jueves. 28.03.2024
cultura

Una vez veía la obra trataba de realizar una extrapolación de la misma a la época actual, sobre todo en lo que se refiere a la capacidad de entenderse entre diferentes ideas políticas y diferentes objetivos por parte de los políticos actuales y sentía una cierta envidia de la discusión que mantenían

Por Mario Regidor | Recientemente, tuve la oportunidad de asistir a la representación de la obra Voltaire y Rousseau: La Disputa, dirigida por Josep María Flotats e interpretada por el propio Flotats en el papel de Voltaire y Pere Ponce en el papel de Rousseau.

La premisa básica de la obra arranca con un panfleto anónimo que corre por la ciudad en la que se critica a Rousseau por haber abandonado a sus 5 hijos en un hospicio pero no deja de ser un McGuffin para hablar de Dios, la educación, la amistad, la igualdad, el propio teatro, etc.

Voltaire y Rousseau fueron contemporáneos, quizá de la mejor generación de filósofos franceses de todos los tiempos, que alumbraron la Enciclopedia Universal con D´Alambert y Diderot entre otros.

Pero lo que también hay que decir es que la inquina entre ellos fue especialmente notoria, más bien de Voltaire a Rousseau que a la viceversa pero, en cualquier caso, mutua.

En la obra Rousseau acude a la casa de Voltaire a pedir consejo y plantear sus teorías acerca del posible autor de aquel libelo difamatorio. Tiene un sospechoso claro pero Voltaire no le da la razón, ni tampoco se la quita… Y así se va sucediendo la dialéctica entre ambos tocando los más diversos temas que ocupaban las discusiones intelectuales de la época a finales del Siglo XVIII ya anteriormente reseñados.

Las ideas de Rousseau y Voltaire difieren en múltiples aspectos y generan múltiples contradicciones. Valga algún ejemplo para ilustrarlo: Rousseau piensa que “el hombre es bueno por naturaleza” pero eso choca con una situación preeminente de sistemas políticos cercanos al totalitarismo. Conviene recordar que las monarquías absolutas campaban por doquier en la Europa de finales del Siglo XVIII y, seguramente, el entorno socio-político influyó en su concepción de los sistemas de gobierno.

Quizá tenga más razón de ser otra de sus sentencias míticas encontrada en la obra “El Contrato Social” “El hombre nace libre pero en todos lados está encadenado”. Su querencia por la religión, al ser criado por su padre, calvinista de sentimiento religioso influyó notablemente en su carácter. La vida en el campo y la bondad natural del ser humano que la venía a corromper el mero hecho de ser permeable a notables influencias propias de la vida en sociedad, constituyen rasgos a tener en cuenta de su pensamiento filosófico.

Voltaire, por su parte, era mucho más “ilustrado”, si se quiere, que su contemporáneo. Al menos, mucho más acomodado a las líneas maestras emanadas de la Ilustración y la Enciclopedia. Para empezar, el papel de la religión estaba totalmente subordinado a las realidades seculares de la vida en común y, sobre todo, de los sistemas políticos imperantes.

La vida en sociedad constituía, para él, una de las principales causas del progreso humano y del avance de nuevas sensibilidades políticas, sociales y económicas fruto de la interrelación de seres humanos diferentes en sus ideas y en su forma de llevarlas a la práctica.

Durante hora y media, ambos se enzarzan en una serie de disputas realmente entregadas pero donde nunca se pierde el respeto y la capacidad de escuchar y entender al semejante llegando, incluso, a tratar los diferentes puntos de vista de forma muy empática, poniéndose en el lugar del otro.

Una vez veía la obra trataba de realizar una extrapolación de la misma a la época actual, sobre todo en lo que se refiere a la capacidad de entenderse entre diferentes ideas políticas y diferentes objetivos por parte de los políticos actuales y sentía una cierta envidia de la discusión que mantenían en la que, pocas veces, lograban ponerse de acuerdo pero que, aún así, mantenían una cierta cordialidad en las formas que podían acercarles a un acuerdo.

Necesitamos muchos Rubalcaba de diferentes ideologías en la política española

Todo lo anterior viene a colación de la nostalgia que siento por la reciente pérdida de uno de los más insignes y mejores políticos de la historia de nuestra reciente democracia. Me refiero a Alfredo Pérez Rubalcaba.

Una persona que, con su talante, su capacidad de diálogo, el respeto al adversario desde la defensa de sus ideas progresistas y el poso de simpatía que dejó cuando abandonó el escaño y retornó a su puesto docente le sitúan, en lo que a mi sentimiento se refiere, en el panteón de seres humanos ilustres y próceres de la democracia en nuestro país.

Necesitamos muchos Rubalcaba de diferentes ideologías en la política española, donde a la resolución de las más enquistadas controversias se trate de resolver con mucho diálogo y, si esta solución, no funciona, tendremos que recurrir a mucho más diálogo. Descansa en paz maestro…

Voltaire y Rousseau: la conversación