viernes. 29.03.2024

Vértigo (De entre la wii)

Los primeros días del 2011 aún resonaban las listas de lo más destacado del año anterior y, por segundo año consecutivo, Avatar, la película de James Cameron sobre reencarnaciones, planetas de ensueño y desastres medioambientales, se colaba con todos los honores entre ‘los más del…’.

nuevatribuna.es | 29.01.2011

Si a principios del 2010 se impuso como la película más taquillera del 2009 y de la historia, hoy se erige como la más descargada de Internet durante el 2010, para disgusto de Ángeles González Sinde y su polémica ley. Y no es de extrañar.

¿Quién no ha soñado alguna vez con reencarnarse en otro ser capaz de llevar a cabo inimaginables aventuras? Sin ir más lejos el otro día mi padre, honorable profesor en el ecuador de la sesentena, puso en práctica su sueño de hacer boat-surfing. Tenía todos los elementos necesarios para ello: mar, tabla, una lancha de última generación y, lo más importante, su ‘avatar’. En efecto, a pesar de la excelente condición física de la que goza, mi progenitor, hombre prudente donde los haya, consideró más apropiado surcar las aguas a través de un solícito mini-yo virtual minuciosamente diseñado con ayuda de toda la familia, que hacerlo él mismo arriesgándose a dejar un guionista huérfano en el camino.

El ‘avatar’ de mi padre, eso sí, resultó mucho más de andar por casa que las imponentes criaturas azules ideadas por James Cameron. Al igual que el marco de su frenética incursión en el mundo de los deportes marítimos: lejos del exotismo del planeta Pandora y de la apabullante base militar en cuyas instalaciones los humanos se reencarnaban en criaturas Navis, a mi padre le bastaron la consola y sus socorridos gráficos para sentirse el ‘beach boy’ número uno. Tras una comida familiar en casa de uno de mis primos, sus hijos se adueñaron de la sobremesa amenizándola con actuaciones varias, entre ellas una demostración de sus habilidades al mando de la wii de Nintendo.

“Qué pena que los niños de hoy estén enganchados a los videojuegos”, pensé. A mi nunca me llamaron lo más mínimo la atención, prefería pasarme las tardes viendo películas en vídeo, metiéndome en la piel de Rick Blaine, Dick Tracy o Norman Bates, antes que en la de Mario Bros. De repente me entraron ganas de sustituir las patadas virtuales por un sueño de celuloide. Iba a proponer ver alguna buena película cuando de repente los hijos de mi primo reclamaron a mi padre como nuevo compañero de juego. Para que pudiera unírseles fue preciso crear un nuevo usuario en la consola, un personaje virtual diseñado a imagen y semejanza de mi padre a partir de una combinación de características y rasgos preestablecidos lo más parecidos posible a los suyos propios, que pasaría a formar parte del grupo de ‘avatares’ compuesto por los creados anteriormente para cada miembro de la familia.

Una vez que el ‘avatar’ estuvo listo, mi padre dio rienda suelta a su pasión surfera para deleite de todos, que no podíamos contener la risa ante su cara desencajada y sus aspavientos mientras manejaba los mandos de la consola para dirigir a su conseguido mini-yo en su odisea acuática. Al rato mis sobrinos se habían cansado del boat-surfing y demandaban, cual romanos en las gradas del circo, nuevo juego y jugador. Le había llegado el turno a mi madre a la que, aún bajo los efectos de la digestión, la idea de ponerse a jugar a los bolos aunque fuese a través de un mini-ella, no le apetecía lo más mínimo. Entre todos le creamos un nuevo ‘avatar’ a su medida. Mis sobrinos, mis primos y yo mismo, participamos en el proceso, discutiendo qué características y rasgos femeninos de los ofrecidos por la consola se adecuaban más a los de mi madre, indiferente a los esfuerzos de la improvisada corte de ‘pygmaliones’ por esculpir a la Galatea perfecta.

De todos ellos el más entusiasta era sin duda mi padre que, cada vez que alguien proponía un rasgo nuevo, lo descartaba para proponer otro que poco tenía que ver con la apariencia actual de mi madre sino con su aspecto más juvenil de décadas atrás. Su cortos rizos de hoy dejaban paso en la pantalla a la larga melena de antaño; el castaño claro al caoba de entonces; las facciones alargadas a otras más suaves y redondeadas. La excitación surfera de mi padre, al embelesamiento mientras contemplaba a su mujer ‘revisitada’. Una vez que el nuevo ‘avatar’ estuvo listo se incluyó junto a los demás, entre los cuales figuraba el de un familiar muy querido fallecido semanas atrás. Al fondo de la sala, su viudo permanecía de pie con la mirada perdida en la pantalla. Pensé en el James Stewart de Vertigo. En su intento por recuperar a Madeleine moldeando a Judy a su imagen y semejanza. En la resurrección imposible. Me dispuse a sugerir que dejásemos de jugar y pusiésemos una película, pero enseguida abandoné la idea. Una, como la vida misma, acababa de pasar ante mis ojos.

Enrique Esteve | http://blogs.nuevatribuna.es/blogup

Vértigo (De entre la wii)