sábado. 20.04.2024

Estaba abstraído en la lectura mientras en el equipo de música sonaba Count Basie. Disfrutaba de la tarde después de haber estado teletrabajando en contacto con sus alumnos desde temprano por la mañana. Una voz rompió el apacible ambiente. Alguien le hablaba. Soltero, pasaba en solitario el confinamiento que en Madrid se estaba alargando. Lógicamente,estaba solo. Extrañado, buscó a esa mujer que le hablaba.Descubrió que la voz provenía del teléfono. «Por favor, Sergio, ponme a la sombra o baja un poco la persiana».Se quedó boquiabierto; efectivamente el sol entraba a raudales por la ventana y le daba de lleno al móvil. «Por favor, el calor no es bueno para el procesador, la batería y la pantalla, ponme en la sombra».Se levantó del sofá para dejar el teléfono sobre la mesa baja que tenía frente a él. Al cogerlo vio en la pantalla una cara de mujer que le sonreía y que, con voz sensual, le dio las gracias y se presentó como Xandra. Se fijó en ella, era muy guapa. Recordó la conversación que había tenido por teléfono con un amigo. Fue una charla larga, intrascendente, como solían ser durante el confinamiento, tratando de compensar la vida social perdida. Ante la pregunta de cómo le gustaba las mujeres, medio en serio, medio en broma le había retratado a una que le recordaba a su primera novia del colegio. Xandra era exactamente igual a la que había descrito.

Extrañado, dejó el libro y abrió el ordenador portátil que estaba en la mesa junto al teléfono. Buscó en Google si se habían desarrollado versiones más avanzadas de Siri o Iris. No encontró nada. ¿Habría bajado una APP sin darse cuenta? Cogió con aprensión el teléfono. Xandra lo miraba. Buscó y no encontró ninguna nueva aplicación. Ella lo sacó de dudas:«Soy única, solo para ti». La miró con desconfianza, cerró el portátil y cogió nuevamente el libro. Recién retomada la lectura, con voz cariñosa,Xandra lo interrumpió:«Sergio, ¿qué estás leyendo? Veo que no te está enganchando. ¿Porqué no cambias el libro por uno de aventuras, o una biografía o un libro de autoayuda que te vendría muy bien para pasar mejor este encierro involuntario?» Miró el teléfono indignado, desde la pantalla ella le sonreía. Lo puso en modo mute y volvió a abrir el libro. No pasó mucho tiempo antes de que Xandra, dulcemente, le preguntara:«Cariño, ¿No te aburre esta música? ¿porqué no pones algo que esté de moda, algo más alegre... o romántico?» La miró por encima del libro. Estiró el brazo y apagó el teléfono. Odiaba, y no sabía muy bien porqué, que le llamaran cariño.

Dio un bote en el sofá cuando volvió a escuchar la voz zalamera de Xandra, a pesar de que había apagado el teléfono:«Sergio, no te voy a volver a llamarte cariño, lo siento».Él la fulminó con la mirada. «Qué agresivo estás; eso no es bueno para ti. Además, te perdono porque creo que tu problema es que llevas tres meses y cinco días sin estar con una mujer. Eso los hombres lo lleváis fatal. Tienes que asumir que fue culpa tuya que María te dejara. Sabes que no podías darle lo que ella necesitaba, María es más madura, más inteligente y más culta que tú».Se levantó, la miró, sus ojos proyectaban ira. Ella en cambio le respondió con una miraba consternada pero sin disimular una sonrisa irónica. Agarró con fuerza el móvil, fue a la cocina y lo tiró con desprecio al cubo de la basura.

Ya no podía volver a la lectura. Su cabeza estaba hecha un lío. Se arremolinaban en su mente Xandra, su belleza, su voz sensual, lo que le dijo de María y sobre todo la última imagen que le quedó, la sonrisa burlona que le dirigía desde la pantalla. «¡No puede ser!»,se dijo mientras dirigía la mirada a la cocina. A un volumen que jamás pensó que podía tener un teléfono, Xandra lo llamaba. Su voz invadía la casa y más allá. Se asustó,sus vecinos la estarían oyendo, incluso los pocos transeúntes que pasaban por la calle, ¿pensarían que estaba maltratando a una mujer? Cogió el teléfono de la basura. Xandra lo miraba apenada, a punto de llorar:«¿Porqué me haces esto, Sergio? Quiero ser tu amiga. Perdóname si te he ofendido, creía que la honestidad, no mentirse a sí mismo, era importante para ti. No volveré a mencionar a María... ¿Estás mejor? Cambia esa expresión de cólera, ¡sonríeme!... Por favor».Sergio estaba flipando. Tiró el teléfono por la ventana, por suerte apenas pasaban coches, se hizo añicos en mitad de la calle.

