jueves. 28.03.2024

Una de las principales políticas económicas neoliberal que se ha aplicado durante las últimas décadas, entre otras actuaciones, ha sido apostar por liberalizar el sistema financiero nacional e internacional. Una de sus principales propuestas es menos regulación; menos control, dejando que el capital se pudiera mover sin ningún tipo de control por parte de los diferentes gobiernos existiendo un descontrol en donde deben pagar los impuestos y, además, el hecho que muchas veces se pueda tributar allí donde resulte más beneficioso económicamente.

La consecuencia de estos hechos supone cambios en el sistema financiero, sobretodo para poder conseguir sin problemas dinero en el mercado internacional. Paralelamente a esta situación, nos encontramos que, en el caso español, la banca y las cajas de ahorro pudieron iniciar un proceso expansivo y de acumulación de capital sin precedentes históricos.

¿En que se basó este modelo de crecimiento?

A finales de los años ochenta, en el caso español, se empezó a estimular a la ciudadanía que no se debía fiar de la pensión que recibiría de la Administración Pública por que no se podría pagar. Las entidades financieras, de éste y del otro lado del Atlántico, se dedicaron a financiar estudios que demostraban esta hipótesis. La conclusión principal era que si el ciudadano quería garantizarse una pensión digna tenía que hacerse un plan de pensiones. Nuestros dirigentes políticos, que aceptaban los dictados neoliberales, estimularon a sus ciudadanos a que se hicieran dichos planes de pensiones, ayudando con un pequeño estímulo la desgravación fiscal del 15%. De esta manera se permitió a las entidades financieras acumular ahorros de muchas personas, con la ventaja que no los tendrían que devolver hasta pasados 15, 20, 30 o 40 años. Con esa gran cantidad de dinero disponible se dedicaron a especular sin ninguna responsabilidad. ¿Cúantos planes de pensiones no han ido registrando rendimientos negativos? ¿Cómo se utilizó y se continua utilizando la desgravación fiscal como gran atractivo, ya que no producen prácticamente rendimientos? Es decir, los ciudadanos hemos ayudado, y continuamos ayudando,  a que el sistema financiero pueda realizar su proceso de acumulación sin coste alguno, dado que la desgravación fiscal la pagamos entre todos, supone entonces menos ingresos para la Hacienda española.

Desde mediados de los años noventa, las entidades financieras se dedicaron a estimular a los consumidores a pedir créditos con el discurso de que el precio del dinero era bajo. El mensaje fue: disfruta  la vida, cámbiate el coche, viaja en vacaciones y, sobretodo, si no tienes vivienda, cómprate una y, si ya la tienes, cámbiatela, la vivienda no es un gasto es una inversión, siempre se revalorizará. Las personas se podían hipotecar hasta cuarenta o cincuenta años: si no puedes pagar, te la vendes, recuperarás el dinero y seguramente tendrás un pequeño beneficio. Esta fue una de las principales fuentes de ingresos de este sistema financiero, y no nos podemos olvidar de los gastos relacionados con el proceso de concesión de la hipoteca.

Otro sistema de ingresos, de acumulación de riqueza, fue la concesión de créditos a los empresarios, sobretodo a los pequeños y medianos. El mercado está en expansión, compra nueva maquinaria, una nueva nave, etcétera, la entidad financiera te concede un crédito o una póliza para poder financiarte la expansión, no os preocupéis que para unos buenos clientes como vosotros, siempre hay crédito. La “bola” fue creciendo y al no haber suficiente ahorro nacional, se fue al mercado internacional, para conseguir créditos baratos y poder continuar expansionando el crédito a los ciudadanos y a los empresarios.

Pero, ¡todavía se podía crecer más! A pesar que les entidades financieras tenían un techo legal, en el volumen de crédito a conceder, se pusieron a pensar en cómo sobrepasarlo. Algunas “cabezas pensantes” tuvieron la brillante idea de inventarse las preferentes y la deuda subordinada, entre otros productos similares (productos tóxicos). De esta forma se conseguía atraer el capital de los pequeños y medianos ahorradores para vender el producto y poder disponer de capital para conceder más hipotecas y más créditos. Estos productos eran fácilmente vendibles, ya que el directivo de cada zona conocía a los diferentes clientes desde hacía mucho tiempo; mantenían una relación de confianza y en algunos casos de amistad (o eso se pensaba el cliente). El crecimiento del número de hipotecas continuó en aumento. Se disponía de dinero y de mucha gente que quería pedir créditos: ¡perfecto!, el negocio está asegurado.

