viernes. 29.03.2024

Los estados nacionales dificultan la homogeneización mundial

El principal obstáculo que se opone a la mundialización económica en nuestros días es la pervivencia de los Estados “nacionales” que permiten la subsistencia de condiciones internas diferentes en cada país y que, por tanto, dificultan la homogeneización mundial.(Tesis 9 de José María Vidal Villa)

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El principal obstáculo que se opone a la mundialización económica en nuestros días es la pervivencia de los Estados “nacionales” que permiten la subsistencia de condiciones internas diferentes en cada país y que, por tanto, dificultan la homogeneización mundial.

Los principales obstáculos que se derivan de la actuación y pervivencia de los Estados “nacionales” son los siguientes:

-Existencia de legislaciones “nacionales” diferentes que impiden la igualdad de oportunidades y la libre competencia efectiva a nivel mundial El FMI tiene, entre otros objetivos, el de homogeneizarlas. Las políticas de apertura exterior y de comunidades económicas o comerciales (CE, EFTA, MERCOSUR, Tratado delibre Comercio) van en este sentido.

- Existencia de condiciones económicas “nacionales” diferentes que afectan a la moneda, al tipo de interés, al nivel de salarios, al tratamiento fiscal, a la legislación laboral, etc., son otros tantos de los obstáculos que impiden la plena liberalización y que por tanto actúan contra la mundialización.
- Pervivencia de intereses "de Estado", como la defensa del propio pueblo o de fracciones de él (agricultores europeos, por ejemplo);la defensa de intereses capitalistas nacionales o multinacionales de origen el propio país; el mantenimiento o aumento del prestigio nacional, el fomento de la riqueza nacional frente a la intervención extranjera, etc. son otros tantos de los elementos que se oponen a la plena libertad de movimientos de capital y en definitiva, a la mundialización económica.

Los Estados se debaten entre dos juegos de intereses: los intereses hegemónicos de las fracciones de su capital “nacional” con intereses mundiales y los intereses no hegemónicos, pero mayoritarios en número de personas afectadas (y, por tanto, de votantes) de su capital "nacional" sin intereses exteriores. En este sentido, los Estados desempeñan el papel de garantes de los intereses de las fracciones del capital mundial con origen en su propio país, es decir, la competencia a nivel mundial no actúa únicamente como competencia interempresarial, sino que aparece sesgada por la actuación de los diferentes Estados.

Esta primera función del Estado -proteger a sus empresas "multinacionales", si las tiene, y si no las tiene, atraer a su país las de origen extranjero -, choca en muchas ocasiones con las fracciones del capital "nacional" propiamente dicho que se resisten más duramente al avance de la internacionalización. En muchos casos, los Estados actúan en favor de los intereses de sus capitalistas "interiores", en detrimento de los intereses del capital a nivel mundial, es decir, frenan o distorsionan el necesario e inexorable proceso de mundialización económica, no para defender a sus pueblos o asegurar la independencia y el bienestar interiores, sino para consolidar fracciones del capital, que sin protección del Estado serían borradas por la competencia de empresas de origen exterior.

Esta actitud choca con la tendencia profunda del sistema capitalista, que empuja hacia la mundialización y surge así una curiosa contradicción, en la cual los Estados “nacionales", cuya función es precisamente la de asegurar las óptimas condiciones para la acumulación del capital, se convierten en obstáculos objetivos de ella. Están pasando de ser los instrumentos de la expansión del capital a ser obstáculos de la misma.

Por otra parte, la resistencia de los Estados "nacionales" a "suicidarse" en beneficio de instituciones supranacionales, inter-nacionales, o simplemente mundiales, permite suponer que habrá coletazos nacionalistas de Estado antes de que sucumban definitivamente como tales Estados centralistas y surjan nuevas formas de dominio de clase a escala planetaria.

En este contexto, se ha producido otro fenómeno que marca con gran vigor la época actual: la crisis de los Estados 'nacionales" viene acompañada de la eclosión de los nacionalismos de "nación", no de Estado. Acontecimientos recientes ponen de manifiesto este proceso. En primer lugar, el estallido de la ex URSS en las múltiples naciones que la constituían y el aún pendiente de la Federación Rusa. Con características trágicas, el que está en curso en la exYugoslavia, con enfrentamientos étnicos que no se conocían desde hace decenios. Pero no ocurre sólo en los antiguos países del ex "socialismo real”.Con mucha menor virulencia, pero con no menor firmeza de fondo, los fenómenos nacionalistas también se producen en los países de Europa Occidental: en Bélgica, entre valones y flamencos; en España, donde vascos, catalanes y gallegos mantienen una reivindicación secular de independencia; en Francia (vascos, corsos, bretones); en el Reino Unido (irlandeses del Norte, escoceses y, en menor medida, los galeses); en Italia, con la eclosión de las ligas regionales. Y, en sentido contrario, en Alemania vuelve a renacer la política pangermanista, que pretende la reunificación en un solo Estado de todos los alemanes.

En Europa se superponen tres tendencias:

-Constitución de un Estado supranacional, que en Europa estaría representado por la consecución de la unidad política en el seno de la UE.

-Crisis de los Estados “nacionales", cuyas funciones se desdibujan -o se desdibujarán- en el seno de la Europa unida. En la medida en que Europa vaya asumiendo mayor número de competencias, los Estados europeos las irán perdiendo.

-Auge de los nacionalismos de “nación”. Los dos procesos anteriores permiten el desarrollo lógico -y pacífico- de las instituciones propias de las naciones incluidas en Estados plurinacionales. Aparece la posibilidad de gobiernos directos de estas naciones, incluidas en tanto que tales y como tales en el contexto global de la unidad europea, sin necesidad de un órgano intermedio – o intermediario-, cual sería el actual Estado central. Ello favorece el desarrollo de un tipo de nacionalismo pacífico, democrático y con un futuro muy halagüeño.

A nivel mundial el fenómeno que también se manifiesta, aun cuando con tintes mucho más trágicos y violentos: secesión de Eritrea de Etiopía tras una sangrienta guerra civil; estallido interno de Somalia; luchas interétnicas en numerosos países africanos; guerrilla indígena de Guatemala y, hasta cierto punto, en Perú; enfrentamientos entre hindúes y musulmanes en India y rebelión tamil en Srí Lanka; rebelión kurda en Turquía e Irak; enfrentamientos entre la población negra en la República Sudafricana, antes aún de haber conseguido la eliminación del poder blanco; en fin, reivindicación de una Palestina libre para los palestinos independiente de Israel. Son fenómenos al parecer inconexos, una muestra del mar de fondo que sacude al mundo y que se plantea precisamente cuando las condiciones para el desarrollo de la mundialización económica ya se están imponiendo. Ante tal evolución de los acontecimientos no cabe cerrar los ojos y "despreciarlos" como mero "folklore localista". Se trata, por el contrario, del signo de nuestro tiempo que sólo los Estalos centrales y los habitantes de las naciones realmente representadas por esos Estados se niegan a reconocer.

El verdadero peligro estriba en que los Estados centrales actuales se resistan  a su desaparición o a su pérdida de funcionalidad y se aferren a su poder. Ello abriría la puerta a algo mucho más peligroso: el nacionalismo de Estado, causante, entre otras razones, de varias guerras mundiales.

Estados Unidos, Japón, Rusia,incluso algunos Estados europeos - como el británico, el francés o el alemán - pueden caer en esa tentación nacionalista de Estado que, además de ir contracorriente de la historia, sería la antesala para, una vez más, reeditar los enfrentamientos entre Estados que caracterizaron buena parte de la historia del siglo XIX y el sigo XX. 

Los estados nacionales dificultan la homogeneización mundial