que “eso de que la radicalización de los chicos fue rápida es mentira”, pues “desde hace al menos un año, el imán se reunía con algunos de ellos fuera de la mezquita”. Tiempo que parece coincidir con la vuelta de Abdelbaki de Bélgica, tras su aparente intento fallido de instalarse allí.

El imán Abdelbaki Es Satty se reunía con frecuencia en su furgoneta con Moussa Oukabir, Youssef Aalla, Omar y Mohamed Hichamy, donde podían pasarse “dos horas y más”. Estas reuniones parecían tener ya un aire semiclandestino, pues de no serlo, habrían escogido un lugar más amable. Claro que, quizás, lo que se pretendía evitar era exponer al imán Abdelbaki Es Satty en sus actividades de agente de radicalización. Según el propio declarante: “Estaban dentro de la furgoneta y se tiraban dos horas o más. Si pasaba alguien caminando cerca, se callaban y empezaban a mirar los móviles”. En otra entrevista, otro declarante, que bien pudiera ser el mismo, afirma que “durante el día, hacían vida normal en el pueblo, pero por la noche sólo se reunían entre ellos, en grupos pequeños, nunca más de tres o cuatro personas, todos de la célula. Y cada vez lo hacían con mayor frecuencia”.

¿Qué ocurrió con aquellos a los que les gustaban las chicas, el fútbol, las motos, los móviles y los coches? ¿Qué ocurrió con esos jóvenes, algunos de ellos buenos estudiantes o trabajadores cualificados, con los problemas existenciales propios de unos jóvenes de su edad?

El mismo familiar asegura que las prácticas de discreción también se daban al margen de las reuniones del grupo, ya que “si se cruzaban en algún sitio que no fuera la furgoneta –en la mezquita o por la calle-, pues se saludaban como si fueran desconocidos. Salam aleikoum, y ya está”. Se intercambiaban propaganda yihadista entre ellos. El propio Driss Oukabir declaró en sede judicial que su hermano veía vídeos de contenido yihadista en una tablet. Este material estaba en una tarjeta de memoria que los integrantes de la célula de Ripoll se intercambiaban para no dejar rastro.

El mismo familiar considera probable que fuera el mes de junio, durante el Ramadán, cuando “perdieron el miedo a morir”: “Creo que fue ahí cuando ya sabían lo que iban a hacer”. Estas conclusiones las extrae, aparentemente, del hecho de que “desde ese momento, se empezaron a comportar de una manera muy cariñosa con sus madres y con la familia, estaban mucho en casa y siempre atentos a sus familiares. La madre tenía cualquier problema y ellos ya estaban ahí, en un segundo, para ayudar”. Hacer como que nada ha cambiado, no generar problemas, ser amables y cariñosos; no dejaban de ser, probablemente, instrucciones del propio Abdelbaki. Cuando se conspira, no se deben dar motivos de sospecha. Además, un nuevo marco de análisis rígido, cargado de absolutos y con escasas fisuras, generó una nueva autoimagen en un mundo nuevo, de acuerdo con la cosmovisión del salafismo yihadista. ¿Cómo no mostrarse amable y generoso, cuando el despego hacia tu vida anterior, la paz consigo mismo y la desaparición de todos tus problemas se mezclan con el amor hacia tus más allegados? Toda radicalización conlleva una suerte de mutación que, al margen de sus manifestaciones físicas, más propias de la integración en un movimiento extremista, posee una considerable impronta en la actitud del sujeto radicalizado.

¿Qué ocurrió con aquellos a los que les gustaban las chicas, el fútbol, las motos, los móviles y los coches? ¿Qué ocurrió con esos jóvenes, algunos de ellos buenos estudiantes o trabajadores cualificados, con los problemas existenciales propios de unos jóvenes de su edad? Que, al cambiar sus prioridades, cambiaron sus preocupaciones. Su propia identidad como la realidad de su entorno perdió todo interés. Ya lo habían decidido, estaban dispuestos a morir.

La radicalización de la Célula de Ripoll