jueves. 18.04.2024
Ángel Guinda: (Foto: Berna Martínez Forega)
Ángel Guinda: (Fotos: Berna Martínez Forega)
 

MANUEL MARTÍNEZ FOREGA  

En 1984, e incluido luego en Breviario (1992), Ángel Guinda escribió: «Dije: Escribir como se vive. Muerto, ya sólo puedo vivir como he escrito». Treinta y seis años después, en Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones (2020); esto es, justo cuando cumplía el doble de esos años, redactó con rigurosa humanidad este severo verso naturalista: «El muerto que llevo vivo pronto saldrá de mí.» Lo hizo antes de «ver voces por el suelo» que «son recapitulaciones» y de su categórica afirmación «¡Soy ocaso!»; y después de haberse mirado en un «espejo embrujado» donde quien se refleja no es él, sino una «amada» «¡blanca y azul como una isla griega!», exuberante y bella metonimia de la ausencia, profundo epíteto de la Nada.

El 29 de enero de 2022, con 73 años, Ángel Guinda no muere: sigue soñando, y tengo la sospecha de que aprobará abiertamente esto que digo, por cuanto Ángel Guinda se ha rebelado siempre contra todo, contra la muerte incluso.

Su escritura se enfrenta a la realidad («Escribo contra la realidad, no sobre ella»); su yo es un yo solo frente al mundo («Muchedumbremente solo»); su mundo no es de este reino; su demonio es un auténtico dios; su imaginación y su fantasía son palancas para impulsar recursos estéticos olvidados; su onirismo es materia poetizable; sus textos claman contra la injusticia y arengan a aliarse en contra del Poder; celebran el cuerpo, lo visten de belleza y proclaman la fortaleza de su juventud; su léxico y sintaxis indagan en la transformación y búsqueda de lo nuevo; su poesía cifra en la utilidad pública la capacidad de movilizar la sensibilidad de las masas. Es solidaria y crítica; beligerante y amorosa; pedagógica y aforística; es una parte de sí mismo, es un apéndice vital, connatural a su ser y ajeno al parecer. No finge, es sincera; toma de la tradición lo que es tradicional, invoca su poder subversivo y transformador. Su poesía es, también, todo. En fin, su romanticismo es tan elocuente que extraña su inadvertencia por parte de los exegetas cercanos a obra. Él mismo afirmaba que «revolución sexual y Romanticismo están todavía por hacer». Lo dijo muy poco después de que apareciera en 1983 su Crepúscielo esplendor. Por las mismas fechas concluyó advirtiendo que Bécquer y el poema «Canto a Teresa» de Espronceda palpitaban en su interior. Si su poesía es ‘todo’ lo es porque mira al mundo como su igual; lo enfrenta desde un lirismo microcósmico que posee la misma magnitud que el macrocosmos y no se supedita a él. «No mires lo que ves, sino lo que te ciega» es axioma conocido que nos sitúa en el centro mismo de la proclividad romántica para él irrenunciable.

Espronceda ordenó al sol no sólo que se detuviera, sino que, además, le mirara, y lo hizo para ver no lo que podía ver, sino lo que le cegaba. Hay mucho más en ese sol esproncediano, y ese mucho más es el claro síntoma de que el romántico podía, incluso, detener el sol y mirarlo cara a cara, como a Dios, y, naturalmente, decirle cuanto quisiera: una de las cosas que le decía con ese gesto es que se oponía al orden natural y al orden social establecidos. Goethe ya lo había hecho por boca de Fausto mientras su criado Wagner cerraba los ojos a la revelación. Schiller, en El buceador, «detenía las olas del mar y había destronado a Posidón». La singularidad de Ángel Guinda estriba en haber sostenido la tensión del espagat romántico y enfrentarse al orden estilístico establecido por la poesía española de su grupo -pese a que ese cambio fue necesario- y de perseverar en su distinción hasta ser imitado por muchos de los que hoy son sus epígonos, henchidos por los vientos del postmodernismo en la década de los ochenta, y que anunciaron con autocomplacencia en los noventa el fin de la Historia. Ángel Guinda se ha mantenido siempre al margen de las corrientes, resistiendo cuantas avenidas e inundaciones se han ido sucediendo desde su pertenencia a un grupo que es imperativo asignarle por principios puramente biológicos y aguantando los tsunamis mediático, académico y editorial. Desde Vida ávida (primer título para él canónico) ha sido así. Luis García Montero -epígono- en un articulico publicado en el nº 37 de República de las Letras y que pasó prácticamente desapercibido, se portó muy descortésmente con sus antecesores literarios: explícitamente, con los más próximos y por omisión con los más lejanos. Se atribuye allí un qué sé yo de originalidad al descubrir supuestamente una poesía de la experiencia real, para la realidad y desde la realidad. Soslayó nombres determinantes que todos guardamos en nuestra memoria; pero, sobre todo, cometió un grave memoricidio con Ángel Guinda, quien, desde aquella orilla había ya inoculado el virus de la innovación formal y no se cansaba de repetir: «Si no escribes como vives, vive al menos lo que escribes».

