jueves. 28.03.2024
ECONOMISTAS FRENTE A LA CRISIS

Cuando desperté de la recesión, el dinosaurio de la crisis seguía ahí

Por José Moisés Martín Carretero | Absolutamente agotada por el austericidio y la devaluación interna, la sociedad española necesita un respiro, pero no puede dejar de atajar los problemas que nos llevaron a la crisis y de resolver las consecuencias de la mala gestión de la misma.

En el marco de la Unión Europea se ha superado la fase aguda de la crisis y la mayor parte del impacto de los programas de ajuste de los países rescatados ya ha sido absorbida, generando en el camino no poco sufrimiento social, al cual los indicadores macroeconómicos son totalmente insensibles

@jmmacmartin | Economistas Frente a la Crisis | El Instituto Nacional de Estadística ha confirmado para el cuarto trimestre de 2013 un crecimiento trimestral del PIB que confirma la salida de España de la recesión en la que entró debido a las políticas de austeridad impuestas desde la segunda mitad de 2010. Esa buena noticia llega acompañada con una moderación de los ritmos de crecimiento del desempleo, debida básicamente a la reducción de la población activa por el efecto demográfico y la emigración. España ha sobrevivido al programa de ajuste impuesto por el memorando de entendimiento con la Troika, terminando el programa de recapitalización bancaria en enero de 2014, tal y como estaba inicialmente previsto.

Llevamos por lo tanto varias semanas hablando del inicio de la recuperación económica y de la luz al final del túnel, y el partido del gobierno se ha apresurado a aventurar que las condiciones socioeconómicas de los españoles y españolas mejorarán en esta segunda parte de la legislatura.

De manera paralela, en el marco de la Unión Europea se ha superado la fase aguda de la crisis y la mayor parte del impacto de los programas de ajuste de los países rescatados ya ha sido absorbida, generando en el camino no poco sufrimiento social, al cual los indicadores macroeconómicos son totalmente insensibles.

En este mismo blog ya comentamos que buena parte de este sufrimiento social ha sido y es totalmente innecesario y contraproducente, y si las instituciones europeas y el FMI hubieran reaccionado con rapidez en la primavera de 2010, Europa –y España- se habrían ahorrado tres años de ajuste y de coste social. Ahora, con demasiadas heridas sociales y económicas todavía abiertas, los líderes del austericidio se apresuran a proclamar la bondad de sus enfoques sencillamente porque las economías víctima de sus dogmas han sobrevivido al shock y no se han desplomado. En una nueva versión del dicho “se sufre pero se aprende”, enfoque que tan famoso hizo al doctor infantil Eduard Estivill, la retórica de la austeridad considera un éxito que las economías periféricas hayan recuperado sus equilibrios macroeconómicos básicos a costa de desequilibrar profundamente las condiciones sociales de buena parte de la ciudadanía. No es la primera vez que escuchamos este mensaje. En América Latina y África, donde los programas de Ajuste Estructural del FMI y del Banco Mundial consiguieron un efecto similar en los ochenta y noventa, se repitió hasta la saciedad, aunque no fue suficiente para evitar que su programa básico de reformas, el llamado Consenso de Washington, terminase desapareciendo por el desagüe de la Historia.

Haciendo una revisión de estos ya casi siete años de crisis económica global, los resultados en términos políticos son absolutamente desalentadores. El sector financiero ha visto incrementarse su control pero las reformas establecidas para evitar nuevas burbujas están francamente lejos de ser suficientes. El desempleo, la desigualdad y la pobreza se han disparado en prácticamente todos los países desarrollados y el auge de los emergentes  se ve comprometido por el espejismo que significó su papel de “valor refugio” durante los años más complicados de la crisis y que ahora se revierte, generando no pocos problemas monetarios y financieros ante la salida masiva de capitales que vuelven hacia las economías desarrolladas.

La Unión Europea ha sobrevivido a la fase más aguda de la crisis, pero los efectos de la misma se notarán durante mucho tiempo: la desafección ciudadana hacia las instituciones ha crecido hasta niveles alarmantes y el debate abierto por los euroescépticos puede, si no herir de muerte, sí generar una enfermedad crónica al proyecto europeo. Los nuevos mecanismos de gestión de crisis, como el MEDE, el refuerzo de la gobernanza económica europea o la futura Unión Bancaria, ofrecen un balance mixto, con errores de diseño fruto de la precipitación con la que se tomaron las decisiones, y con el que tendremos que cargar en la próxima década.

En términos de política económica, el giro dado por los acontecimientos ha sido espectacular. Entramos en la crisis condenando el exceso de desregulación en sectores clave de la economía, reclamando una vuelta del Estado al puesto de mando (recuérdese que algunos pedían “refundar el capitalismo”), y hemos terminado situando la responsabilidad de la crisis en el excesivo peso del sector público y en su falta  de dinamismo. El impulso reformista del G20, Naciones Unidas –básicamente a través delInforme Stiglitz- y de las instituciones de Bretton Woods ha quedado en poco. Sólo los Bancos Centrales han cambiado claramente su orientación y, a fecha de hoy, si alguien quiere buscar políticas audaces debe mirar hacia sus decisiones de política monetaria.

