martes. 16.04.2024
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Empecemos por lo obvio: la libertad sindical es un bien democrático, un derecho que permite la creación de organizaciones sindicales; de manera que Podemos, y cualquiera que se tercie, puede ejercer ese derecho. Ello no quita, naturalmente, que nos veamos interpelados a opinar al respecto

La historia sindical española arranca con una anomalía en relación a cómo y quiénes fundan los sindicatos en otros países europeos. En nuestro país, el PSOE y, muy personalmente, Pablo Iglesias El Viejo, funda la UGT en 1888. Decimos anómala porque no es exactamente una fundación que nace de manera independiente y anómala del partido. Lo cierto es que el Viejo –lo empleamos en el término más afectuoso– seguía estrictamente la concepción instrumental de Ferdinand Lassalle, legendario político socialdemócratas alemán. Su idea era: «El sindicato, en tanto que hecho necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido» (Der sozial-democrat, 1869).

La reacción de Karl Marx no se hace esperar: «En ningún caso los sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo» en la revista Volkstaat, número 17 (1869). Tendremos que convenir, sin embargo, que Karl Marx no ganó esta batalla. Es más, la concepción lassalleana se impuso en todas la corrientes de la izquierda durante un larguísimo periodo. De hecho, la gran mayoría de las corrientes políticas de la izquierda oficial –socialistas, socialdemócratas, laboristas y comunistas–  fueron, en este sentido, estrictamente lassalleanas. De un lado, imponiendo la autoridad y el dictado de la primacía del partido sobre el sindicato que, para decirlo lisa y llanamente, situaba al sindicato como chica de los recados; y, de otro lado,  estableciendo una rígida y artificiosa división entre los objetivos y tareas de uno y otro.

Palmiro Togliatti lo expresa de manera contundente: «no correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios» en una reunión del Comité central del Partido comunista italiano a finales de 1956. Véase hasta qué punto la mano de Lassalle es alargada. 

Ahora bien, llega un momento en que las cosas empiezan a cambiar: las intuiciones de Giuseppe Di Vittorio, padre del sindicalismo italiano, las investigaciones de Bruno Trentin y, más adelante, la contribución de Marcelino Camacho van propiciando que el sindicalismo conteste en la práctica la entonces llamada «correa de transmisión», esto es, el dogal que papá-partido ponía en el cuello al sindicalismo. Y tantas veces fue el cántaro a la fuente que la correa saltó por los aires. La vieja y autoritaria concepción de Lassalle, que tantos estropicios había provocado en el movimiento sindical, empezó a convertirse en una reliquia que nadie custodiaba. Porque el conflicto social ya no era una hechura de lo que pretendía el auto considerado pater familias sino la expresión independiente y autónoma del sujeto sindical. De manera que la ropa vieja de la correa de transmisión pasó al archivo. Pero, según parece, algunos sectores de Podemos tratan de sacarla del arca y, con o sin alcanfor, reincidir en Lassalle.

Con toda seguridad, Pablo Iglesias El Joven conoce estos antiguos trajines de las (antes llamadas) relaciones partido–sindicato. De manera que no está de más que se auto advierta de la contradicción entre crear un partido de nueva estampa y que éste funde –o algunos sectores de su partido impulsen– un sujeto de rancio estilo.  Lo uno no se compadece con lo otro. Otra cosa, bien distinta, es la obligación de Podemos de dirigirse directamente a la nueva geografía del trabajo, cosa que más de uno agradecerá.

¿Quiere Podemos fundar un nuevo sindicato?