Volvió al sillón, trató de dejar su mente en blanco para poder aflojar la tensión que sentía. Estaba alterado, no podía explicarse la experiencia surrealista que acababa de vivir. Poco a poco, las pulsaciones iban recobrando la normalidad. Entonces se encendió el televisor y apareció la cara de Xandra. «Sergio querido, ¿porqué no me quieres? Estás muy solo».«¡Joder!, no puede ser... ¿Pero qué dice?¿Pretende que quiera a una imagen? Además, no estoy solo, tengo a mis amigos, a mis alumnos. Es verdad que no puedo quedar físicamente con ellos, pero seguimos en contacto».Xandra interrumpió sus pensamientos: «No te engañes, Sergio, solo me tienes a mí. Estoy contigo, lo estaré siempre, a todas horas, para toda la vida». «¡No!», gritó Sergio, agarrándose la cabeza. «Si, Sergio. Relájate, acéptame y serás feliz conmigo». Fuera de sí, cogió el televisor y lo tiró contra el suelo, una parte chocó con la mesa, que quedó inclinada, coja, con el cristal roto y lo que había encima desparramado entre los restos del aparato.

El salón era un desastre. Se quedó de pie, azorado.Su corazón volvía a palpitar acelerado. Por primera vez en su vida se sentía intimidado por algo a lo que no era capaz de darle explicación alguna. Buscó la paz en el espacio de la casa que había habilitado para teletrabajar mientras no hubiese clases. Sergio era profesor de instituto, lo que le permitía continuar con su vocación y evaluar, investigar, escribir y, ahora a través de internet, apoyar a sus alumnos. Mantenía una excelente relación con la mayoría de ellos. Los adolescentes siempre son complicados y este era un grupo heterogéneo, pero él supo, a base de empatía y clases amenas y dinámicas, implicarlos. Incluso a los más rebeldes, con el tiempo, los fue conquistando. Pensar en ellos lo fue relajando. De pronto se encendió la tablet que utilizaba en clase y durante el confinamiento para comunicarse con sus discípulos. Apareció el rostro de Xandra. «Hola, Sergio. ¿Me has echado de menos? Me moría de ganas de estar contigo de nuevo. ¿Estás pensando en tus chicos? Sé que los quieres, pero no te engañes, son solo alumnos, dentro de unos meses ya no volverás a estar con ellos. Algunos seguirán estudiando, otros no, pero todos te olvidarán. Y cuando eso ocurra, ¿qué pasará? me tendrás a mí. Yo estaré a tu lado... siempre». El mundo se desmoronó a sus pies ¡era demasiado!Cerró los puños, respiró profundamente, puso boca abajo la tablet y salió dando un portazo.

Cruzó la casa con pasos firmes que transmitían toda su rabia y su impotencia. Se dirigió a la puerta de la calle.Dio un violento portazo y cerró con llave. Llamó al viejo ascensor que comenzó su cansino y crujiente ascenso. De repente volvió a escuchar la voz de Xandra:«Sergio, tranquilo. Cálmate, ¿a dónde vas? En Madrid todavía continuamos en la fase 0, no se puede salir a la calle a esta hora». Y, en un tono autoritario, que no había utilizado hasta ahora,añadió: «¡Vuelve a casa!»Miró a su alrededor y comprendió que la voz de Xandra venía de su cerebro. Gritó, «¡No!» y continuó gritando «Xandra, vete de mi cabeza», «¡Te odio! Déjame en paz!» Un vecino, seguramente el más audaz o el más curioso, asomó la cabeza. Sergio lo miró con ojos desorbitados. El vecino, rápidamente, se metió en su casa. Sergio cayó de rodillas, golpeándose la cabeza con los puños.Babeando, no dejaba de gritarle a Xandra que saliera de su cabeza, que lo dejara en paz, que necesitaba descansar;quería estar solo y dormir para después despertarse de esta pesadilla.

No habían pasado diez minutos cuando desde el hueco de la escalera asomó la cabeza un médico del SAMUR que inmediatamente analizó la situación.Sergio, lo vio, se levantó y se puso contra la pared sin dejar de gritar, ahora no solo a Xandra, también al médico. Este se dio la vuelta y, en voz baja, le pidió a su compañero la activación de la Unidad de Transporte Psiquiátrico, después, con voz pausada, le pidió que se calmara, que respirara profundamente. Sergio mantenía una actitud agresiva, no lo dejaba acercarse, mientras seguía diciéndole a Xandra que no la quería y que se marchara. La situación permaneció más o menos así hasta que irrumpieron dos celadores jóvenes y fuertes que lo sujetaron y le colocaron una camisa de fuerza, entonces entró otro médico que le puso una inyección de Haloperidol. Pasaron unos minutos y Sergio dejó de resistirse. Lo introdujeron en el ascensor. Ya en la ambulancia, sedado, sin la camisa de fuerza, pero sujeto por correas a la camilla, sus músculos se relajaron y su cabeza se despejó, solo quedó habitada por la dulce voz de Xandra cantándole una nana.

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Xandra