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NUEVATRIBUNA.ES - 10.02.2010

Los problemas de Grecia podrían acabar afectando a España mediante una suerte de contagio que no alcance a distinguir las diferencias que separan ambos países. Sin embargo, aun con problemas distintos, el fondo de la cuestión lleva el nombre de credibilidad. Y es aquí, un lugar sin apenas espacio para los matices, donde el Gobierno español se la juega en el intento por lidiar con el asustadizo carácter que muestran los mercados financieros.

El Ejecutivo español tuvo la semana pasada la ocasión de comprobar cómo cotizan a la baja los titubeos. Tras un tira y afloja en torno a un asunto tan sensible como las pensiones, Zapatero tuvo que enfrentarse a una de las mayores tormentas que ha provocado su gestión económica desde el inicio de la crisis. El torbellino se saldó con una violenta escalada en el coste de la financiación para España y con críticas entre las cuales destaca el “esto no se puede volver a repetir” que profirió el líder de UGT, Cándido Méndez.

Por tanto, la financiación de la abultada deuda supone el problema, para el que no cabe otra solución que la credibilidad. Así, mientras una huelga de funcionarios vacía hoy las administraciones griegas, sus efectos apenas se dejaron notar en los mercados financieros, más atentos a los rumores que indican que Europa no dejará impagada la deuda griega.

Para el euro, las consecuencias de la quiebra del Estado griego serían devastadoras, según señalan todos los expertos consultados. De hecho son los países que no comparten la moneda única –Suecia y Reino Unido- los que se muestran más partidarios de dejar caer a Grecia. En cambio, Alemania, aunque sus exportaciones se benefician de un euro algo más débil, no pueden permitir la caída de la reputación que la quiebra griega dejaría sobre el Euro.

Por eso, algunos rumores apuntan incluso a una salvación de Grecia liderada en solitario por Alemania. Aunque el Gobierno alemán se apresuró ayer a desmentir esta posibilidad, los mercados ya descontaban hoy que Grecia no caerá, sea cómo sea la manera elegida para su salvación.

En España, el problema fundamental viene asociado a la tradicional falta de matices con la cual operan los mercados financieros, incapaces de discernir cuando el pánico se desata. Aunque muchos analistas y diversos expertos internacionales se apresuraron ayer a poner distancia entre el caso español y el caso griego, juega en contra de la economía española, por un lado, su mayor volumen y por otro lado la magnitud de alguno de sus desequilibrios tradicionales. A diferencia de la griega, la economía española supone cerca de un quince por ciento del total de la riqueza que se crea en la Unión Europea. El tamaño español, que multiplica por cuatro el de la economía griega, juega en contra de la confianza a favor de la economía española, la cuarta o quinta de la Unión por volumen bruto.

Además, la economía española arrastra un problema de deuda privada sólo sólo comparable al que tienen los Estados Unidos, el país más endeudado del mundo. Así, aunque la deuda pública española apenas alcanza el 60 por ciento de su PIB –es decir, la mitad que en el caso griego-, el problema en España radica en que las familias deben más de 500.000 millones de euros, y las empresas más de 1,3 billones. Y, dentro de esta, y muy especialmente, por su capacidad para lastrar el vuelo de la industria financiera, pesan mucho los 340.000 millones de la deuda promotora.

Así, mientras que en Estados Unidos su normativa hipotecaria ha permitido pinchar con rapidez la burbuja inmobiliaria, en España, la dificultad para soltar el lastre de unos pisos muy sobrevalorados no añade confianza sobre la capacidad española para engullir el empacho de ladrillos sobre el cual se edificó tanta ruina. Y todo ello bajo la atenta mirada de la industria financiera…

El problema griego y la deuda española