martes. 19.03.2024
Muerte en Venecia

Mi intención al escribir este artículo es compartir algunas reflexiones acerca de los dos distintos perfiles que describen al protagonista de la obra de Thomas Mann “La muerte en Venecia”, según  se aprecia al comparar lo que Mann plasma en la novela con los rasgos de personalidad con que Luccino Visconti singulariza al personaje en su versión cinematográfica de la obra.

En el poema Belleza y Muerte de  August von Platen-Hallermünde, poeta alemán nacido a finales del siglo XVIII, encontramos una suerte de maldición que anticipa lo que más de un siglo después le depararía el destino a Gustav von Achenbach, el protagonista de La muerte en Venecia. Dice Platen-Hallermünde en su poema: “quienquiera que haya contemplado la belleza con sus ojos quedará condenado a seducirla y a satisfacer el ansia de poseerla, y si no fuera así, su condena será morir”.

Thommas Mann creó al protagonista de su breve novela partiendo de una vaga similitud con el compositor Gustav Mahler, de quien tomó prestado su nombre de pila y también la dedicación a un cometido creativo que Mann no quiso que fuera la composición musical sino el talento de un afamad0 escritor. Por el contrario, si acudimos a la adaptación cinematográfica de Luchino Visconti estrenada en 1971 (Morte a Venezia), comprobamos como el director no se ajusta completamente a la novela y decide que Gustav von Achenbach sea un célebre compositor a quien le concede rasgos claramente alusivos a la biografía de Gustav Mahler, como por ejemplo la muerte de su hija pequeña, una tragedia idéntica a la que sufrió el compositor austríaco cuando perdió a su pequeña Putzi a la edad de cinco años como consecuencia de un proceso infeccioso complicado. 

Visconti otorga a Von Aschenbach el perfil de un hombre abatido, propenso a la melancolía y condicionado por una cardiopatía, la misma enfermedad que acabó con la vida Mahler. El protagonista (magistralmente interpretado por el actor británico Dirk Bogarde), acude a una Venecia paradigmática de la hermosura pero también asolada por una epidemia de cólera, cara y cruz de una antítesis que impone a la belleza convivir con la muerte y al esplendor con la decadencia, algo equiparable a lo que sucede en el confuso y perturbado mundo interior de Gustav von Achenbach, un ente atormentado que Visconti muestra al espectador como un ser en declive que avanza con dificultad hacia el ocaso de su vida. 

Sin embargo, la funesta languidez que caracteriza al protagonista de la obra cambia inesperadamente cuando es consciente de la existencia de Tadzio, un joven, casi un niño, a quien Thomas Mann describe como «un ser bellísimo, con una hermosa cabellera color miel, boca adorable, una especie de estatua griega con pureza de perfección en sus formas». La visión del bello Tadzio, paradigma de la juventud varonil ensamblada con la belleza, consigue que Von Achenbach encuentre en la contemplación del efebo, un camino que le eleve a las más altas cotas de una espiritualidad que hasta entonces contemplaba como funesta y desesperanzada.

Es así como la epifanía de Tadzio despierta en Aschenbach una obsesión incontrolable que trata de llevar en secreto, con el máximo recato, e incluso un ápice de cobardía. A partir del punto de inflexión que supone la presencia del efebo en la apagada existencia del protagonista, la trama de la historia fluye envuelta en un halo de pasión y de obsesiones —tanto en la novela como en la película—, un cúmulo de sentimientos y aconteceres que Visconti acompaña con el fondo musical del cuarto movimiento de la 5ª Sinfonía de Gustav Mahler, un etéreo adagietto donde la música evoluciona como una lenta curva gaussiana que hace su aparición como tenue murmullo que, muy lentamente, va ascendiendo hasta alcanzar un éxtasis de belleza que el oyente intuye por el énfasis que impone el crescendo. A partir de entonces la melodía vuelve a desvanecerse y avanza hacia el final dejando como poso una apacible placidez. Las notas de este adagietto contribuyen a que el espectador de la película entre en sintonía con el dramatismo y la atmósfera de belleza y decadencia que Thomas Mann plasmó en su novela. No obstante, los dos  Achenbach, el del libro y el del film, son muy distintos. 

Muerte en Venecia - 2

¿Por qué el Gustav von Achenbach de Visconti es tan distinto al de Thomas Mann?

Luchino Visconti fue un hombre de gustos refinados perteneciente a una prestigiosa y poderosa familia milanesa de centenario y rancio abolengo, que aplicó su talento a diversas facetas del saber y del arte, con sus dotes de cineasta, músico, pintor, literato y hombre de escena entre otras capacidades que dejaron una huella perenne en sus obras al superponerse en cada acto creativo. Para responder a la cuestión planteada, tal vez sería acertado contemplar el film desde la polimatía que caracteriza las producciones de este hombre del Renacimiento que fue Visconti. 

Morte a Venezia es un largometraje homónimo de la novela de Thomas Mann en el que el protagonista, Gustav Von Aschenbach, es alguien distinto en ciertos matices al sensible escritor que Mann creó en Der Tod in Venedig (título en alemán de La Muerte en Venecia)

En la novela, Aschenbach es un prestigioso escritor, amante esposo,  cariñoso padre. Un hombre comedido en su estilo de vida y muy centrado en su pasión por la escritura, aunque convive con el secreto de una pulsión inconfesable y jamás satisfecha. Ya en plena madurez, Aschenbach viaja a Venecia donde conoce a un hermoso adolescente polaco —casi un niño— que junto a su familia se aloja en su mismo hotel, el Lido. Apenas ve por primera vez al niño, Aschenbach se siente atraído por su belleza hasta el extremo de enamorarse apasionadamente. La aparición de Tadzio ante los ojos sin brillo de Aschenbach es descrita por Thomas Mann como una epifanía que pone al escritor cara a cara con la representación simbólica de la belleza, aunque sin  dar el paso que su ello desearía. El motivo de esta inacción es su sometimiento al rígido Super yo que le impele a detenerse en el umbral del desenfreno sin traspasarlo en ningún momento. Muy a pesar de ser consciente de que su obsesión es ardiente y casi incontrolable, Aschenbach consigue vivirla de un modo íntimo, callado, y en cierto modo cobarde.

En la otra cara de la moneda nos encontramos con el otro Aschenbach. Pese al respeto que Visconti muestra por el contenido de la novela de Thomas Mann, como director cinematográfico no tiene en cuenta —o no los acepta— los cimientos con los que Mann sustenta la pasiva contención del protagonista. El resultado es que Visconti le pierde el respeto a la idiosincrasia del protagonista, una irreverencia que queda patente al negarle el derecho a morir con dignidad mientras contempla a Tadzio —su representación simbólica de la belleza—  penetrando alegremente en el mar y completamente ajeno a los enrevesados conflictos que bullen en la mente de Aschenbach.

Así como la novela predispone al lector a mitificar la obsesión de Aschenbach como el amor platónico que surge como consecuencia de una idealización, Visconti se niega a justificar al protagonista. Es más, lo ridiculiza mostrándolo como un homosexual decadente y reprimido que al sentirse incapaz de consumar su entelequia, muere como un patético y viejo marica forzado por las circunstancia a aparentar una juventud imposible a través de la grotesca metamorfosis con la que intenta atildar su aspecto. La degradación de Von Aschenbach llega al clímax cundo al final de la película, un primer plano muestra la imagen de su sudoroso rostro por el que se desliza un chorretón de maquillaje mientras, embelesado y moribundo, contempla cómo Tadzio se adentra en el mar. 

Desde mis años de juventud he mantenido fresca en la memoria la eclosión de belleza que sentí al contemplar la escena final de Muerte en Venecia, sin embargo, el análisis comparativo de esos dos Aschenbach que hoy soy capaz de identificar por obra y gracia del paso del tiempo y la perspectiva que me confiere mi propia madurez, soy capaz de descubrir las crueles facciones de la decadencia que Visconti plasmó en el rostro del protagonista, unos rasgos en los que a pesar de todo aun percibo la belleza, aunque la sienta de un modo distinto a como la sentí hace casi cinco décadas al escuchar por primera vez el Adagietto de la Quinta de Mahler, sentado en una butaca cualquiera de un cine de Valencia, solo en compañía de mi mismo, y literalmente hipnotizado mientras miraba fijo a la pantalla. 

¿Porqué Visconti eligió una estética tan atroz y despiadada convirtiendo a Aschenbach en una tétrica caricatura?

Ante la incuestionable realidad que me impide mantener una conversación cara a cara con Luchino Visconti para formularle esta pregunta, no me queda mas remedio que especular. Y así lo he hecho hasta llegar a la conclusión de que tal vez el motivo de la humillación que la imagen de Aschenbach sufre en la película, tenga mucho que ver con la condición de homosexual convencido y reivindicativo que caracteriaba a Luchino Visconti. 
Desde una especulación libre y carente de mas argumentos que mi intuición, vislumbro la posibilidad de que Visconti no perdonara a Aschenbach que ocultara su homosexualidad al sentirse oprimido por un Super yo sometido a las normas socialmente consensuadas. Que no le perdonara su pasividad y sometimiento a  las reglas morales socialmente impuestas. Que no le perdonara que hiciera oídos sordos cuando el Ello le exigía la satisfacción de los placeres inmediatos que demandaban sus pulsiones sexuales primarias. Que no le perdonara en suma su reticencia a salir del armario. 

Estos pueden ser los motivos por los que Visconti le negara a Aschenbach el derecho a morir plácidamente con la dignidad que Thomas Mann (quien, por cierto, nunca negó su homosexualidad reprimida y su renuncia  a satisfacer el deseo que sentía) sí le concedió. 

No obstante, esta es sólo una hipótesis en clave de incógnita. Es pues potestativo de cada cual elegir con cuál de las dos opciones caracterológicas de la personalidad del protagonista de La Muerte en Venecia se queda, bien la de Mann o bien la de Visconti. 

Yo, lo confieso, me quedo con ambas porque cada una de ellas lleva su propio mensaje.

La muerte en Venecia