jueves. 28.03.2024

Uno de los efectos colaterales de la crisis actual ha sido el desprestigio social de los economistas. No todos los economistas somos iguales, como recientemente nos ha recordado Jose Luis Sampedro: “hay dos tipos, los que hacen más ricos a los ricos y los que hacen menos pobres a los pobres”. Sin embargo, durante los últimos veinte años el pensamiento único neoliberal, el que separa la economía de la ética ha tenido una posición casi de monopolio en la opinión pública mundial.

Tradicionalmente las élites han conseguido mantener sus privilegios a la vez que conseguían un importante apoyo social, a través de la combinación de tres mecanismos: Mejorar el bienestar global de la sociedad, detentar el monopolio de la violencia y construir una religión o una ideología que justificase sus privilegios.

La primera opción ha sido la predominante en época de vacas gordas. Utilizando palabras de Galbraith para definir este planteamiento neoliberal: “si uno alimenta al caballo con mucha avena algo acabará cayendo en el camino para los gorriones”. Pero la crisis ha hecho que millones de personas están viendo como su nivel de vida empeora radicalmente sin que sus gobiernos hagan nada para evitarlo.

La segunda opción no es propia de países democráticos desarrollados, si no de dictaduras. Aunque las reacciones de muchos medios conservadores británicos a los altercados en los suburbios ingleses de este verano -en el Daily Mail se ha podido leer que “a la jauría de huérfanos salvajes que atormentan a los barrios desheredados hay que matarlos a golpes de porra como a las focas-bebe”-, pueden ponernos sobre la pista de lo que puede pasar si los devastadores efectos que esta teniendo la crisis en los barrios periféricos de las grandes ciudades del mundo desarrollado agudizan las tensiones sociales y dan lugar a estallidos de violencia desestructurados.

La tercera es la única opción que, en época de crisis, minimiza los riesgos de la confrontación social. Pero para ello es imprescindible una casta de sacerdotes creíbles que repitan falsedades como si fueran dogma de fe, y es cierto que muchos economistas han aceptado ser los sacerdotes de esta nueva “religión cleptocratica” que pone al mercado por encima de las personas, que ha impuesto la supremacía de la política monetaria sobre la fiscal, que ha conseguido que el miedo a la inflación este por encima del terror al desempleo, que repite dogmáticamente que los mercados asignan eficientemente los recursos, sin tener en cuenta que:

- Muchos mercados no son perfectos, y que cuanto más imperfectos son más acumulación de capital generan en quienes tienen una posición de dominio en ellos.

- Los mercados no asignan los recursos en función de las necesidades humanas, si no en función de la capacidad de demanda. Por eso se produce el absurdo de que se dedique más dinero a investigar en productos cosméticos que a luchar contra la malaria. Los enfermos de malaria de África son prácticamente inexistentes en términos de mercado, ya que no son demanda solvente.

- En la conformación de precios de los productos ya hay una lucha entre grupos sociales. Como decía Al Gore: “en el sistema capitalista la formación de precios se hace trazando un circulo, a lo que esta dentro se le da valor y lo que queda fuera se desvaloriza”. Por eso no estamos pagando en el precio de muchos productos (tal vez el caso más evidente sea en los combustibles fósiles) los efectos que generan en la contaminación del agua, del aire, en el calentamiento del planeta. Esos costes no se incorporan al valor del producto porque reducirían los márgenes de beneficio de esas actividades. Pero finalmente esos costes los pagamos los ciudadanos con el deterioro de la salud, o el estado, limpiando con el dinero de todos los contribuyentes lo que algunas empresas ensucian.

Pero afortunadamente en nuestro país cada vez hay mayores signos de que muchos economistas quieren dejar de ser dóciles sacerdotes al servicio de una élite cleptocrática. Por primera vez en más de una década se presenta una candidatura progresista al Colegio de Economistas de Madrid: “Economistas frente a la crisis”, encabezada por Jorge Fabra Utray, que fue Presidente de Red Eléctrica y Consejero de la Comisión Nacional de Energía. Hay que recordar que el Colegio de Economistas de Madrid, dirigido hasta ahora por Juan Iranzo, vicepresidente del Instituto de Estudios Económicos -el laboratorio de ideas de la CEOE-, ha estado totalmente ausente del debate social sobre las causas, consecuencias y salidas a la crisis que estamos viviendo.

Por eso para todos los economistas que queremos recuperar el prestigio social de una profesión que hemos elegido por un compromiso real con la mejora de los niveles de vida de nuestros conciudadanos no nos queda más que aplaudir y difundir esta iniciativa y votar, en el caso de los economistas colegiados, el 3 de Noviembre por la candidatura de “Economistas frente a la crisis”, aquellos que ya lo fueron pueden colegiarse en veinticuatro horas recuperando inmediatamente sus derechos para votar.

Los economistas nos jugamos el (des) prestigio profesional