viernes. 29.03.2024
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El proceso de industrialización capitalista fue parejo a la lucha de la clase obrera por su emancipación y por la mejora de sus condiciones de vida y trabajo

El proceso de industrialización capitalista fue parejo a la lucha de la clase obrera por su emancipación y por la mejora de sus condiciones de vida y trabajo. Estas luchas comportaban también la de los derechos del conjunto de la ciudadanía por unas sociedades más justas y libras. Al finalizar la II Guerra mundial, y como consecuencia de la misma, del arraigado proceso de industrialización, de la existencia de un modelo alternativo simbolizado por la URSS y el bloque bajo su dominio, así como la fuerza del movimiento obrero y sus sindicatos, se produjo un Contrato Social implícito, no escrito, a los países de la Europa Occidental. Este contrato social se basaba en dos vectores en tensión: la justicia del mercado y la justicia social.

El Contrato Social en Europa Occidental entre capital y trabajo comportó tres largas décadas de oro, desde 1945 al inicio de los 80, en cuanto a la mejora de las condiciones y los derechos de los trabajadores y del conjunto de la ciudadanía. Fue un periodo histórico excepcional por la reducción de desigualdades y la implantación de un estado de bienestar con amplia cobertura de prestaciones sociales y redistribución de la riqueza mediante los impuestos, con el reconocimiento de amplios derechos civiles y libertades sociales (universalidad de la salud y la educación pública y el acceso a la ocupación entre otros) resultado de la acción de los gobiernos y de la negociación colectiva de los sindicatos. Hay que decir que las bases de este modelo eran compartidas por el conjunto de las principales fuerzas políticas y sociales. En aquel periodo las propuestas del liberalismo a ultranza eran para la gran mayoría inimaginables y totalmente minoritarias.

A principio de los 80 se inicia la Revolución Conservadora de la mano de Reagan y Thatcher con su propuesta de fundamentalismo económico basado en mercados libres de todo control y reducción de la acción del estado a pesar de mantenerlos como proveedores de los grandes oligopolios y garantes del nuevo orden. Según ellos el mercado mantiene el equilibrio por sí mismo y genera resultados racionales y de eficiencia entre los cuales incluye la estabilidad y la plena ocupación.

Es una doctrina que rechaza por principio todo aquello público y colectivo y potencia la extensión del mercado a todos los ámbitos de la vida, es el fomento del individualismo, del llamado “capitalismo popular” y la segmentación de la clase trabajadora y las clases medianas. El mercado asigna a cada uno recursos según su merecimiento.

La revolución conservadora responde a un cambio en el sistema productivo. En los estados desarrollados de Europa se produce una progresiva reducción de la producción manufacturera con el desmantelamiento de la industria que se desplaza a países en vías de desarrollo donde la producción es más barata. Esto provoca un proceso de tercerización de la economía en los países más desarrollados, con un predominio cada vez más grande del capital financiero especulativo sobre el capital industrial, así como un cambio cualitativo en el seno de la clase trabajadora con la sustitución del obrero industrial por trabajadores del sector servicios. Con la desaparición del sentido comunitario y fomentador del instinto de clase industrial y la menor conciencia de clase entre los nuevos sectores de trabajadores se produce el consiguiente debilitamiento del sindicalismo de clase, fruto también de una legislación regresiva en lo laboral y lo sindical.

El objetivo de las empresas es la maximización del beneficio y la máxima remuneración al accionista. Los beneficios son cada vez mayores en relación al coste de producción. La revolución conservadora se ve potenciada por la globalización derivada de la aplicación de las TIC, la práctica del “Offshoring” global como ecosistema mediante el cual el movimiento de capitales se oculta total o parcialmente a las autoridades y a la sociedad y permite eludir la jurisdicción de los Estados-nación.

Todo ello consigue su plenitud a partir de la Gran Recesión de la primera década del siglo XXI. La hegemonía del neoliberalismo provoca un cambio radical en la “ventana de Overton” cómo describe acertadamente Owen Jones, “la concepción que era marginal en la etapa anterior es la hegemónica ahora, y lo que entonces se consideraba normal ahora es algo anticuado y en todo caso definido como radical”.

Es evidente que para el éxito de esta hegemonía conservadora se han precisado varias variables: Inexistencia de alternativa al sistema desde la implosión del bloque soviético; transformación de la estructura y la organización del trabajo y en consecuencia del poder y la capacidad sindical; el deslizamiento hacia el individualismo consumista y la ausencia de todo sentido de solidaridad y ciudadanía nacional e internacional.

Así hemos llegado a una situación extrema en lo referente a la desigualdad y la cohesión social. El individualismo hegemónico convierte al otro en un competidor, todo el diferente es un enemigo y alguien que te puede disputar tu precaria posición social. Es el renacimiento de la insolidaridad especialmente respecto al diferente y el repliegue hacia la idea del nacionalismo excluyente a través de los populismos nacionalistas. Y todo esto ha puesto en crisis el propio proyecto europeo.

Y a pesar de esto la alternativa es Europa como concepto, no hay alternativa en el regreso al Estado-nación. La única alternativa capaz de cambiar la orientación de las políticas y fomentar alternativas sólo puede darse a escala europea. La lucha para establecer un Nuevo Contrato Social y un mantenimiento con reformas del Estado del Bienestar sólo será posible si se plantea a escala europea.

La alternativa no puede basarse únicamente en intereses socioeconómicos sino fundamentalmente en valores progresistas que cuestionen los costes sociales y ambientales a que nos conduce el neoliberalismo sin control. Para esta alternativa se precisa una alianza entre los movimientos indignados de las clases medianas con un sindicalismo reforzado que sea capaz de representar los intereses de las plurales y segmentadas clases trabajadoras. Y es imprescindible plantearlo para operar en el ámbito del conjunto de Europa.

Su objetivo tiene que ser establecer un Nuevo Contrato Social mediante la construcción de otra Europa con más democracia, con mayor capacidad para la creación de empleo, con políticas públicas inclusivas y con respecto a la diversidad, más Europa monetaria, fiscal, económica, social, ecológicamente sostenible y política, y desde el respecto a cierto grado de soberanía de los estados. Y para lo cual se debe establecer un nuevo relato para una nueva era, capaz de encarnar un nuevo propósito colectivo, un ideal político que tiene que ser esta nueva “Europa social”.

Publicado en  PERSPECTIVA  nº9 ( FSC-CCOO) Trabajo completo.

Por un nuevo Contrato Social Europeo