viernes. 29.03.2024

Los acontecimientos de esta semana muestran el verdadero cariz de la crisis por la que está atravesando la zona euro (ZE). Las turbulencias en los mercados venían precedidas de un plan pactado la semana anterior por el Eurogrupo de recapitalizar los bancos de la ZE hasta llegar a un 9% de capital principal sobre los activos ponderados por riesgo (por encima de las exigencias de Basilea III) y de ajustar la valoración de la deuda soberana en las carteras de esos mismos bancos a su precio de mercado. El plan, que impone a España recapitalizar el sector bancario en 26.000 millones de euros –la segunda cifra más alta, sólo detrás de Grecia, 30.000 millones–, provocó malestar en nuestros medios políticos y bancarios porque presuponía una quita del 2% para la deuda española. Todo esto no es más que ruido. El hecho fundamental es que la ZE está preocupada por las inversiones inmobiliarias de la banca española, y no ha encontrado mejor forma de reflejar un poco esa preocupación con lo elevado de dicha recapitalización, que ni de lejos se aproxima al peso del ladrillo en los riesgos bancarios.

En estas estábamos, cuando Papandreu, primer ministro de Grecia, anunció la convocatoria de un referéndum en su país sobre los sacrificios que el acuerdo paneuropeo exigía a los ciudadanos de su país. Aquí, el anuncio se rechazó con particular inquina, en todo caso comprensible, porque tras la reforma de nuestra Constitución, este verano, para la que muchos pidieron esa consulta, Papandreu ponía en evidencia muchas goteras de las formas de gobierno de los últimos meses en Europa. Pero, en fin, nunca me he manifestado partidario de una democracia plebiscitaria, y no me voy a manifestar en tal sentido ahora. Lo interesante es que nosotros nos hemos sumado, de forma muy clara, al coro de tragedia griega que llamamos «intervención». Tenemos a Grecia intervenida, con su soberanía no ya limitada sino claramente suspendida hasta nueva orden, y nos parece muy bien. Cuando Papandreu renunció al referéndum, tras la presión desalmada de Merkel y Sarkozy, las Bolsas hicieron una de sus habituales fiestas, y no menos que las demás la española.

Lo que realmente está pasando vengo describiéndolo desde hace meses. Los federalistas más ingenuos esperaban (y todavía parecen esperar, en el asunto del «gobierno económico» o «fiscal») la formación de un verdadero gobierno europeo, responsable ante un parlamento europeo, éste con plenos poderes para legislar. Es, como digo, la ilusión del federalismo ingenuo. ¿Para qué necesita Alemania un tinglado como ése, que además no podría controlar? Es mucho más sencillo que Merkel le retuerza el brazo a Sarkozy y que luego ambos se lo retuerzan juntos al que se ponga díscolo. Así, han doblegado a Papandreu, que ha resultado ser bastante duro; pero antes se lo retorcieron a ZP, de suyo particularmente blandito, o al irlandés hace un año como a Berlusconi ahora. Ya veremos cómo se las arreglan para retorcérselo a Rajoy. La idea de podría haber una política económica más expansiva en Europa, que anda vendiendo Rubalcaba, es peregrina. Alemania no lo consentirá, por una razón muy sencilla. Alemania se propone unificar Europa de la misma forma que en la década de 1860-70 Prusia unificó Alemania: por las bravas. Entonces, la herramienta fue la guerra; ahora, las finanzas. Una política expansiva supondría más dinero para todos, por distintos canales. Y lo que Alemania necesita para unificar Europa por vía de las finanzas es hacer que el dinero sea escaso y, sobre todo, concentrarlo en sus propias manos. Es una cuestión de poder.

Grecia no es más que un ejemplo –el infierno en que todos podemos caer si no nos portamos bien– y un banco de pruebas. Otro día hablaré sobre esto último. Lo importante, ahora, es que Alemania utiliza la escasez de dinero (técnicamente, «rarefacción monetaria») para forzar reformas en toda Europa, y particularmente en la Europa más necesitada de ellas. España cae de lleno en ese grupo, por más que nuestros políticos protesten. Y el punto que está atrayendo la atención de los mercados es nuestro costosísimo régimen autonómico. Pero, ¡ojo!, eso incluye muchos aspectos institucionales, y en primer lugar las universidades, proliferadas como setas al abrigo de ese régimen. Aquí confluyen dos líneas de fuerza que juntas serán irresistibles. Por un lado, la racionalización de gastos, que parece una tendencia europea: en Francia, por ejemplo, está dando lugar a procesos de fusión de universidades. Por otro, la racionalización del sistema autonómico, que es un problema específicamente hispano. España no es Francia. Si los titulados en Derecho o en ADE, pongamos por ejemplo, terminan de cajeros en supermercados o peor aún, en el paro, y si los titulados en Medicina emigran al Reino Unido (que para más inri, está fuera del euro), el ajuste impuesto por la racionalización a la prusiana podrá venir por vía del aumento de los empleos adecuados en España o por vía de la reducción del gasto universitario que de esa forma no es más que despilfarro; pero es inexorable que tendrá que venir. Y a eso no basta con resistirse con buenas intenciones. Hay que saber con quién se juega uno los cuartos y no hacer el canelo.

Nota: Este artículo está dedicada a los miembros de la Universidad de Castilla-La Mancha, a cuyas elecciones a rector me presento.

La crisis del euro y la vía prusiana a la unidad europea