sábado. 20.04.2024
capitan-lagarta

La vaca estaba en un estado calamitoso, quería irse al otro barrio; por eso Luciana llamó a Noblejas, el veterinario. Doce segundos después de aparcar su viejo cuatro latas rojo, el alma de Isabelo Noblejas vino a caer al suelo en el momento de entrar en la cuadra: hacía cincuenta años que no veía a un animal tan acabado, consumido y maltrecho. Mientras acariciaba el pescuezo de la vaca, clavó su mirada cetrina en Luciana y sentenció con autoridad: “no hay nada que hacer, la vaca se muere”. “Doctor, haga algo, por el amor de Dios”, dijo la Luciana. Isabelo se quedó un minuto eterno pensando y luego habló: “En fin Luciana, hay un remedio que podría funcionar pero es milagrero y antiguo, muy antiguo, además sólo habrá de valer si usted lo aplica al pie de la letra...”. “¿Qué es?, ¿qué es?, contestó interesada la Luciana con lágrimas en los ojos, le juro doctor que yo por la Careta hago lo que haga falta, porque este animal es como de la familia, nació en la última legislatura de don Manuel Fraga, Dios lo tenga en la gloria; fíjese doctor, en la mancha negra que tiene en la cabeza, es talmente un sagrado corazón de Jesús”. Mientras Luciana hablaba, el veterinario notó como una mosca, que desde hacía un buen rato andaba zureando, se le posaba en la nariz, pero muy profesional la dejó hacer, inquietarse por unas cosquillas de nada delante del cliente y de la vaca rompería la confianza necesaria para que el antiguo remedio funcionase. La mosca, parada en el apéndice nasal de Isabelo, pensó con las pocas entendederas que la naturaleza dio a los dípteros: “extraño animal este que, estando vivo, ni sacude, ni retiembla, ni espanta”  “Mire, Luciana, se trata del viejo remedio de las babas”. “¿Las babas?, no conozco tal ungüento doctor”. “Sí, las babas del propio animal pueden sanarlo; está comprobado que lo similar se cura con lo similar, un principio de la medicina natural -simila similibus curantur- .Y es evidente que este animal al perder vida, babea... podemos intentar pues curarlo con sus propias babas”. “Usted dirá doctor”. “Bien, Luciana, no se olvide de ningún paso porque este remedio es mágico y solo se lo puedo decir una vez”. “Diga don Isabelo, tomo nota”. “Ponga en un balde, caldero, o sencillo cubo, cuatro dedos de agua tibia, tres kilos de maíz, cuarto de harina de trigo y media col bien picada; revuelva bien y haga que la vaca lo coma. Cuando acabe, no deje que el animal se coma sus propias babas, esto sería fatal; aparte el cubo, recoja a dos manos esos restos de babas y comida y se los pasa a la vaca por encima, desde la cruz hasta el rabo, masajeando, restregando, con mucho cariño mientras le canta algo; las canciones populares van muy bien, aquella de tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche merengada, hay que vaca tan salada, tolón-tolón, tilín-tilín, podría servir. Repetirá este complicado proceso tres veces al día”. La vaca sanó en tan solo una semana. El capitán sabe que comunicar es un arte; el mismo mensaje puede ser dicho de dos maneras, una suele cabrear y la otra puede mover montañas. Lo que tenía la vaca era hambre.

La vaca se muere