viernes. 29.03.2024

La crisis de la eurozona es algo más que una crisis financiera y económica pasajera que se encauzará con duras medidas de ajuste y reducción del déficit público. Es una crisis mucho más profunda de lo que pensamos. Es una enfermedad que ha venido a instalarse en el imaginario colectivo de nuestros dirigentes políticos. Una patología que constituye un trastorno de la personalidad colectiva de un proyecto político, económico y social que debía convertirse en una comunidad de destino pero que hoy es un barco a la deriva y sin timonel. Alemania ha renunciado a liderar la salida europea de la crisis, nadie confía en su vecino, asistimos a una lucha de todos contra todos en el que parece que ha corrido la voz del “sálvese quien pueda”. Lo que en un principio parecían síntomas preocupantes de incoherencias, trastornos y limitaciones políticas, hoy se muestra con toda su virulencia como patologías serias y profundas de algo que bien podría definirse como una “euro-esquizofrenia”.

El concepto de esquizofrenia comenzó históricamente con el término «demencia precoz» por parte de de Bénédict Morel a mediados del siglo XIX, aunque fue Eugen Bleuler quién prefirió utilizar el plural schizophrenias para referirse a esta patología cuando acuñó el nombre en 1908. La esquizofrenia, palabra que proviene del griego clásico σχίζειν (schizein), significa "dividir, escindir, hendir, o romper” y φρήν (phrēn), “entendimiento, razón, o mente”. No hace falta un diagnóstico psiquiátrico profesional para comprender que la Unión Europea está padeciendo precisamente eso “división y falta de razón o de entendimiento”. Un trastorno político grave ante el panorama económico y financiero que tenemos que afrontar. Las actuaciones y decisiones colectivas de las instituciones europeas de los últimos meses, con los Jefes de Estado y de Gobierno y sus Ministros de Finanzas a la cabeza, están caracterizadas por serias alteraciones en la percepción o de las expresiones de la realidad.

Hace apenas un año y medio, cuando aún estábamos en plena Presidencia española de la UE, se negaba rotundamente que Grecia necesitara un rescate. Tan solo tres meses después, en mayo de 2010, fue inevitable, constituyendo a la carrera, de madrugada y contrareloj, un Fondo de Estabilidad europeo de 750.000 millones de euros para cubrir las necesidades de los socios con problemas de solvencia y defender a la moneda común. Como contrapartida, países como España, tuvieron que lanzarse a la desesperada en la aplicación de recortes y ajustes muy duros para intentar construir muros de contención ante el potencial tsunami que podría producir una intervención de sus economías. Pero ya era demasiado tarde, el virus de los especuladores y de los operadores financieros se había extendido, se sentían capaces de doblegar a más Estados, e incluso se veían capaces de amenazar a toda la zona Euro. Pero en el seno de las instituciones, la enfermedad política avanzaba y la división y la falta de razón crecían imparables. El resultado es de todos conocidos. Tras la intervención en Grecia, le siguieron Irlanda y Portugal, y la partida de caza se ha convertido ya en caza mayor, al estar Italia y España en el punto de mira de los especuladores. Y a pesar de las reacciones y medidas aplicadas a la desesperada, reforma constitucional exprés incluida, la bolsa se desploma, la prima de riesgo sigue imparable, y los buitres financieros siguen al acecho. Seguimos en la UVI financiera.

Lo que no han conseguido los euro-escépticos en más de 50 años de construcción europea, lo ha conseguido el neo-liberalismo y la economía casino que ha dominado la economía europea y mundial de las últimas décadas. La crisis económica -como bien ha definido Daniel Innerarity-, ha puesto de manifiesto la singular transformación emocional del capitalismo contemporáneo, donde la codicia ha sido y sigue siendo, la fuerza dinamizadora de la economía. Mientras, la política y las instituciones se han convertido en un parque de bomberos donde se apagan fuegos que prenden por doquier, mientras son los mercados los que dictan el camino a seguir. Vivimos en una Europa sumida en la confusión, donde nadie se fía de nadie, agotando y desacreditando a la política y de sus instituciones.

Es precisamente en momentos de crisis como la actual, cuando se deben generar los incentivos para la generación de consensos que nos permitan abordar las reformas necesarias para enfrentar el futuro con renovadas garantías e intentar que nadie se quede atrás. Un ejercicio que requiere de visión, voluntad y capacidades de liderazgo, algo que brilla por su ausencia entre los dirigentes europeos actuales, sumidos en la enfermedad y que funcionan de forma espasmódica, a golpe de improvisación. Todos sabemos que sin integración política y una verdadera gobernanza económica europea, la UE está condenada a la crisis permanente.

Entre las medidas más urgentes, tenemos que poner en marcha de una vez de forma seria y responsable lo que se anunció en 2008, la reforma del capitalismo. No es posible ya seguir por la senda de recortes y ajustes sin fin que demuestran, como el caso de Grecia, que nunca son suficientes. Son ungüentos y cataplasmas que solo consiguen hundir más a esos países y hacer ganar fortunas a los especuladores. Hemos de poner fin a estos insoportables rituales basados en la improvisación y la falta de consensos, para articular una estrategia coherente e inclusiva. De no hacerlo estaremos abocados a la destrucción de la zona euro y del proyecto europeo. La solución pasa por Europa, y la euro-esquizofrenia es evitable, pero requiere creatividad, capacidad, coraje y humildad colectivas.

Pau Solanilla Franco, es consultor internacional y autor del libro “Europa en tiempos de cólera”.

Euro-esquizofrenia