sábado. 20.04.2024

Manuel Vázquez Montalbán y su crónica sentimental de la Transición, escrita en 1984 para el dominical de El País y publicada librescamente al año siguiente, nos ponen a quienes les leemos frente a la contradicción de aquel cambio innegable llevado a cabo sin reparar las deudas, que las había. Las deudas históricas de los españoles.

La Transición, “aquel ensayo colectivo de reforma política”.

Año uno

Cuando se sitúa en el año 1973, el año en el que Franco deposite a Carrero en la pool position del futuro del régimen, el mismo año en que ETA haga volar por los cielos de Madrid al “visir de la regencia”, el intelectual español se pregunta si “viviríamos lo suficiente para pagar las letras del Seat 850”. 1973, el año de la fundación del Grupo Tácito, que no era una banda de rocanrol, no.

Los libros de Vázquez Montalbán son pura cultura, entendida ésta como lo que es: cuanto sale del caletre humano para entretener la eternidad.

En Crónica sentimental de la Transición, aquel seguidor impenitente del Barça, el mejor analista de la realidad a este lado de Occidente, quizás incluso muerto, no deja títere con cabeza pero sin acritud, sólo con su sabiduría callejera y universal.

Habla de los comunistas, claro, de quienes dice que fueron capaces de convencer “a buena parte de la burguesía española” de que no era tan fascista y de apuntarse a su Reconciliación Nacional, de manera que, a cambio de esto último, “conservaría la hegemonía, así bajo el franquismo como en lo que le sucediera”. De hecho, a Santiago Carrillo, algunos le verán, le vieron, como “si fuera un pobre tendero vendedor de prudencias e insuficiencias revolucionarias”. Y Marcelino Camacho, uno de los líderes enjuiciados de Comisiones Obreras, “era un síntoma del empuje crítico de la sociedad civil frente a un Estado embalsamado en vida”.

El pop, el rock, es una chuchería del espíritu que, en la última rigurosa contemporaneidad, ha ayudado a la juventud a envejecer sin suicidarse

Memoria y deseo: “el terror paraliza la memoria, pero no la destruye. Y con el tiempo se descubre que no hay otra victoria que la de la memoria, compensación melancólica al fracaso inevitable del deseo”. Toda una explicación de la memoria histórica sin nombrarla. Vázquez Montalbán fue de los que usó la expresión memoria colectiva.

A los españoles, como buen “pueblo suicida” que somos, Dios nos dotó de dos instintos, el de inmunidad y el de impunidad.

Año dos

1974 es ya el año del primer Gobierno de Carlos Arias Navarro, tremendo franquista, el último del régimen. El último Gobierno del régimen, he querido decir. No olvidemos que para MVM la Transición ya había empezado el año anterior. Pues bien, participación y apertura son las dos palabras mágicas del llamado ‘espíritu de febrero’, aquel entendimiento de la cabeza que tan mal se llevaba con la paralización del corazón, cabeza y corazón de Arias Navarro (que “revisaba los descosidos del régimen con el ceño fruncido”), se entiende. 1974, el año en que Salvador Puig Antich “pagaba el precio por las libertades futuras”, el año de la revolución de los claveles portuguesa, “aquel laico y rojo milagro de Fátima”, el año de la caída de otra dictadura, la de los coroneles en Grecia.En aquel 1974 España era todavía, no ya, ojo, todavía… “un país en fase de transición de la nada a la más absoluta pobreza democrática”. Vivía el Caudillo, no olvidemos. Aunque eso sí, “el Movimiento ni era general ni era movimiento” sino que más bien “se demostraba huyendo” (el Movimiento, digo).Pero no nos pasemos, la obediencia, no sólo la de los militares, la de todo el régimen, la de cualquiera que quisiera medrar o simplemente vivir tranquilo, seguía siendo una obediencia ciega a las consecuencias de la Guerra Civil. ¿Ciega?

En aquel tiempo anterior al hecho biológico, existía un “desfase evidente entre las superestructuras legales y políticas del régimen y el empuje de la sociedad civil”. Y en el mundo, en el mundo lo que había era “un supersistema mundial basado en el equilibro del terror”.

Año tres

El año del hecho biológico es 1975. “La concentración profranquista [tras los ajusticiamientos sin garantías legales de miembros de las organizaciones terroristas ETA y FRAP] le reportó al general propietario de la casa, el caballo y la pistola, su última satisfacción triunfal y el inicio de una larga y cruel”. A lo largo de dos semanas de noviembre, “mientras el país se dividía entre la congoja y el champán”, Franco se iba de este mundo ignorando quien había sido históricamente Franco. El “último parte real de la Guerra Civil” fue aquel que anunció a las cinco y veinticinco de la madrugada del día 20 del mes de noviembre que Franco dejaba de vivir.

