jueves. 18.04.2024
Foto: Asamblea de mineros del Archivo Fotográfico Minero de CCOO.

Como tantas noches, me encontraba revisando los correos electrónicos, las cartas, los documentos, que habían llegado a lo largo del día. Una tarea que es imposible de realizar en el fragor de la actividad cotidiana y que se acumula, la mayor parte de las veces, para ese momento de la noche en el que el silencio se apodera de la casa y puedes sentarte un momento tranquilo. Horas robadas al sueño, a la lectura, a la escritura...

Esa noche me detuve en un correo enviado por la Fundación Juan Muñiz Zapico de CCOO Asturias. Una Fundación que lleva el nombre de uno de los encausados en el Proceso 1001 por formar parte de la dirección clandestina de las CCOO, reunida en el convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón y detenida en junio de 1972.

El juicio dio comienzo en diciembre de 1973. El mismo día en el que se produjo el asesinato de Carrero Blanco, lo cual termino dando lugar a unas condenas desproporcionadas, de decenas de años de cárcel, si tenemos en cuenta que el único delito cometido por aquellos hombres era el de pertenecer a una organización sindical que luchaba pacíficamente por los derechos de las personas trabajadoras.

Juan Muñiz Zapico, terminó muriendo trágicamente, años después, en un accidente de tráfico y los compañeros y compañeras de Asturias decidieron dar su nombre a una Fundación que, entre otras muchas actividades, convoca un premio anual de microrrelatos mineros, que lleva el nombre de otro líder sindical, Manuel Nevado Madrid, cordobés de nacimiento y asturiano de adopción, que trabajó en el Pozo María Luisa y que se convirtió en el líder sindical minero. Es precisamente a esos hombres y mujeres de la minería a los que rinde tributo este concurso literario.

Tenía la convocatoria del concurso entre las manos. Me asaltó la idea de escribir sobre aquella reunión en la mina de la Camocha, en la que una Comisión Obrera de los trabajadores en huelga, se las veía con los representantes de la empresa Solvay y con los del Gobernador Civil. Lo que no tenía era tiempo. Pero era un microrrelato y después de despachar el resto de documentos, me puse a escribir de un tirón este relato, intentando ponerme en la piel del único de los cinco miembros de la comisión obrera del que no conocemos el nombre.

No sé si, la de la Camocha, fue de verdad la primera de las Comisiones Obreras que los trabajadores creaban y disolvían, ante cualquier conflicto en las minas, las empresas industriales, o los tajos de la construcción, hasta que se fueron creando Comisiones Obreras más estables, para coordinarlas después y dar origen a una fuerza sindical que, a principios de los sesenta, ganaba las elecciones sindicales en el sindicato vertical franquista. El hecho es que esta Comisión Obrera se crea en 1957, el año de mi nacimiento y me resulta, tal vez por ello, más mítica y cercana.

Mandé el relato y a los pocos meses recibí una comunicación de que el jurado había decidido conceder a mi relato una Mención especial al Testimonio Histórico, por lo cual sería publicado en el libro del IX Concurso de Microrrelatos mineros. Hoy tengo entre mis manos el libro. Como bien sabemos la mayoría de los que alguna vez nos hemos adentrado en la narración, o la poesía, no hay mejor premio que ver publicado aquello que has escrito.

Gracias, por tanto, a la Fundación Juan Muñiz Zapico, por este hermoso regalo, que ahora dejo, a su vez, en vuestras manos, por si pudiera suscitar vuestro agrado, interés y disfrute, en una de esas noches en las que, arrancando tiempo al sueño, decidí dedicar un par de minutos a la lectura.


EL DIVISIONARIO

La verdad es que me estaba preguntando que coños pintaba yo allí, acusado de ser comunista, cuando todos sabían, incluidos los de Solvay y las autoridades presentes, que mi único pecado era ser el hijo póstumo de un socialista que marchó a la Guerra y no volvió nunca más.

Las cosas se nos estaban yendo de las manos. Los representantes del Gobernador Civil no estaban allí por casualidad. Oviedo no está lejos, pero en la parroquia de la Vega no los habíamos visto nunca. Tras nueve días de huelga, estaba claro que preparaban una escabechina y qué mejor que estos cinco cabecillas que se hacen llamar Comisión y actúan en comandita.

En mala hora me había dejado embaucar por Casimiro, tras escuchar al piquito de oro de Galache y las bravuconadas de Terneiro, que para colmo era gallego y falangista. Aunque el verdadero culpable de todo era yo. Mira que le di vueltas. Fue la amistad con el Quicu la que terminó de decidirme. Era mi amigo, de la JOC y picábamos codo con codo.

Ahora nos acusaban de comunistas, o sea, lo peor de lo peor. Estábamos jodidos, bien jodidos.

Fue entonces cuando, sin previo aviso, en mitad de la reunión Terneiro se desabrochó la camisa y comenzó a señalar una por una sus cicatrices mientras gritaba que a un hombre que había luchado en el frente ruso junto a los nazis, a un divisionario, no había otro hombre con cojones de llamarle comunista.

Ahí cambiaron las tornas. Los de Solvay y los del Gobierno Civil se intercambiaban miradas desconcertadas. Alguien pidió disculpas, rogó serenidad y empezamos a hablar de los silicóticos, de los destajos, de las galerías inundadas. Casimiro Bayón sonreía. Mi padre, también sonreía. Seguro que sonreía.

El divisionario. Un relato minero