viernes. 19.04.2024
agosto

“Que no se borre mi nombre de la historia”, escribió Julia a sus padres poco antes de ser fusilada. Que no se borre mi nombre de la historia, Julia sabía a quién se enfrentaba, conocía a la bestia y más allá de la angustia tremenda de la víspera del último suspiro hizo un llamamiento para que todos, algún día, gritásemos contra sus verdugos, contra los verdugos que habían convertido a España en un inmenso campo de concentración

Era agosto de 1939, el día 5, cuatro meses después de finalizar la guerra iniciada por los fascistas españoles y al principio de la posguerra más criminal que haya sufrido ningún país de Europa, trece jóvenes comunistas -algunas de ellas menores de edad- fueron fusiladas en el cementerio de la Almudena por la bestia franquista. Antes habían sido brutalmente torturadas en las comisarías y en la prisión para mujeres de Ventas. El comisario Conesa, jefe de la brigada político-social durante la dictadura y estrecho colaborador de la Gestapo, fue pieza clave en el crimen, lo que no impidió que durante la sacrosanta transición fuese estrecho colaborador del ministro de la Gobernación Rodolfo Martín Villa.

“Que no se borre mi nombre de la historia”, escribió Julia a sus padres poco antes de ser fusilada. Que no se borre mi nombre de la historia, Julia sabía a quién se enfrentaba, conocía a la bestia y más allá de la angustia tremenda de la víspera del último suspiro hizo un llamamiento para que todos, algún día, gritásemos contra sus verdugos, contra los verdugos que habían convertido a España en un inmenso campo de concentración, en un país yermo atenazado por el terror que lleva a la sumisión y al olvido eterno de los cementerios. Ellas -Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García, Luisa Rodríguez de la Fuente y Antonia Torres, fusilada medio años después, quisieron reconstruir la resistencia al fascismo cuando el fascismo nacional-católico lo impregnaba todo, cuando los “apolíticos” de toda la vida se habían tornado en chivatos de toda la vida, cuando la dignidad era un recuerdo remoto sepultada bajo los escombros de los bombardeos, los campos de exterminio y los pelotones de fusilamiento. La llamada desesperada de Julia Conesa, que mi nombre no se borre de la historia, cayó en baldío porque en su país franquistas y otros habían pactado el silencio, el borrón y cuenta nueva, la mentira como itinerario vital, la indignidad como ley consuetudinaria. Se investigó su vida, y su muerte; se escribieron libros y se hizo una película de éxito, pero el silencio pudo más y hoy apenas nadie sabe quiénes fueron aquellas 14 jóvenes maravillosas que no se resignaron a vivir bajo el yugo y la flechas de la barbarie franquista. Conesa y Pacheco fueron policías de la democracia, Martín Villa, Fraga y Fernández Díaz ministros de Orden Público, Botín, hijo y nieto de banqueros, jefe del dinero, Rajoy, hijo del presidente de la Audiencia de Pontevedra que juzgó el caso “Redondela”, Presidente del Gobierno y José María Aznar, enamorado de José Antonio Primo de Rivera y nieto de uno de los mayores panegiristas de Franco, caudillo por la gracia de Dios. Sí, su nombre no se borrará de la historia porque ya ha sido escrito con mayúsculas, pero el pueblo español y las clases dirigentes del país miran para otro lado como si tener el mayor número de desaparecidos y fosas comunes del mundo tras Camboya fuese una cosa baladí, una anécdota sin más relevancia que los chascarrillos que cuentan los viejos a la puesta del sol. La apisonadora mediática, los libros de texto absurdos y mentirosos, los pseudohistoriadores encumbrados por los “hijos de familias de buena estirpe” se encargan de barrer la casa una y otra vez para que la oscuridad siga reinando entre nosotros, para que la mentira se perpetúe como una verdad incontrovertible, para que sigamos siendo hijos de la nada.

Las clases dirigentes del país miran para otro lado como si tener el mayor número de desaparecidos y fosas comunes del mundo tras Camboya fuese una cosa baladí, una anécdota sin más relevancia que los chascarrillos que cuentan los viejos a la puesta del sol

El brutal asesinato de las catorce jóvenes comunistas fue un episodio terrible de nuestra historia que debería ser estudiado a conciencia en escuelas e institutos para que del mismo modo que franceses, alemanes o italianos, seamos conscientes de hasta dónde llegó la barbarie de quienes se alzaron en armas contra el Gobierno Constitucional un 17 de julio de 1936, cinco meses después del triunfo democrático del Frente Popular y de la formación de un Gobierno republicano moderado presidido por un extremista del calibre de Manuel Azaña Díaz. Todavía hoy, sigue estando el pie ese mausoleo del fascismo construido por presos republicanos que es el Valle de los Caídos, todavía hoy las principales iglesias y catedrales de todo el país siguen infectadas de placas en las que se honra a los fascistas, todavía hoy los franquistas de pueden presentar a las elecciones y ganarlas.

El bombardeo del Mercado de Abastos de Alicante a las doce de la mañana, cuando más gente había, un 25 de mayo de 1938 causó más de trescientos cincuenta muertos y decenas de heridos. Sigue sin conocerse por la inmensa mayoría de quienes habitan este país dominado por trogloditas, logreros, trepas, paletos y meapilas; la matanza de la carretera de Málaga a Almería, con más de cuatro mil civiles asesinados mientras huían, no existe en nuestra memoria colectiva, tampoco los miles y miles de crímenes cometidos en Sevilla, Cádiz, Granada, Huelva y Badajoz por las tropas al mando del psicópata Queipo de Llano ni los fusilamientos masivos de republicanos en el cementerio de Valencia ni dónde están enterrados miles y miles de hombres y mujeres que lo dieron todo para impedir que el fascismo habitara entre nosotros, ni siquiera dónde se hallan los restos del poeta Federico García Lorca, de cuyo vil asesinato también se cumplirán setenta y cinco el próximo 19 de agosto. ¿Puede existir una ignominia mayor para un país y para quienes lo habitan, callan y se niegan a conocer?

Las Catorce Rosas murieron combatiendo al fascismo español. En Francia -pese a la amenaza de Le Pen- sus nombres llenarían plazas y calles, aquí una placa recuerda que existieron, como otra placa ridícula en la que pone que la aviación italiana bombardeó el Mercado Central de Alicante recuerda aquella matanza, como si los franquistas no hubiesen tenido nada que ver en ella. España, la España de 2014 es un país fundado sobre mentiras, mentiras de todos los colores, pero las más ignoradas son aquellas que yacen ocultas bañadas en dolor y sangre. El régimen franquista ha sido la mayor catástrofe de nuestra historia, a la destrucción de las ciudades, al asesinato, tortura, desaparición y exilio de nuestros mejores hombres y mujeres, hay que añadir la castración mental de generaciones y generaciones de españoles que nacieron a la sombra del terror. Recordar a las Catorce Rosas, es algo más que un hecho simbólico, es decirnos a nosotros mismos que la esperanza no ha muerto, que un día nos pondremos en paz con la verdad y la justicia, con nosotros mismos.

Agosto del 39: "Que mi nombre no se borre de la memoria"