miércoles. 24.04.2024
LECTURAS SUMERGIDAS | REVISTA LITERARIA

Los viajes transformadores de Paul Bowles

Por Emma Rodríguez | Al comienzo de “El cielo protector”, su obra más célebre, Paul Bowles deja claro que la diferencia fundamental entre el turista y el viajero reside en el tiempo.

Paul Bowles
Fotografía © Swiss Foundation for Photography and Rodrigo Rey Rosa

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma RodríguezAl comienzo de “El cielo protector”, su obra más célebre, Paul Bowles deja claro que la diferencia fundamental entre el turista y el viajero reside en el tiempo. “Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra”, dice el narrador de la novela, quien alude también a otra distinción: “el turista acepta su propia civilización sin cuestionarla”, no así el viajero, “que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan”. En esta breve y certera argumentación se dibujan no sólo los rasgos del Bowles viajero sino su manera de abarcar la existencia.

“Mi interés por las culturas extrañas era ávido y obsesivo. Estaba convencido de que me era beneficioso vivir entre personas cuyas motivaciones no entendía; tan irracional convicción era sin duda un intento de justificar mi curiosidad”, confiesa el escritor en “Memorias de un nómada”, un libro que repaso recién terminada la lectura de “Desafío a la identidad”, título con el que Galaxia Gutenberg publica un riquísimo compendio de sus artículos de viaje: tránsitos de ida y vuelta; caminos y fascinaciones de quien nunca se resistió a buscar la poesía y la magia allá donde los sueños le indicaban que podían hallarse.

Durante una época leí mucho a Paul Bowles, subyugada por sus universos remotos, por su indagación en las diferencias, por sus peregrinaciones en busca de calma y de sentido, por su manera tan especial, tan distante, de mirar al mundo sin llegar a implicarse del todo, por su voz diáfana. Una  voz capaz de llegar al corazón de las cosas sin dar rodeos, provocando un suave aleteo de melancolía, una dulce y envolvente tristeza, un sentimiento de fragilidad y de pérdida, de soledad e insignificancia ante la grandiosidad del universo, pero también dispuesta a atrapar la energía estimulante de los despertares, de lo recién descubierto; la sonrisa cómplice que se instala en los labios ante giros inesperados, divertidos, ante situaciones cómicas, nacidas tantas veces de la constatación de las distancias entre las culturas, entre las personas.

Mucho de eso me lo he vuelto a encontrar ahora en un volumen que he recorrido gozosamente, cuya lectura he vivido como un reencuentro con alguien a quien nunca había olvidado. He regresado al universo de Bowles, he seguido sus rutas y he buscado sus composiciones musicales, animada por las constantes referencias a la música en sus textos, por la importancia que adquieren en los mismos los sonidos, lo que se escucha. He recuperado la imagen y la palabra de Bowles gracias a la adaptación cinematográfica que Bernardo Bertolucci realizó de “El cielo protector”.

En la película el escritor, que se prestó a hacer el papel de narrador, aparece sentado al fondo del café, observando con los ojos sabios del anciano, los movimientos de sus personajes, releyendo su propia vida, porque hay mucho de su vida en “El cielo protector”: la presencia permanente de los sueños, la conflictiva y siempre cómplice relación con Jane Bowles, el deseo de huir muy lejos de Norteamérica, las ansias de moverse, de no parar, hasta encontrar por fin el lugar en el que percibir una cierta plenitud. Hay un momento estremecedor en la novela en el que la pareja protagonista contempla a un viejo y venerable árabe, inmóvil en lo alto de una roca en medio de la majestuosidad del paisaje, y él le dice a ella: “El cielo aquí es muy extraño. A veces, cuando lo miro, tengo la sensación de que es algo sólido, allá arriba, que nos protege de lo que hay detrás”. Y ante la pregunta de lo que ha de encontrarse al descorrer las cortinas celestes, responde: “Nada. Solamente oscuridad. La noche absoluta”...

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