Y sin embargo, y pese a todo, las raíces profundas que han generado esta crisis siguen presentes en nuestra estructura económica. En su informe trimestral sobre la Eurozona, la Comisión adelantaba las perspectivas de crecimiento potencial de las economías del euro para los próximos años y los resultados son desalentadores. Mientras que durante el período de 1990 a 2007 el crecimiento potencial de la eurozona se materializó en un 2% anual, las perspectivas para la década 2014-2023 lo sitúan en un 1,1%. El crecimiento de la productividad (0,5%) se mantendrá, durante la próxima década, por debajo incluso de los niveles mediocres que se llevan observando desde inicios de los años noventa (0,8%), agrandando el diferencial con Estados Unidos, y permitiendo que los países emergentes se acerquen a las economías europeas. Los problemas europeos de competitividad y crecimiento a largo plazo permanecen ahí, como en el cuento de Augusto Monterrosso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí”), sin que los gobiernos de la Unión Europea afronten los retos a largo plazo y con la Estrategia Europa 2020 prácticamente aparcada.

A largo plazo, como bien explicó el Grupo de Reflexión sobre el futuro de la UniónEuropea del 2030, las perspectivas no son tranquilizadoras. Y sin embargo, Europa se encuentra exhausta, sin la fuerza, la determinación ni el liderazgo para acometer las reformas necesarias.

Conviene electoralmente al partido en el poder dar un respiro a la ciudadanía y aprovechar cada décima de crecimiento que generará la vuelta del PIB real a su senda de crecimiento potencial a largo plazo

En el caso de España, la primacía del ciclo electoral tendrá como efecto la ralentización de la toma de decisiones económicas, y es poco probable que tras el período de recortes y simulacros de reformas que hemos vivido, ni el gobierno ni la ciudadanía se repongan de cierta “fatiga de la reforma”. Conviene electoralmente al partido en el poder dar un respiro a la ciudadanía y aprovechar cada décima de crecimiento que generará la vuelta del PIB real a su senda de crecimiento potencial a largo plazo, por lo que, como acertadamente señala el liberal John Müller en su columna en El Mundo, la ventana de oportunidad del reformismo se está cerrando a pasos agigantados. Saldremos de la recesión con malas decisiones a largo plazo, sin una auténtica reforma de la administración –más allá de los retoques estéticos del CORA- sin una reforma de la Universidad, sin una reforma en profundidad del sistema energético, sin haber atacado la raíz del fraude fiscal, con bajos niveles de inversión en I+D y sin haber resuelto los problemas de financiación de buena parte de nuestro tejido productivo. Salimos de la recesión con unos niveles de desempleo inaceptables –que podrían extenderse hasta bien entrada la próxima década- y con una sociedad más desigual, con mayores niveles de pobreza, y menor capacidad de respuesta a través de políticas sociales.

Salimos de la recesión con unos niveles de desempleo inaceptables –que podrían extenderse hasta bien entrada la próxima década- y con una sociedad más desigual, con mayores niveles de pobreza, y menor capacidad de respuesta a través de políticas sociales

El esfuerzo producido por la devaluación interna nos está dejando sin fuerzas para llevar adelante un programa de reformas estructurales de alcance para poner al día nuestra economía y nuestra sociedad. La propia movilización ciudadana parece que ha cedido, y aunque sigamos viendo ejemplos movilizadores como los ofrecidos por la ciudadanía de Burgos en las últimas semanas, no parece que el tono de la movilización social pueda repetir a corto plazo la ebullición de la protesta que se vivió entre el 15M y la última huelga general.

¿Qué hará España con sus desafíos? ¿Qué ocurrirá con nuestro sistema político vetusto y totalmente inadecuado? ¿Se realizará una reforma constitucional? ¿Atajaremos la creciente desigualdad social y reduciremos la pobreza y la exclusión? ¿Cómo generaremos el empleo que tanto necesitamos? ¿Mejoraremos la productividad de nuestro tejido empresarial? ¿Seremos capaces de hacer que la financiación llegue a quien propone proyectos en la economía real? ¿Ocuparemos nuestro sitio en una Europa renovada y dinámica? ¿Qué papel jugaremos en la consecución de los retos globales como el Cambio Climático o la lucha contra la pobreza? ¿Sera España capaz de realizar su transición hacia una economía social y ambientalmente sostenible? ¿O viviremos un período de calma chicha que nos aboque a la próxima crisis económica en peores condiciones sociales?

Es de comprender que la sociedad española se encuentre absolutamente agotada por las malas políticas –insistimos, y nunca insistiremos lo suficiente: inútiles, contraproducentes y excesivas- que ha sufrido en los últimos años. Pero no podemos dimitir de la responsabilidad de un profundo cambio en nuestra estructura política, social y económica. Más pronto que tarde, España (y Europa) tendrá que enfrentarse a sus retos y tendrá que hacerlo con coraje, sabiduría y honestidad. Elementos técnicos de ese programa de cambio no faltan. Voluntad tampoco. Pero a fecha de hoy, seguimos sin saber quién, o quiénes, tendrán la capacidad de concitar a una mayoría social suficiente para materializar el proyecto de una España más plural, más democrática, más productiva y más igualitaria.

Cuando desperté de la recesión, el dinosaurio de la crisis seguía ahí