Año cuatro

1976, ya reina Juan Carlos de Borbón, quien de momento mantiene a Arias Navarro al frente del Gobierno. En marzo, tras los luctuosos sucesos de Vitoria en el que murieron varios manifestantes disparados por las Fuerzas de (des)Orden Público, el ministro de la Gobernación Manuel Fraga diría que “la culpa la tenemos todos”. No sé si se explica. Arias Navarro dimite o es dimitido y el monarca elige y nombra a Adolfo Suárez, alguien de quien pronto sabremos que pareciera desear las dificultades.

En España, el fascismo no se hunde, se agota. Fascismo es la palabra que usa MVM. El cinismo distanciante y desalienado de Torcuato Fernández-Miranda y Suárez —“franquistas inteligentes” que conocían lo que quedaba del franquismo pero también el crecimiento de la contestación popular a lo que quedaba del franquismo y la crecida de la oposición cada vez más tolerada— tenía un plan y la realidad el suyo: del combatito entre esos dos planes, uno meditado y otro profundamente histórico, es decir, probable, saldría lo que quiera que fuese aquello que llamamos Transición. Sigo con MVM. “¿Para qué matar lo que ya se está muriendo?” En noviembre de aquel 76, las Cortes no llevan a cabo “una autoinmolación esencialista”, no se hacen un harakiri, aquellas Cortes, consultadas para informar positivamente de la Ley para la Reforma Política (una ley fundamental que derogara las otras Leyes Fundamentales y rindiera legalmente al franquismo), lo que hicieron fue morirse “de evidencia”. Y luego, la reforma triunfó plebiscitariamente.

Año cinco

1977 es el año de La Guerra de las Galaxias. Y… Y de aquellos siete días de enero, cuando todo pareció rodar hacia el vacío, hasta que la “fuerza contenida comunista y democrática [del entierro de los asesinados abogados de Atocha] impresionó a Suárez y su Gobierno y también, al parecer, al Rey”. Y en Semana Santa se legaliza el Partido Comunista de España (PCE): la democracia va ya desbocada. No se puede(n) aplazar las evidencias.

“Y mítines. Y manifestaciones autorizadas… Eran los meses del encantamiento”, anteriores a las primeras elecciones democráticas en décadas. En muchas décadas ya. ¿Qué podían hacer entre tanto los partidarios de “la memoria como el único paisaje en el que son posibles los deseos”? El 15 de junio, el electorado tuvo “más en cuenta la red que el salto mortal” y dio la mayoría no absoluta a la centrista UCD encabezada por Suárez, seguida por el PSOE y a mucha distancia por los comunistas y el partido de Fraga.

“La especial circunstancia del pacto transitorial, resultado más de una correlación de debilidades que de fuerzas, puso cautela en los pasos y sordina en las voces de los demócratas españoles recién salidos del largo túnel franquista. […] La memoria combativa de la izquierda perseguida con saña por el franquismo padeció una interesada amnesia controlada, para no inquietar o irritar a un antagonista que al fin y al cabo había ganado la guerra y la posguerra civil”.

El PCE era un partido de con veinte duros de teoría, pero millonario en sacrificio histórico mal recompensado por las urnas

Año seis

Llega “el año de gracia constitucional”, 1978, y la palabra es consenso. Se da “el invento de lo que será llamado Estado de las Autonomías, que no será federalismo ni simple descentralización administrativa generalizada, sino todo lo contrario”, una mezcla de toros mansos con “los dos toros bravos”, Euskadi y Cataluña. “¿Qué queda de España? Lo de siempre o lo de casi siempre, pero bendecido por un consenso constitucional”.

Y Vázquez Montalbán, en aquel 78, contestando periodísticamente a quienes desde la derecha gritaban "Con Franco estábamos mejor" con su genial respuesta de la vanguardia: "Contra Franco estábamos mejor", mezcla de “frustración y cansancio histórico”.

EL PSOE lanzaba “sus seguras redes de pragmatismo progresista”, y uno de sus dirigentes, a la sazón uno de los padres de la Constitución, Gregorio Peces-Barba, pudo decir aquello de: “Se terminó el tiempo de hacer ideología, ahora hemos de hacer política”.

Se aprueba a finales de año la Constitución, se da por acabado el consenso: “y ahora cada cual será cada cual”. Mientras, arrecia, sigue arreciando, “la amenaza de la involución golpista parafascista”, que es la que más le (pre)ocupa al bueno de Vázquez Montalbán, y las salvajadas de ETA, que salen algo menos en estas páginas.

La imaginación es lo más liberal que siempre ha habido en España

Año siete

“El desencanto estalla como una flor del mal en la primavera de 1979, quizá concretamente en el inevitable abril”. Tras la palabra consenso, ahora le toca el turno a la palabra desencanto: “empieza a cuajar un consenso general sobre el desencanto”. Y la gente de derechas se inventa un eslogan para contrarrestar dialécticamente el crecimiento de la delincuencia urbana: “¿No queríais democracia?” Es el año en el que el PSOE de Felipe González logra situarse en un punto equidistante entre el Todo y la Nada porque sabía que el futuro le pertenecía. Porque lo sabían González y los suyos. socialdemócratas del Norte antes que socialistas del Sur.

