jueves. 18.04.2024

Recordar que el desempleo constituye el principal motivo de preocupación para la sociedad española resulta una obviedad. Pasar a formar parte del creciente ejército de los que Kevin Bales calificó como trabajadores desechables constituye un drama humano que quiebra un elevado número de trayectorias personales. El riesgo de enfrentarse a esa situación es bastante diferente según características personales ligadas a la edad, el nivel formativo, el género, la profesión o el sector de actividad en que se trabaja. Pero también en función del lugar en que se reside, pues el impacto de la crisis sobre el desempleo resulta muy heterogéneo según territorios y eso se constata a muy diversas escalas.

Son bien conocidas las diferencias actuales entre los países de la Unión Europea, con tasas de paro que al finalizar 2012 superan ya el 26% en España y Grecia, frente a niveles inferiores a la cuarta parte de esa cifra en Austria, Alemania, Países Bajos o Luxemburgo. La distancia también resulta notable si se compara la situación de las Comunidades Autónomas españolas. Pero un aspecto apenas considerado hasta ahora es que ese diverso impacto de la crisis resulta aún mayor cuando se desciende en el análisis hasta las áreas urbanas, en donde viven hoy cuatro de cada cinco residentes en España y una proporción similar de los parados contabilizados en las oficinas públicas de empleo. Analizar la evolución del paro registrado, que es la única información disponible a escala local, resulta revelador de la muy diversa capacidad de resistencia que han mostrado nuestras ciudades ante la lacra del desempleo (1), pero sirve también para identificar algunas claves de la crisis y, de paso, cuestionar ideas difundidas por el pensamiento dominante a través de los múltiples canales académicos y mediáticos a su disposición.

En tan solo seis años, el paro se elevó desde las 2.022.873 personas registradas en diciembre de 2006 a los 4.848.723 con que finalizó 2012, lo que equivale a un 140%. Pero cuando el zoom se aproxima, se comprueba que ese valor medio pierde buena parte de su significado ante las enormes diferencias existentes. De este modo, en diecinueve ciudades ese aumento superó el 300%, mientras que, por el contrario, en otras doce no alcanzó la mitad del promedio español. La localización de unas y otras no resulta casual. Trece de las primeras se sitúan en el litoral mediterráneo, sobre todo en las provincias de Castellón (Almassora, Villarreal, Onda, Vall d’Uixó, Burriana, Castellón de la Plana, Benicarló) y Murcia (Torre-Pacheco, Yecla, San Javier, San Pedro del Pinatar, Vícar, Jumilla). En el extremo opuesto, una decena de las ciudades con menor aumento del paro se ubican en las regiones atlánticas (Ferrol, Santiago, Ourense, Cangas, Redondela, Ribeira, A Coruña, Mieres, Cádiz, Barbate).

Resulta incuestionable la lógica de esa distribución. Las ciudades que lideraron el proceso de urbanización masiva ligado a la burbuja inmobiliaria, apostando por un monocultivo residencial insostenible, son ahora las más golpeadas por el desempleo. Las que, por el contrario, permanecieron al margen de ese proceso, con economías más diversificadas en donde una industria renovada y con capacidad exportadora mantuvo cierta presencia, han padecido con menor intensidad su estallido.

No obstante, transcurridos seis años desde el inicio del proceso, es ya evidente que aquí se han encadenado dos crisis sucesivas, que también han afectado de forma muy distinta a los trabajadores y a las ciudades del país. Ya desde 2007, el estancamiento del sector inmobiliario que se intensificó con la crisis financiera internacional al año siguiente fue el desencadenante de una recesión económica que generó dos millones más de parados en apenas tres años. Ese desempleo afectó, sobre todo, a la construcción y a numerosas industrias auxiliares, se concentró en trabajadores poco cualificados –en su mayoría hombres- y en las ciudades del litoral mediterráneo, los archipiélagos o las periferias metropolitanas donde residían los grupos de menores ingresos. Pero desde 2010 padecemos una segunda crisis, derivada de la implantación estricta en la Unión Europea de una agenda neoliberal ya conocida y fracasada –salvo para sus escasos beneficiarios- en otros lugares, que bajo el eufemismo de la austeridad ha desplazado la onda de choque del desempleo hacia nuevos grupos socioprofesionales y territorios. La retracción del consumo y la destrucción de empleos en servicios públicos hace que los nuevos parados tengan ahora un nivel medio de cualificación superior, sean ya bastantes más mujeres que hombres y se concentren en el sector de servicios.

Al correlacionar la evolución del desempleo en estos últimos tres años con el perfil de las ciudades antes de la crisis se confirma que éste se estabiliza en ciudades litorales donde, absorbido el golpe inicial, un dinámico sector turístico permite, incluso, leves reducciones en la cifra de parados (Calviá, Santa Eulalia del Río, Manacor, Lloret de Mar). En cambio, los mayores aumentos se trasladan ahora a las ciudades capitales o que actúan como centros de servicios para su entorno comarcal, que contaban con mayor proporción de empleo en educación, sanidad, servicios sociales y administración pública. El hecho de que nueve capitales del interior peninsular estén entre las ciudades que elevaron en más de un 40% el paro registrado en estos años, o que las cuatro peor paradas sean Toledo, Cuenca, Albacete y Ciudad Real, no parece casual.

En resumen, seguir afirmando que la especial sensibilidad del desempleo a las crisis económicas es resultado de la rigidez del mercado laboral español o de una dualidad de la que pretende culparse a quien mantiene un empleo estable resulta poco sostenible al introducir una perspectiva territorial. Con la misma legislación laboral el aumento del desempleo ha sido muy dispar y eso debe dirigir la atención hacia el modelo de crecimiento seguido por cada ciudad antes de la crisis, pero también al devastador efecto de las políticas de austeridad. Todas las crisis cíclicas del sistema acentúan las desigualdades porque suelen recaer sobre los más vulnerables y eso también es cierto al considerar la evolución de nuestras ciudades. En un reciente libro, el geógrafo David Harvey afirmaba que “la crisis actual es, más que nunca, una crisis urbana”. No conviene olvidar esta dimensión territorial para comprenderla mejor y trabajar por superarla pues, tal como sucedió en anteriores crisis, la voluntad y capacidad de las ciudades y sus ciudadanos para resistir y responder a los retos que plantea la actual situación será parte importante en sus diferentes trayectorias de salida.


(1) Se analizaron los datos registrados por la Sociedad Pública de Empleo Estatal (SEPE) entre diciembre de 2006 y diciembre de 2012 para las cerca de cuatrocientas ciudades que en España superan los 20.000 habitantes.

Ciudades frente al desempleo: Cada vez más desiguales