angel guinda 2Ángel Guinda: (Fotos: Berna Martínez Forega)

Hasta Claustro (1991), la poesía de Guinda puede considerarse una obra «zaragozana», un tránsito que desembocará en los reposos reflexivos de Después de todo (1994), Conocimiento del medio (1996) y La llegada del mal tiempo (1998) para, a continuación, regresar hasta las maneras de sus primeras rupturas formales: hará acopio de la intratradición, de la propia diacronía guindesca, y, junto a la lengua sencilla que configura su estilo más personal, nos retrotraerá a aquella profusión verbal de homofonías conceptuales, paradojas, paronomasias, antítesis bruscas como explosiones de luz o de sombra, arrebatado por el vertido léxico de la imagen y la metáfora surreal, de los brutales encabalgamientos, aliteraciones, asíndeton, sinestesias, amorfismos, sustantivaciones adjetivas..., libertad, en fin, para la forma de la palabra hasta, si fuera preciso, «rom-perla». Pero libertad también para la imaginación y para la fantasía que rescata su Vida ávida y su Crepúscielo esplendor, títulos de los ochenta que nada tenían de postmoderno y sí mucho de manifiesta avanzadilla contra el esnobismo culterano y el neomarxismo impúdico, monárquico y seminarista de las aulas de entonces. Realiza un ejercicio memorístico cuya primera síntesis resulta ser su insistencia en aquella forma y aquel contenido beligerantes, opuestos otra vez a lo que se nos ha dicho y cómo se nos ha dicho en verso durante los últimos años. Incorpora aquellos valores del ser romántico, entre los que se encuentra la fe en sí mismo. Es la etapa de Claro interior (2007), Poemas para los demás (2009), Espectral (2011), Caja de lava (2012) y Rigor vitae (2013), títulos que perseveran en tener «claro lo oscuro» y en oponerse al «oscuro exterior»; desplaza hasta su forma versicular lo que en otro tiempo fue aforismo; incorpora a Dadá en su «Discurso»; clava «los codos en Dios»; dice otra vez «NO»; sintetiza la aspiración a la libertad con un simple sufijo; blasfema y desobedece, como antaño y como siempre. «Atravesado por un rayo de sombra», parafrasea la poesía clásica y la moderna; adoctrina y asesora con modesta elegancia a la vez que «siembra relámpagos», «descerraja el aire», «atropella la luz», ama y folla... Martillea nuestras conciencias estéticas y sociales, pero lo hace desde la invocación a la libertad de la forma, desde la libertad del pensamiento, desde la libertad a ser un sí mismo capaz y cabal, poseído por la poesía y poseedor de ella «dentro y fuera del mundo» y de sí mismo. Todavía viene «al mundo para destruirlo y, de las ruinas, levantar otro orden». Nada exceptúa tanto su romanticismo como los textos de este Guinda que, semejante a un dios mayor, afirma con rotundidad: «abro los brazos y cierro tempestades»; un poeta que «persigue la luz de lo profundo» y, sin embargo, como hombre, tiene miedo y solicita un abrazo.

(Advierte el gorrión el eco de las campanas: tomará su desayuno en la terraza del «Sombrerete», donde jamás se verá sorprendido por el filo súbito de la muerte).


Manuel Martínez Forega | Es escritor y traductor

Vivir quiero conmigo… Ángel Guinda: el romántico inadvertido