martes. 16.04.2024

Aún quedan algunos meses para las elecciones generales, pero la campaña electoral ha comenzado de hecho, y buena parte de la opinión pública empieza a forjar criterio y a adoptar posiciones. Sería deseable que el debate político discurriera fundamentalmente en torno a las ideas, los programas y las propuestas concretas de cada opción. Pero todos sabemos que el factor candidato resulta decisivo. Y es lógico.

Ante el desgaste de las ideologías y el descrédito de la retórica política en general, los ciudadanos fijan su atención en las personas que encabezan los proyectos. El grado de identificación con los candidatos, la confianza que inspiran, la credibilidad que demuestran y los valores personales que acreditan, resultan fundamentales para inclinar la voluntad del elector.

La estrategia elegida por el Partido Popular, además, deja pocas opciones. El PP huye como gato escaldado de un debate electoral sobre las distintas recetas a aplicar para atender los retos del país. A pesar de las reiteradas invitaciones del Gobierno, del PSOE y del candidato socialista, los populares no se desvían un centímetro del guión preescrito. Suscriben a pies juntillas la vieja tesis de que los gobiernos no los ganan los aspirantes, sino que los pierden los titulares. Confían en que lo socialistas paguen la factura de la crisis y creen que la indefinición de su programa les ahorra contestación y compromisos. Por tanto, si no se pueden contrastar las ideas, habrá que contrastar las personas.

Por otra parte, la magnitud y la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos exigen también una atención especial en torno a la cualificación de los liderazgos políticos. Esta es la hora de Europa, según muchos analistas, y no son pocos los que echan de menos dirigentes con capacidad de liderazgo al frente de las instituciones comunes y de las naciones más influyentes. ¿Cómo nos hubiéramos enfrentado a la crisis del euro con Delors, Khol, Mitterrand y González al timón de Europa? Los líderes importan mucho. En tiempos de encrucijadas y grandes tribulaciones, aún más.

El próximo Gobierno de España no será un Gobierno de mera gestión burocrática, ni un Gobierno del “tran-tran”, ni un Gobierno del “dejar estar las cosas”, al modo en que Rajoy acostumbra enfrentar los problemas. El próximo Presidente del Gobierno de España no podrá dedicarse a sestear, a interesarse por el mercado de fichajes futbolísticos o a disfrutar de la subida ciclista al Tourmalet, mientras las dificultades se resuelven por sí mismas.

La próxima legislatura será en muchos aspectos una legislatura constituyente. España debe inaugurar un nuevo modelo productivo, con más competitividad y menos burbujeos. España debe confluir con sus socios comunitarios en un auténtico Gobierno económico de Europa, que embride el funcionamiento de los mercados financieros y que asegure la supervivencia del modelo social más justo del mundo. España debe acomodar su fiscalidad al objetivo de la consolidación del Estado de Bienestar. España debe atender las demandas ciudadanas de más y mejor democracia, tras treinta años de Constitución. No son tareas menores. No son retos para un líder de vuelo rasante.

La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) arroja unos resultados tan previsibles como concluyentes. Los españoles consideran a Rubalcaba un candidato más eficaz, más confiable, más dialogante, más honesto y con más visión de futuro. Ante la pregunta de quién lo haría mejor como Presidente del Gobierno, una mayoría significativa apunta en consecuencia a Rubalcaba. Y la gente no se equivoca.

Los ciudadanos están muy preocupados, por el alcance de la crisis, por el estancamiento de la economía, por los altos niveles de paro, por la inestabilidad en los puestos de trabajo, por las amenazas continuas de “ajuste” en las políticas sociales, por los discursos sobre la “sostenibilidad” de la sanidad pública, por el riesgo del “copago”… Los ciudadanos saben lo que nos jugamos en las próximas elecciones, y no van a arriesgar.

Necesitamos un Presidente con ideas claras y criterio propio antes los desafíos del país. Rubalcaba ha expuesto ya sus propuestas en torno a las finanzas, los impuestos, la educación. Rajoy solo pide elecciones para sentarse ya en la Moncloa.

Necesitamos un Presidente resolutivo y eficaz. Rubalcaba ha demostrado su capacidad de gestión reduciendo la criminalidad, alcanzando récords en la seguridad vial y acorralando a ETA como nunca antes se consiguió. Rajoy solo aspira a que los problemas desaparezcan por agotamiento o putrefacción, como en el caso Gürtel y el dimisionario Camps.

Necesitamos un Presidente con capacidad para el diálogo y para forjar grandes acuerdos ante la envergadura extraordinaria de los desafíos que tenemos por delante. Rubalcaba es un hombre de experiencia contrastada en la generación de consensos, muy respetado por todos los interlocutores políticos, sociales y económicos. Rajoy no consigue ganar una sola votación parlamentaria, no se sabe si por incapacidad para sumar voluntades o por pereza.

Necesitamos un Presidente comprometido con la renovación de las instituciones y la generación de nuevos cauces de participación política. Rubalcaba ha mostrado su sensibilidad ante las reivindicaciones en este sentido, y ya ha apuntado reformas en el sistema electoral y en el acercamiento entre representantes y representados. Rajoy se mantiene inédito.

Siempre se dice que las próximas elecciones son las más decisivas. En esta ocasión, además, es cierto. Importan las ideas, importan los programas, importan las propuestas. Y también importan las personas. Los españoles necesitan a un Presidente que sepa lo que tiene entre manos, experimentado, capaz, dialogante y que genere confianza. Todo el mundo puede imaginarse a Rubalcaba en el puente de mando. A Rajoy cuesta imaginarlo sin el sofá y el puro.

¿Rubalcaba o Rajoy? esta es la cuestión