viernes. 29.03.2024
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La oficina del emprendedor acaba de abrir; ya se oye barullo en la calle. Rafa, el becario, tendrá por fin la oportunidad de poder asesorar a alguien. Parece mentira, tan sobradamente preparado y es el último día de prácticas cuando, saliendo de detrás del viejo archivador de hierro que está junto a la fotocopiadora, toma la alternativa para atender a la chica que acaba de entrar. El suelo está encerado y las paredes plagadas de carteles que dicen “si tienes una idea emprende”. Rafa toma la decisión porque son las nueve y cuarto y aún no ha llegado ninguno de los quince empleados públicos. No es fácil describir a Rafa, por ello el capitán invita al lector a curiosear en la orla que Rafa regaló el año pasado a su abuela y que está encima del aparador. Ya la tenemos delante, ahí está Rafael Ayala, debajo de los catedráticos; es el tercero empezando por la izquierda; ¿qué dice la foto?, pues que no parece ni listo ni tonto, ni feo ni guapo, ni rubio ni moreno. Rafa se quita de la solapa la tarjeta identificadora que pone BECARIO y corre, la ocasión la pintan calva, hacia la mesa donde la ciudadana se ha sentado. “O sea que usted es Paula Gómez”. “Así es, pedí cita para que me asesoren”. “Bien Paula,  dígame su DNI”. Paula saca el carné de su bolso multicolor y, arrojándolo como un naipe sobre la mesa, dice: “empezamos mal, yo tengo ideas”. “Bien, dígame cuales son esas ideas y estudiaremos su viabilidad y posibilidad de subvenciones”. Paula es persona dotada de buen intelecto pero de pocos modales; eso es normal, la inteligencia siempre tuvo un no se qué de no saber estar. En la creencia firme de que lo especial es tan difícil de describir como lo vulgar, el capitán resume diciendo que Paula tiene pinta, aspecto y facha de perroflauta. Una vez dicho esto, pide al amable lector que no prejuzgue en modo alguno a Paula y añade, para borrar la huella que la etiqueta ha dejado, que Paula tiene un ingenio descomunal y un bello rostro griego jalonado de aros, pendientes y otras bagatelas con brillo. “Verá usted Paula, aquí llega mucha gente con ideas raras e imposibles, no quiero desanimarla pero tenga en cuenta que encontrar algo genuino es muy difícil. En la época clásica alguien sentenció  -que no le parezca cruel-,  no hay nada nuevo bajo las estrellas. Ahora, en la época tecnológica, ya sabe, se dice que todo está en la RED. Vamos, que cualquiera se mete a inventar... Paula interrumpe: “Corta el rollo majo, olvídate de lo que nos enseñaron en ADE  -cómo sabrá que yo estudié ADE, se pregunta Rafa- ; para crear algo nuevo basta meterse en una choza sin luz para no googlear y sin gente que te desanime, algo de tinto y nicotina, poca alimentación para agudizar el ingenio, un montón de chatarra, algunas herramientas, un par de blocs del guerrero y música de Silvio Rodríguez, bajita para no tentar a la SGAE”. “¿Y no se siente así usted un poco sola?” pregunta el becario. “La soledad no es mala cosa si te llevas bien contigo misma. Además, tengo la compañía del Moro. Paula señala al chucho que está esperando fuera. El perro sigue en la puerta, tranquilo, impávido, pero sin despistar la guardia; ahí seguirá siempre si Paula no sale; aceptará sólo que le den comida para poder seguir esperando; allí estará cien años después de muerto cuando la oficina del emprendedor sea casa del pueblo, o putiferio, o banco, o cuartelillo de la Benemérita; Pascual le llamarán los civiles, ese será su nombre número veinte. Pero dejemos que Paula prosiga: “Para crear es importante no querer ganar dinero, solo olvidando lo rentable se puede encontrar lo útil. Partir botellas a la mitad puede semejar acción inútil, pero tienes que devanarte los sesos ensayando principios de la física y la termodinámica hasta cortar el cristal a la perfección de modo que salga de cada botella un vaso y un embudo perfectos; o sea que eso de que cada uno quieto en su profesión y sin invadir campos, ostias, de eso nada”. Rafa está embobado con la boca de Paula, con sus modales seguros. Nunca se había enamorado tan rápido, nunca se había enamorado. Paula echa una fugaz pero fiel mirada al perro y completa su letanía: “Se pueden descubrir muchas cosas útiles a la humanidad. Un detector de estafas. Un nuevo refresco hecho con sal, pimienta, bicarbonato y agua. Un mosquito mutado para picar solamente a los estúpidos, de forma que así puedan ser detectados por las ronchas. Un mando a distancia para restar inteligencia a los nuevos contadores de la luz. Un casco para olvidar que tenga dos agujeros bien grandes para los cuernos. Un violín silencioso. Un monte pequeñito para escalar dentro de casa. Una colcha-manta-sábana-albornoz-mantel-cortina-capa-tienda de campaña de franela de color gris sufrido para los que estamos en la puta calle. Un chip en el pescuezo para no tener que enseñar nunca más el DNI y que inyecte atontinol a demanda cuando te pones de mala leche. Un despertador de conciencia de clase. Un rascador de espalda de gustazo efectivo que te haga totalmente independiente. Un tinto que coloque pero no dé positivo. Una táctica revolucionaria no violenta para quitarle el dinero a los ricos. Una terminal de voto que decida el voto y posea propia voluntad decisoria. Una gallina de verdad vestida con las plumas y que tenga la cabeza puesta encima  -Rafa está hipnotizado por unos ojos de los que no puede apartar los suyos porque están paralizados con bótox-. Un aparato para ver clandestinamente las clases de la Complutense. Una máquina del tiempo para irse al pasado y hacer la transición como es debido. Un congelador para hibernar 40 años y salir sin crisis cuando pase este puto ciclo Kondrátiev. Un holograma para mandarlo a la cola del paro. Un sobre color violeta para cobrar sin que intermedie el banco. Una hucha de cerdito que sea inviolable. Una agencia desmatrimonial. Un eliminador de estereotipos. Un paso de cebra con cebras de verdad y en el que te puedas cruzar con los Beatles. Un banco de alimentos que no sea apolítico y que se llame “Rajoy feo”. Un paro preferente a cobrar en el año tres mil para los trabajadores de la banca que veían y callaban. Un jamón con el puerco pegado. Unas elecciones libres a rey.  Pero, ¿sabes que te digo?, que me están dando unas ganas locas de alistarme en las FAS, allí dan por lo menos chusco y piltra; aquí le toman a una por loca y eso le quita a una todas las ganas de emprender”. Paula se levanta, da la espalda a Rafa y sale, “¡vamos Moro!”. Rafa entra corriendo en la casa de la abuela para mirar la orla. Y ve la foto de Paula al lado de la suya. “¡Qué estúpido!, siempre estuvo ahí. Siempre miro, nunca veo. ¡Qué estúpido!, no se lo dije: quiero inventar, me voy contigo. No se lo dije. No podía hablar. Cómo me gustaría ser ese perro...”. La abuela de Rafa cierra la farmacia Ayala, sube las escaleras, abre la puerta despacio, como siempre, y observa a Rafa clavado ante la orla; entonces le habla: “Rafita, búscala, ella no te va a encontrar más”.

Oficina del emprendedor