jueves. 25.04.2024

Unas son redondas, otras hacen punta. A unos les echaron del país, y a otros les construyeron uno al que le pusieron guardianes. No del centeno. Suizos.

Unos hacen culto enclavando un pavo en la mesa, otros lo laurean con ayunos. Cruces, medias lunas, estrellas sobre estrellas.. Nuevos, viejos testamentos, biblias, coranes… a simple vista, un mundo de fe en el que todo vale.

Pero si algo, a lo largo de la historia han reprobado en avenencia, eso es la Usura.

Por debajo de sotanas o de sábanas griegas, hasta rojos y extravagantes zapatos hoy en día, la filosofía y la religión han encontrado afinidad en la condena a una sociedad dantescamente torpe en el uso del dinero.

Habrá que leeréis esto y descalificareis lo que pienso decir, y diré, con el apoyo de grandes tomos de manuales económicos que guardan polvo en vuestras casas. En el mejor de los casos, digo: porque sabréis de lo que habláis. Que me diréis quizás que mejor será que lea un poco más, que qué nos enseñan en la universidad, que son palabrerías de un cuento imposible. Pero es que imposible es únicamente aquello que se hace sin ganas, que leí el otro día. Pues bien, en esto voy a poner ganas.

Hablar de dinero, es hablar de su uso, de su sentido, y de lo que entendemos por él. Podría explayarme en sus definiciones, pero aburriría hasta a las moscas, por lo que me centro en lo que representa en esencia. Dinero como valor. Es obvio que sería fastidioso e impreciso vivir en un mundo como en el que vivimos sin dinero. Necesitamos una herramienta que represente de manera cómoda y sencilla en valor de las cosas. Hasta aquí de acuerdo, y las moscas siguen volando.

El problema es que somos animales de preferencias tales que más es siempre preferible a menos. Si no tenemos, queremos. Si tenemos, queremos más. Y si tenemos más, queremos más aún.

El mundo es grande desde hace mucho tiempo. La necesidad de satisfacer necesidades cada vez más crecientes hizo de las plazas de los pueblos, mercados, y de los visionarios, comerciantes. Se descubrió el oro y la plata. Se le dio el valor de lo escaso, y empezamos a pensar en términos conceptuales. Y es así, como de manera sutil y natural quizás, empezamos a convertirnos en lo que somos hoy en día. LoCoS avariciosos.

Aún así, sin embargo, no tendríamos porqué alarmarnos. Hay quien podría pensar que la avaricia no es mala. Que al igual que muchos de los pecados de los cuales disfrutamos en secreto, nos hacen algo más felices. Que los buenos van al cielo, y los malos a todas partes. Hasta aquí de acuerdo, y las moscas siguen volando.

Pero hablando en plata, que el oro está muy caro, lo que nos ha llevado al punto donde estamos, es la sutileza con la que hemos obnubilado la definición de dinero. Hoy en día: dinero como deuda.

Los visionarios, que se reproducen como todos lo hacemos, pasaron de ser comerciantes a ser prestamistas. Y como en el amor, no hay uno sin dos, se unieron a sus prestatarios. Aparecieron las promesas, y con ellas los intereses. El dinero se convirtió en mercancía, y empezamos a pagar por él. Y es aquí donde uniendo las piezas, del amor, del matrimonio y de los pecados que todos cometemos en secreto, aparecieron los problemas de lo que hoy en día no es más que un tediosos divorcio entre los que pidieron y pidieron pensando que el amor duraría para siempre.

La teoría económica nos habla del dinero mediante oferta y demanda. Los Bancos Centrales en primera línea, y los comerciales en la trinchera, -mucho más peligrosos-, son los que forman la oferta, y los demás: los que pedimos, somos los que formamos la demanda. Y como en todo análisis económico la verdad está en el medio. El “precio” del dinero, que entenderemos como el tipo de interés estará donde estas dos fuerzas se crucen. Dependiendo que lo que queramos gastar, de lo rápido que vaya el mundo, y de lo que queramos guardar para que crezca por sí mismo por un lado, y de lo que desde los bancos se prediga como mejor en orden de “estabilizar la economía”, determinaremos el precio al que compraremos un dinero para el que no tenemos dinero suficiente comprar. ¿Descabellado, verdad? Acaba de caer la primera mosca.

Y es que así, mediante promesas, mediante multiplicadores y mediante una carnosa niebla que recubre los mercados financieros hemos hecho de la deuda nuestra forma de pago. Repito: ¿Descabellado, verdad? No. Terrible.

Imaginemos ahora, y aquí viene el cuento que no os creeréis pero que os pido pongáis algo de fe por un momento, un sistema sin tipos de interés.

Un sistema en el que, poniéndonos en una autarquía virtual a modo de simplificación vivamos en un territorio cerrado para no tener en cuenta los tipos de cambio. Un territorio en el que se ha descubierto el oro y la plata. Un territorio donde se produce y se compra. Con oferta y con demanda. Un territorio donde a la gente se le paga por su trabajo, y donde la gente puede utilizar ese dinero para realizar sus compras. Un territorio donde también existe ahorro, pero sin recompensa. Un ahorro que compre vacas flacas simplemente. Donde la máquina de hacer dinero esté ligada estrictamente a la productividad del territorio. De que si ésta sube, los salarios suban. De que si se necesita más dinero para pagar esos salarios, se acuñe más. De que la Constitución, y sus derechos a vivienda, sea realmente una Constitución, que realmente asegure esos derechos. Con precios que cubran sus costes y beneficios controlados. Con un reparto de la renta en función del trabajo de cada uno. Sin préstamos. Sin promesas.

Un territorio en definitiva donde no haya cabida para el “lumpemizaje” –estupidez natural que causa la confusión de deseos inalcanzables en un mundo en el que parece que todos podamos ser lo que queramos sin poner el menor esfuerzo necesario para lograrlo-.

Nada, no alarmase.

Es broma.

La broma de un mundo sin tipos de interés