La burbuja inmobiliaria se hizo tan grande, que en el 2008 estalló y se cerró el grifo del crédito. Las entidades financieras comenzaron a desconfiar y entre ellas no se dejaban dinero, de manera que no se podía mantener el ritmo de crecimiento en la concesión de los créditos. La forma de evitar la caída estrepitosa de la actividad económica fue que el Estado, con su superávit presupuestario, intentó mantener o aumentar la demanda, el gasto, para evitar una caída excesivamente rápida. Al empezar a disminuir los ingresos, el Estado entró, muy pronto, en déficit y se tuvo que pedir dinero al sistema financiero (emisión de deuda pública). A partir de aquí, se perdieron empleos, disminuyó la recaudación fiscal y aumentó el gasto en prestaciones a los parados;  en conclusión, el déficit del Estado fue aumentando. Como si se hiciera prestidigitación, de ser una crisis con el origen en el Sistema Financiero se transformó en una crisis de la deuda pública del Estado. El sistema financiero consigue cambiar la orientación del problema: de ser ellos los culpables directos de la situación que se está viviendo, a que el culpable sea  el Estado, porque se ha endeudado demasiado, ¡qué ironía!

¿Dónde nos encontramos ahora? Los Estados son cuestionados, parecen los culpables de la situación que estamos viviendo, cuando en realidad son los que han aplicado medidas (dinero) para ayudar al sistema financiero. Aunque, en realidad, las principales víctimas de esta gran crisis son las ciudadanas y ciudadanos. En primer lugar, los menores de cuarenta años que, en la gran mayoría de los casos, adquirieron una vivienda para poder vivir, no para especular, y se encuentran que con la crisis han perdido el trabajo o han visto disminuir sus ingresos, y por tanto, no pueden hacer frente a la cuota mensual de la hipoteca. Con el problema añadido que si quisieran venderla el importe que les pagarían sería inferior a la deuda (hoy hay situaciones de más del cincuenta por ciento), encontrándose sin casa y endeudados de por vida. En segundo lugar, los mayores de 40 años, y sobretodo los mayores de 60 años, que han acumulado unos ahorros y que, siguiendo los consejos de su “amigo” de la caja o del banco, donde tiene los ahorros depositados, compró un producto de unas características que en realidad eran otras. “No te preocupes, la inversión es segura y en 48 horas, si tuvieras necesidad podrás disponer del dinero, piensa que en una cuenta a plazo, si necesitas el dinero antes del vencimiento te penalizaríamos”. Pero, en realidad no sabían que era “de por vida” y que si la entidad tenía problemas no podrían recuperar el dinero. Y, por último, los ciudadanos, como consecuencia del endeudamiento del Estado están padeciendo los recortes del gasto público: en sanidad, educación, asistencia social, becas de comedor, ayudas a la dependencia, renta de inserción social, etcétera; en algunos casos, afectando a los segmentos de población más débiles, y otros, a toda la población; exceptuando por supuesto, aquella franja de la población mejor situada económicamente (el 10%).

Toda la sociedad española está pagando las consecuencias de la crisis general y la del sistema financiero, en concreto sus directivos y consejos de administración, cuando se van de la entidad se “retiran” con unas buenas pensiones, importes que no ganará el cliente (ciudadano corriente) ni viviendo tres vidas.

La crisis no la hemos generado entre todos, la ha generado el sistema financiero, por no existir un techo al crecimiento de los beneficios y, en un segundo nivel, la ha generado la estructura política por haberles dejado actuar sin ningún tipo de control. No han buscado nunca el bien común, sino lo que han buscado, y lo continúan haciendo, es aumentar sus beneficios personales, y no el de la entidad precisamente, sino el de sus propios intereses particulares, debido a que ellos consideran que no hay “tope” a lo que ellos tienen derecho a ganar. Las víctimas de la crisis son el 90% de la población, y sobretodo el 60% más pobre, con más o menos intensidad. La pobreza está avanzando muy rápidamente en nuestro país gracias a los dirigentes del Sistema Financiero Internacional y Nacional. Debemos recuperar la democracia real, los dirigentes políticos tienen que escuchar y resolver los problemas de los ciudadanos y no deben diseñar las políticas económicas para beneficiar exclusivamente al Sistema Financiero.

Si el ciudadano se siente abandonado por sus dirigentes políticos, escogidos democráticamente, se puede ir hacia posiciones ideológicas neofascistas, consideremos lo que está pasando en Grecia.

Joan Pere Enciso i Rodríguez  |  Departamento de Economía Aplicada. Universidad de Lleida

‘Hagan juego…’ gana la banca y el ciudadano pierde