jueves. 18.04.2024
carducci

Carducci, poeta y escritor italiano de finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX, se preguntaba “¿Cuándo será alegre el trabajo?” y la verdad es que un siglo después esta pregunta sigue siendo de lo más actual aunque, en el Siglo XXI, podría sustituirse “alegre” por  “seguro” y, sobre todo, “decente”.

Lo cierto es que en las últimas cuatro décadas el proceso de globalización ha afectado a las condiciones laborales y a todas las dimensiones de seguridad que se fueron construyendo tras la Segunda Guerra Mundial

Lo cierto es que en las últimas cuatro décadas el proceso de globalización ha afectado a las condiciones laborales y a todas las dimensiones de seguridad que se fueron construyendo tras la Segunda Guerra Mundial, y que en España llegaron con retraso por la dictadura franquista. Entre esas dimensiones se encuentran la seguridad en el mercado laboral, en el empleo, en el trabajo y en el puesto de trabajo, en los ingresos o en la representación. Su degradación como consecuencia de globalización, y de las políticas neoliberales, nos da las claves de cómo se ha establecido un proceso creciente de precarización.

Y es que organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial han utilizado el argumento de la rigidez de la legislación laboral como justificación para aumentar la precariedad de las condiciones laborales, como si fuese la regulación la razón del aumento del paro. En este sentido han “recomendado” a los distintos Gobiernos que faciliten y abaraten el despido. En consecuencia, los gobiernos han aplicado normativas que, por un lado debilitan la protección en el empleo y, por otro, facilitan fórmulas de contratación sin protección.

Apuntar a la rigidez de la legislación laboral como culpable del paro permite emitir mensajes que justifican las reformas. A nadie se le escapa que el desempleo es uno de los “males sociales”, de manera que cualquier actuación dirigida, supuestamente, a reducirlo está justificada. Con este discurso del “todo vale” convierten a quienes nos oponemos a la desregulación  en enemigos del bien común, que no queremos acabar con el desempleo.

Estamos ante un discurso que promueve la división, no sólo entre ocupados y desempleados, también entre indefinidos, temporales, precarios. Se culpabiliza a quienes tienen empleo y se “aprovechan” de la rigidez de la legislación para mantener sus condiciones laborales de la situación de precarios y desempleados.

Desde 2008, el 7 de octubre es un día en que todos los sindicatos del mundo se unen para promover el trabajo decente. La Jornada Mundial por el Trabajo Decente nos debe dar la oportunidad no solo de ahondar en el diagnóstico, sino de reivindicar todos aquellos aspectos del trabajo que son fundamentales para unas condiciones de vida digna. Es de vital importancia que el trabajo decente, con derechos y garantías sea el elemento central de las políticas que se lleven a cabo en el futuro inmediato.

El salario debe garantizar la cobertura de las necesidades básicas. Es imprescindible el aumento del salario mínimo interprofesional. Lo mismo en el caso de los empleados públicos, cuyo sueldo ha sido gravemente recortado en el último lustro. La subida de ambos, SMI y sueldos públicos, debería permitir la negociación al alza de las tablas salariales en los convenios colectivos del sector privado. Sin olvidar la limitación al máximo de la flexibilidad salarial y de las dobles escalas salariales, que han permitido el aumento de la desigualdad dentro de una misma empresa, lo que mantiene vigente y prioritaria la reivindicación histórica “igual salario para igual trabajo”.

La “charcutería” o troceo de la jornada laboral no puede ser la norma. Se está produciendo un aumento indiscriminado de jornadas parciales, de horarios flexibles o incluso de trabajos por horas que muchas veces ocultan jornadas completas. Esto obliga a muchas personas a compaginar varios empleos precarios y a complementar sus exiguos ingresos con prestaciones, en caso de tenerlas. Muchas veces la propia flexibilidad de la jornada impide que puedan compaginarse empleos, y de conciliación ni hablar.

El contrato no puede convertirse en un elemento extraño para los trabajadores. La proliferación de figuras “no laborales” que realizan trabajo en empresas es un fraude y como tal debe desaparecer. El uso de becas permite a las empresas evitar contrataciones a la vez que sirven de palanca para imponer concesiones al resto de trabajadores. A las becas se están sumando en los últimos años estudiantes de FP que bajo la modalidad Dual, o con prácticas extendidas, realizan actividades laborales en situación precaria y sin derechos. Existen formas de contratación como el contrato en prácticas o el de formación y aprendizaje que dotan al trabajador de derechos y a las empresas de obligaciones, pero su uso es marginal.

Otro aspecto en el que la globalización ha incidido enormemente es en los ritmos de trabajo. Son muchas empresas las que exigen a sus empleados trabajar a un ritmo que supera lo que una persona puede soportar de manera prolongada en el tiempo. Esto incide en la salud de los trabajadores, muchas veces con graves consecuencias físicas y psicosociales. El control de los ritmos de trabajo y de la responsabilidad empresarial en la prevención de accidentes y enfermedades profesionales es otro punto central.

El derecho de representación y la movilización han sufrido una enorme erosión en las últimas décadas en los centros de trabajo. Causas como la temporalidad, la subcontratación y externalización, el abaratamiento del despido, acompañadas de vulneración de los derechos sindicales por muchas empresas y de una fuerte campaña de desprestigio y criminalización del movimiento sindical dificultan mucho la representación en la empresa. La organización sindical en la empresa es una herramienta imprescindible para la mejora de las condiciones laborales.

Son multitud de aspectos que se pueden destacar cuando hablamos de condiciones laborales. Ninguno más importante que otro. Pero para revertir el presente de explotación se debe configurar un movimiento amplio articulado en torno al trabajo decente, seguro y bien pagado. Un movimiento que pueda articular el cambio social a través de una batería de medidas encaminadas a garantizar una seguridad real en los ingresos, en el puesto de trabajo, en la formación y la carrera profesional, en la jornada laboral y en la representación. Hay que situar el empleo con derechos en el centro del debate social y desterrar del imaginario colectivo la creencia de que más vale un empleo precario que el desempleo, ya que el empleo sin derechos no es empleo, es esclavitud.

¿Cuándo será decente el trabajo?