viernes. 19.04.2024
ls
Fotografías: Milan Kundera por Catherine Hélie © Gallimard

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | Quienes nos dejamos cautivar en su día por historias como “La insoportable levedad del ser” o “La inmortalidad” de Milan Kundera; quienes seguimos leyendo después al autor checo, apreciando sus reflexiones sobre la lentitud, la identidad o la ignorancia en entregas tituladas precisamente con esos conceptos, no podemos dejar de sentir una especie de agitación al abrir las páginas de “La fiesta de la insignificancia”, obra que supone su regreso después de catorce largos años de silencio.

Habíamos olvidado ya la manera tan particular que tiene Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929) de abrir su ventana al mundo. Habíamos dejado de percibir su filosofía de lo cotidiano como acompañamiento y habíamos perdido la costumbre de formular preguntas del tipo: ¿Hay un vínculo secreto entre la velocidad y el olvido? ¿dónde ha ido a parar la individualidad, la intimidad, en un mundo en el que tanto se persigue y se fomenta la celebridad? ¿dónde están los límites entre el cuerpo y el alma? o ¿tiene algo que ver el amor con la sexualidad?

Aunque en estos años el escritor, tan reacio a conceder entrevistas, a descorrer las cortinas de su vida privada, había saltado a las primeras páginas de los periódicos para defenderse y negar que en su juventud -tal como denunció una publicación checa- hubiese delatado a un compatriota durante la época del régimen estalinista instaurado en su país tras el golpe de estado de 1948; aunque hubiésemos recibido noticias más literarias sobre él, como la incorporación de su obra -por primera vez la obra de un autor vivo- a la mítica Biblioteca francesa de la Pléiade, habíamos dejado de leer esas historias tan originales, tan extrañas, de Kundera.

De ahí que regresar a él supone recuperar de golpe un montón de preguntas arrinconadas, intentar arrancar la niebla de los recuerdos e identificar de nuevo qué fue lo que nos cautivó de sus novelas, por qué esa atracción por unos personajes insatisfechos: exploradores del sexo y del amor en toda su gama de emociones; actores de un mundo cambiante que les obliga a tomar decisiones y a sobrevivir con sus búsquedas, sus obsesiones, sus dolores y nostalgias a cuestas. Eso está en Kundera y también esa manera de narrar en la que el autor se niega a mantenerse fuera e incita a sus lectores a intervenir en el diálogo, en la escenificación que es cada una de sus narraciones, esos escenarios a los que una serie de personajes se suben para representar la eterna obra de las contradicciones humanas, con una especial sensibilidad para remover las quietudes y hablar de lo que en el fondo más nos inquieta y perturba.

Recuperamos a Kundera, a ese Kundera carismático y secreto que tanto nos seduce, y nos damos cuenta de hasta qué punto ha sabido envejecer, de hasta qué punto puede permitirse ahora, a sus 85 años, sobrevolar por encima del presente, de su propia obra, de sí mismo, reivindicando la ligereza, la capacidaddel ser humano para el humor, para la broma, para la relativización de la tragedia. Parece que estamos ante una comedia, ante una parodia un tanto surrealista; esa parece haber sido la pretensión del autor y el propio ritmo del relato nos llevan a intuir la libertad, la falta de presiones, a la hora de ponerse ante la hoja en blanco y dejarse llevar; pero, como en todos los libros de Kundera, hay una significación de fondo, una argumentación, una metáfora de lo vivido. Podemos, y debemos leer “La fiesta de la insignificancia” como un mero divertimento, recorrer sus páginas como quien observa el discurrir de un pequeño afluente juguetón, pero resulta muy estimulante ir viendo en el fluir de esas aguas el origen del río, reconocer las claves y las búsquedas que siempre han animado al autor a escribir, a indagar, a iluminar los rincones oscuros.

Como bien se indica en la contraportada de la edición española hay una cita en “La lentitud”, una conversación entre la pareja protagonista, que ya anticipa lo que ha de ser esta novela y que nos dice mucho de la coherencia del proyecto literario del autor checo.“¿Qué estás inventando? ¿una novela?”, pregunta Vera, angustiada, a su marido. “Me has dicho muchas veces que te gustaría un día escribir una novela en la que no hubiera una sola palabra seria. Una Gran Tontería Por Puro Gusto. Me temo que ya ha llegado el momento...”

En “La fiesta de la insignificancia” vemos, en efecto, a un Kundera que no quiere caer en las redes de un exceso de teoría, de metafísica, como en sus primeras entregas. Todo es mucho más sencillo, parece querernos decir. 

Se trata de quitar trascendencia a los grandes asuntos, a lo grave, a lo irremediable, porque la vida dura lo que dura y hay que ser conscientes de la leve felicidad que nos otorga. Pero ese anhelo ya anida en la Teresa de “La insoportable levedad...”, quien desea no tomarse las cosas tan en serio, deshacerse de los celos, no hacer una tragedia de todo, emprender el aprendizaje de la levedad, de la intrascendencia.

“Comprendimos desde hace mucho que ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su propia huida hacia adelante. Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en cuenta”, leemos en un momento dado en la nueva entrega de Kundera. Y más adelante aparecen las palabras “cansancio” y “tedio”. El escritor, que tanto ha reflexionado sobre el desencanto del comunismo, sobre el horror de los totalitarismos, sobre las manipulaciones de la historia, sobre los males de un progreso que nos ha conducido a un vértigo y a un exhibicionismo peligrosos, nos dice que no es posible cambiar el rumbo de los acontecimientos. Lo vemos en la orilla de los sucesos, escéptico ante los noticiarios, superado, tal vez, por la dificultad para interpretar tanto cambio veloz. 

Nos resulta fácil imaginar a Kundera reflexionando sobre ello mientras pasea por París, la ciudad en la que se exilió en 1975 sin volver jamás a su país natal, salvo literariamente, en “La ignorancia”, para convencerse a sí mismo de que ya no reconocía sus paisajes ni se sentía identificado con sus espacios...

Leer la entrevista completa en la revista.


Viaje de ida al centro de Milan Kundera