jueves. 28.03.2024
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John Maynard Keynes (derecha) y Harry Dexter White en la Conferencia de Bretton Woods, celebrada en 1944.

Entre el 1 y el 22 de julio de 1944 delegados de 44 países se reunieron en Bretton Woods para diseñar la estructura que debería regir las relaciones monetarias internacionales una vez finalizada la guerra. A pesar de la asistencia de varias delegaciones la voz cantante la llevaron Estados Unidos y el Reino Unido. Se presentaron dos planes: el de White, por parte de Estados Unidos y el de Keynes por el Reino Unido. Se impuso el de White, que defendía los intereses de la nueva potencia hegemónica frente al de Keynes, que era el economista más importante y conocido en este momento. Pero como dice muy bien Coggan en su libro Promesas de papel. Dinero, deuda y un nuevo paradigma financiero: “Keynes tenía la autoridad intelectual, pero White tenía la fuerza económica (El hombre del tres, 2013). 

No obstante, aunque White fue el gran defensor de un sistema que beneficiara básicamente a Estados Unidos, él y la mayor parte de sus colaboradores fueron objeto de la persecución de la Caza de Brujas acusados de comunistas. Este hecho se encuentra muy bien narrado en la novela de Jorge Volpi Memorial del engaño, que recomendé antes del mes de agosto. Aunque se han escrito muchos libros sobre esta Caza de Brujas se puede encontrar un análisis en el extraordinario libro de Josep Fontana Por el bien del imperio (Pasado & Presente, 2011). Así que, lo que no deja de ser paradójico, los constructores del orden capitalista de posguerra fueron acusados y perseguidos como comunistas.

El sistema monetario internacional basado en la propuesta de White tenía, frente al de Keynes, una asimetría y es que el Fondo Monetario Internacional (FMI) se convertía en el regulador de las relaciones monetarias entre los países miembros, pero la capacidad de crear liquidez en el sistema dependía de Estados Unidos. De esta manera, para que hubiese suficiente liquidez resultaba necesario que Estados Unidos tuviera déficit en la balanza de pagos y lanzase de este modo dólares al mercado mundial, para que fuera posible la financiación del comercio y de movimiento de capitales, que iban creciendo a medida que la economía mundial se recuperaba de los destrozos de la Segunda Guerra Mundial.

Este sistema, si bien es cierto que permitió cierta estabilidad monetaria y contribuyó -como un factor más- al crecimiento de posguerra de los países desarrollados, favoreció la expansión internacional de Estados Unidos, tanto de las bases militares en el exterior como de las empresas multinacionales. Un sistema de esta naturaleza empezó a mostrar sus primeras grietas en los años sesenta, frente a lo que hubo que introducir medidas que salieran al paso de la situación: pool del oro, creación de los Derechos Especiales de Giro, y la aceptación de dos mercados que fijaran el precio del dólar con relación al oro, uno libre para las transacciones privadas y otro oficial de 35 dólares la onza de oro.

Las dificultades existentes dieron lugar también a varias propuestas para que el sistema se reformase. Ninguna de ellas se llevó a cabo. La más avanzada era la efectuada por dos economistas prestigiosos Tinbergen, primer premio Nobel de economía, y Kaldor, así como el político Mendès France. Esta proposición trataba de dar respuesta a las necesidades de los países subdesarrollados que habían hecho su aparición en el escenario internacional y que reivindicaban otro orden económico diferente al surgido en la posguerra.

Los parches no fueron suficientes para evitar la crisis de este sistema que estalló en la década de los setenta, ante la negativa de los dirigentes de esta institución y los de Estados Unidos de hacer las reformas que se plantearon en la década anterior. En estos años se modificaron supuestos básicos, como la supresión de la convertibilidad del dólar en oro y los tipos de cambio fijos, pero el dólar siguió ejerciendo la hegemonía como moneda de cambio internacional.

En la década de los ochenta, como consecuencia de la crisis de la deuda que se generó en los países menos desarrollados, el FMI, junto con el Banco Mundial, emprendió un nuevo camino forzando a los países afectados por el endeudamiento a llevar a cabo políticas duras de ajuste, privatización y desregulación. Los daños causados por estas políticas fueron muy grandes en la mayor parte de los países que las padecieron. Las poblaciones más vulnerables fueron las más perjudicadas, niños, mayores y mujeres, de las clases sociales medias y bajas. Las economías se empezaron a recuperar una década después, dejando por el camino el aumento de la pobreza, desigualdad, y crecimiento de las privaciones.

Esta función de proponer medidas de política económica el FMI la continúa en el siglo XXI con el surgimiento de la crisis, pero esta vez dirigida a países miembros de la Unión Europea. Otra vez estas medidas golpean a los más vulnerables y clases medias. La medicina es la misma y los daños causados también, aunque atenuados por ser las economías objeto de estas medidas de austeridad más desarrolladas que las anteriores sufridoras, y tener de algún modo un colchón de seguridad en el Estado de bienestar, que está desapareciendo.

El balance de lo que han sido el FMI y el Banco Mundial no resulta fácil de hacer, pues ha habido fases diferentes en este periodo y modos de comportamiento también distintos. De modo que hasta los años setenta imperó el paradigma keynesiano, para ser desplazado por el neoliberalismo en los años ochenta. Sin embargo, aunque hay que reconocer que se evitó el caos que imperó al finalizar la Primera Guerra Mundial al tiempo que se consiguió estabilidad monetaria en los años de posguerra, se puede considerar que ha sido negativo.

Ha sido positivo para los países avanzados y fundamentalmente para Estados Unidos, pero no para los países subdesarrollados, y no solo a partir de las políticas de ajuste, sino a lo largo de toda la historia de estos setenta años. Estos organismos han contribuido al mantenimiento de un orden basado en al desigualdad internacional y la hegemonía norteamericana. De hecho, sus políticas siempre han estado mediatizadas por la defensa del orden establecido. El Banco Mundial tampoco ha sido un agente eficaz para combatir el subdesarrollo, el hambre y la pobreza. Al contrario, en bastantes ocasiones, ha favorecido esta perpetuación. 

70 años del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial