viernes. 26.04.2024

Ayer bebí un licor llamado Demolición 

y cayeron todos los ídolos de mi vida. 

Esta mañana estoy sola con algunos saldos, 

y una enorme resaca.

Arrebato, poemas de viaje es un canto a los pequeños momentos y a las grandes lecturas. O más bien diría algo más liviano, un tarareo, un poemario que retrata la vida a pinceladas en formato selfie. Más que una vista atrás, una vista al hoy y a los momentos a los que se vuelve a lo largo de todas las épocas. Como  el omnipresente verano, mediodía vital, paréntesis hedonista y renovador:  “Comienza el verano,/ alegre existir/ gran vacación de la Tierra./ Adiós mundo, demonio y carne.// En Otoño os necesitaré./ Volveré animada, dichosa, al fango.”

María Antonia García de León combina y recorre, en Arrebato, todo tipo de contrarios: de lo coloquial a lo grandilocuente, de la austeridad a la exuberancia, de lo cotidiano a los grandes clásicos; aglutinando todo ello con el contraste entre el tono desenfadado y las constantes citas y referencias. Adjetivaciones e ideas ya vistas y revisitadas, como esa de la vida como viaje, se oxigenan con giros almodovarianos “Dicen que soy Santa Ligereza./ Yo, una mártir postmoderna”, tanto en lo glamuroso como en el costumbrista retrato del origen castellano, en que imperaban “el ayuno de los sentidos” y el “aburrimiento refinado de provincias”. El libro se divide en tres partes, la primera de ellas, La vida, el gran viaje, describe las etapas vitales, “en aquella esquina/ estrené la vida”, hasta llegar al momento actual, en que no impera la nostalgia, precisamente. La segunda parte, Fugas, es un recorrido por lugares remotos y cercanos, históricos y autobiográficos, Estambul, San Francisco, Venecia, La Mancha, México… instantáneas que retratan el viaje y la propia vida. Arrebato cierra con una recopilación de aforismos y sentencias de diversos tonos,”cogitaciones, flashes” y “migajas”, los bautiza la autora.

La magdalena de Proust “ha sido sustituida por el selfie”, nos diceMaría Antonia en uno de los flashes finales. Pero ella más bien la ha sustituido por ese encuentro con una misma a través de todas sus etapas y lugares; y por ese vestido amarillo vislumbrado a traición en un escaparate, una fisura al pasado: “estilete del tiempo”. Porque lo importante no es el viaje, escribe  Montserrat Cano  en ese epílogo imposible que cierra el libro, sino el equipaje: “la cultura y la pasión”, en este caso. Y un surtido abanico emocional, porque, como dice María Teresa Espasa en el prólogo: “a través de las páginas de esta obra, la autora nos habla de tristezas, vivencias, amores, nostalgias, encuentros, desencuentros y deseos, considerando que escribir poesía es deslizarse por una espiral de sensaciones”.

La vida en formato selfie