viernes. 29.03.2024
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He escrito menos aquí este año. Aquí y en cualquier otro lugar; apenas un ejercicio semanal de micro ficción para no “perder mano” y dos cuentos: uno que ya ha sido publicado en la antología Historias de Malasaña y otro que verá la luz en otra antología, creo que en octubre, ambos en la editorial Bala Perdida. Debería decir “este curso” en lugar de hablar de “año”, porque como soy profesora sigo midiendo las vueltas alrededor del sol de septiembre a septiembre, como cuando era alumna.

Ha sido un curso difícil, por los motivos que todos compartimos de incertidumbre o descalabro en los ámbitos de la salud y la economía; y también por imprevistos familiares, más o menos trágicos, más o menos irreparables, más o menos angustiosos. Como quien despierta en el cable del funambulista con la vara de equilibrio descompensada y sin una sola lección de circo entre pecho y espalda.

Así las cosas he tenido que priorizar tareas y eso implica renuncias. Iba a escribir que no pasa nada, es la vida; pero en realidad sí pasa de todo, aunque sea eso la vida. Ser adulta es inevitable. No siempre es cansado, no siempre es doloroso; en mi privilegiada situación (a pesar de todo, lo es), soy muy feliz incluso con la ansiedad y el miedo, la frustración, la pérdida… Metan en este saco lo que quieran, seguro que esto les suena.

El caso es que tengo unas semanas de inevitable pausa y me he ido al norte, como los pájaros, huyendo del calor. Como la vida es eso que decía más arriba, me he convertido en una lectora con estrategia de guerrilla: leo cuando puedo, donde puedo, como puedo…, si es que puedo. Llevo dos días pudiendo (y, por primera vez en meses, no de madrugada) de cinco en cinco minutos y casi he acabado dos capítulos de un libro sobre el que ya he escrito, Cromorama, de Ricardo Falcinelli en la editorial Taurus. Una frase me hizo parar y volver a leer varias veces: “Para comprender no basta solo con mirar, es fundamental situar el color en su contexto y preguntarse qué mundos y qué mentalidades lo han originado”. Se trata de entender qué significado tenían los colores antes de que el color fuera el resultado de procesos químicos de síntesis, tan asequibles en toda su diversidad  en comparación a otros siglos, tan propensos a la abstracción una vez que cualquier cosa puede ser de cualquier color y que éste ya no está ligado a difíciles procesos de fabricación, tinte y fijado. Puede parecer banal pero no lo es. La economía, la teología, la cultura en general y complejos procesos sociológicos se entrelazan con el uso del color.

Como tantas profesoras y profesores que conozco, cuando hago cualquier cosa encuentro con facilidad analogías con lo que enseño e intuyo nuevas estrategias para enseñarlo mejor; también cuando leo. Con la literatura pasa lo mismo que con el color, para comprenderla es necesario no solo leerla, sino situarla en su contexto, no como simple ejercicio memorístico de obras y etapas o años, sino para investigar cómo era el mundo en el que fue concebida. El azul es la enseña del Renacimiento y su precio lo convirtió en un color ligado a la religión católica por los lazos de la compensación, la posición social y, en última instancia, el miedo a la muerte y lo que será después, lo que multiplica el significado de tantos cuadros que ahora recuerdo haber visto en Florencia, por ejemplo, y les da un nuevo sentido.

De igual forma, cuando entendemos el siglo XIX, la Canción del pirata deja de ser una cantinela que aprendemos en Primaria y que habla solo  de aventuras; refleja entonces los valores individuales que ya emergen en ese mismo Renacimiento y que tanto se desarrollan en la concepción del hombre como ciudadano durante la revolución francesa para degenerar en los monstruos de otro tipo de obediencia colectiva contra los que se alzan los románticos. No puede entenderse a Julio Verne sin la ciencia moderna, ni a Virginia Woolf sin las universidades femeninas, ni a Borges sin Schopenhauer, ni El lazarillo de Tormes sin Erasmo de Rotterdam,aunque no puedan reducirse a estos elementos; todo su tiempo y la forma de esos entornos de leer e interpretar la historia precedente los sostienen.

El aprendizaje, para ser significativo, no puede estar totalmente compartimentado, debe ser global y holístico, y las relaciones entre las partes deben ser explicitadas en el proceso de conocer, no solo verbalizándolas, sino de manera performativa para que la comprensión no sea meramente intelectual.

Con frecuencia en las aulas se oye la pregunta de “¿esto para qué sirve?” y la respuesta esperada suele ser corto placista: o para aprobar o para nada. Cuando voy a empezar con la morfología y la sintaxis dedico siempre unas sesiones antes a trabajar sobre lo que necesitamos nombrar y por qué, en nuestro día a día; a los motivos de necesitar comunicarnos; a cómo establecemos relaciones interpersonales y con el entorno, y de qué tipo son esas relaciones. Al fin y al cabo el lenguaje no es más que un espejo (uno de tantos) de esas relaciones y, como tal, es una herramienta para conocer y expresar el mundo; de forma que la sintaxis y la morfología son el análisis que nos permite entender cómo funciona ese espejo. No lo hace más sencillo, pero le da un sentido y el sentido es la llave del interés, de la emoción, del conocimiento.

La educación es muchas cosas y para mí tiene que ver con la emoción que siento al descubrir, la necesidad de compartir eso que he descubierto, la felicidad de mirar cómo otros de repente ven lo mismo que tú o cómo a través de la proyección que tú has hecho ven algo nuevo y te lo muestran; tiene que ver con aportar y recibir puntos de vista y formas de mirar algo que, de tan cotidiano, parecía conocido e insulso o que, de tan lejano, parecía irrelevante o inalcanzable, y no lo era. Dialogar es lo que mantiene viva una clase.

La experiencia cultural no caduca, tiene múltiples significados que se amplifican en sus variadas combinaciones de forma sincrónica y vuelven a amplificarse en la mirada diacrónica. Lo más interesante al aprender y al enseñar, para mí, es la conciencia de que lo único que permanece en el tiempo es la variación, saber que la suma de capas de lectura enriquece el total, que además de la experiencia individual el ejercicio crítico es una experiencia colectiva y sucesiva que suma y crea colores nuevos sin sustituir o anular lo anterior, como en la impresión con tinta o las veladuras.

Lo más bonito es que tus alumnas te pidan que vuelvas, suele ser síntoma de que algo hiciste bien. Ya verán ustedes cuando descubran que el viaje es de doble sentido, y que aprendemos tanto de ellas, de ellos.

Veladuras