Año ocho

En 1980, el rey Juan Carlos (heredero de la dinastía borbónica, de Franco y de la ruptura pactada) seguía comportándose “como esos buenos árbitros de fútbol que pitan sin que se note”. El PSOE pierde una moción de censura contra Suárez, pero la gana. No sé si me explico. Mientras, “conspiraban los dueños del dinero” y también los militares, algunos militares. A la “insidia conspirativa” se sumaban “el azote terrorista y el fracaso de la aspiración de cambio en la sociedad”: la palabra es ahora inestabilidad. “Mataba ETA y conspiraban los militares. Por las buenas o por las malas”.

Año nueve

Vázquez Montalbán titula el capítulo dedicado a 1981 así: ‘Adivina quién viene a dar el golpe esta noche’. Sí, 1981 es el año del golpe de Estado. El año del golpe de Estado que no fue. Todo hay que decirlo. Bien lo sabemos. No ha acabado el primer mes del año… y Suárez dimite, según algún analista, “para preservar la supremacía del poder político”. Y… días después, el día 23 del mes de febrero… “¡Se sienten, coño!”

¿Aquel golpe se trató de un intento de acabar con la situación, con la democracia, o de corregirla?

Unos militares eran partidarios de un golpe moderado, otros de un golpe radical. Los primeros habían tratado de pactarlo con políticos, los segundos no

En cualquier caso, superado el susto (es un decir), Leopoldo Calvo-Sotelo(“personaje enigmático tal vez por el procedimiento de ser demasiado transparente”) sustituye a Suárez. La democracia continúa. La Transición no ha acabado. Por más que el propio Calvo-Sotelo cometiera la torpeza, el desliz, de anunciarlo pocos instantes antes de que el teniente coronel Antonio Tejero entrara en el Congreso de los Diputados y desbaratara el primer intento de investidura del nuevo presidente del Gobierno.

Curioso personaje Adolfo Suárez que en el momento de la derrota conmovía por los acentos de evidente dignidad histórica, una dignidad construida con materiales innobles de acarreo tardofranquista, pero que él supo homologar con la dignidad histórica de la democracia

España era por aquel entonces “una sociedad dispuesta a conciliarse con sus necesidades evidentes”. Una España en la que lo que se llevaba era la posmodernidad: la posmodernidad y la “gran liquidación de grandes valores absolutos e históricos por fin de temporada”.

Año diez

“¡Año 1982, qué bien pareces! Nacido para el esplendor en la hierba de los campos de fútbol” (no en vano, “la penúltima aportación de España en el segundo milenio de la era cristiana al acervo cultural de Occidente fue Naranjito, la mascota del Mundial”), en el año 82 España entró a formar parte de la OTAN mientras el desempleo crecía, seguía creciendo, insistentemente.

Despojado de antiguas “quimeras verbalizadas”, modernizado y ceñido a la promesa del cambio, el socialdemócrata PSOE gana por mayoría absoluta las elecciones generales de octubre:

“Las gentes se fueron detrás de la flauta de Felipe González porque tenían ganas de meterse en el mar”.

Aquella victoria electoral demostraba “la inutilidad monstruosa de la Guerra Civil, de aquella paz posterior salvaje y usurera, de una represión que sólo consiguió esconder las razones debajo de las cosas o a su sombra”. El PSOE victorioso regresaba al poder tras la derrota del año 39, y era más el PSOE de Prieto y Besteiro que el de Largo Caballero y Negrín.

“La inocencia histórica había llegado al poder y quizá, quizás la transición, la eterna transición de la historia de España, esa historia triste porque siempre termina mal, como había escrito Gil de Biedma, había terminado de una vez por todas”.

Se había producido “el desquite moral de la izquierda española”.

Y todo esto y mucho más fue la Transición

El recelo de Vázquez Montalbán “ante la función de la memoria y la nostalgia” le llevó (a la hora de escribir esta cultísima y divertida crónica sentimental) a renunciar a “la desfachatez nostálgica” para recordarnos aquellos tiempos en que se cumplió “parte del programa moral de nosotros, los acuarentados”.

“La Transición es una línea imaginaria que descarga de la obligación de llevar a cuestas toda la historia”.

Es una línea imaginaria que, como los periodos históricos que creamos los historiadores sobre el pasado, “conduce a la ilusión óptica de que la Transición es un período con entidad propia, un paquete perfecto”.

Los historiadores, los científicos supremos dela conducta, se han mostrado siempre recelosos de la nostalgia, que es una manera de falsificar la lectura del pasado

Leer aún hoy esta maravilla, esta joya literaria, este virtuosismo analítico de intelectual todo terreno, completo, sigue siendo el inconmensurable placer que fue leerla en su momento, aunque tal vez hoy multiplicando sus esenciales virtudes al convertirse en un libro de Historia majestuoso, necesario, culturalmente absoluto. Vázquez Montalbán, estés donde estés, ¡te echamos tanto de menos!

Vázquez Montalbán en el país de las maravillas