jueves. 28.03.2024
relato2

Trato de respirar sin esfuerzo, me concentro en mi infancia… espero que lleguen mis amigos y, mientras, abro un tebeo nuevo y voy y me siento en el suelo, el aire entra en mis pulmones sin necesidad de que yo respire, es lo que tienen los años aquellos, los de los parques y los billares, los años recuperados sin nostalgia, los que me traen el aire así, sin usar ni uno de mis músculos, aquellos años donde no necesité ser feliz.

Abro los ojos y ahí están Antonio y Jose, conmigo. Exactamente igual a como están también hoy en esta mañana de noviembre en que Antonio ha regresado, después de más de 35 años, al barrio que estamos paseando los tres en silencio, ensimismados y quizás pensando en eso a lo que llamamos tiempo y que ahora nos ha abandonado para dejarnos a los tres, frente a frente con el espacio que sí existe, porque es por el que nos movemos caminando y sin querer ninguno interrumpir esos instantes de pura magia que, de vez en cuando, nos regalamos a nosotros mismos los humanos, esos instantes que en ocasiones también nos merecemos y nos llegan sin más, por la pura dicha del azar, de ese azar al que algunos llaman justicia poética.

Cierro unos segundos los ojos y llego a la plazoleta donde estoy sentado pasando las páginas del tebeo nuevo junto a Antonio y junto a Jose, que me dicen algo que casi no puedo escuchar de lo embobado que estoy absorto en las viñetas que acabo de contemplar y donde no he podido leer aquello de que “de aquel tiempo en que se ríe y se juega y se lee y se sueña y se corre y se conversa y se camina y se inventa y se aprende y se ignora y se imagina y se crece es del que uno nunca reniega, es al que se regresa para recordar lo que en realidad se es”.

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…y se aprende y se ignora y se imagina y se crece