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NUEVATRIBUNA.ES - 20.2.2009

No es raro el caso en que tradición y modernidad se dan la mano en un lienzo. Que una trayectoria artística mezcla estos dos conceptos para crear algo nuevo, para sorprender y atraer. Pero es quizás más raro, o al menos más impactante, cuando lo que se une a través de pinceladas es el pasado y el presente de un país con tan marcados contrastes entre uno y otro como Japón. Un país cuyas normas sociales, establecidas hace siglos y que en gran parte se han mantenido casi invariables desde entonces, siguen marcando la vida de sus ciudadanos, aunque cada vez más diluidas por la explosión de libertad que ha tenido lugar en sus fronteras en las últimas décadas.

Takashi Murakami es casi con seguridad el artista contemporáneo japonés que mejor ha sabido aunar los dos extremos, convirtiéndose en el narrador del presente nipón. Doctorado por la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio en 1983 y con formación en “nihonga” (un estilo pictórico centrado en las técnicas y temas tradicionales japoneses), este pintor surge de la generación Neo-pop japonesa tras el pinchazo de la burbuja económica en aquel país a finales de los años ochenta. Su formación clásica ha seguido presente durante toda su trayectoria, encontrando la inspiración en la iconografía budista o los rollos de pinturas del siglo XII e incluso en la pintura zen y las técnicas de composición de la pintura excéntrica del período Edo del siglo XVIII, caracterizada por el uso de las imágenes fantásticas y atípicas, las líneas expresionistas y el rechazo al realismo y el tradicionalismo de aquella época. Pero Murakami no se ha conformado con recrear estos formatos, sino que ha ido más allá conjugándolos con elementos de la cultura popular contemporánea nipona como el anime y el manga, dos formas de expresión que cada vez gozan de mayor predicamento en todo el mundo.

Juntando estas dos formas de entender el arte Murakami no sólo explora un nuevo campo, creando una nueva tendencia, el Superflat (término acuñado por él que ha servido también para dar encuadrar sus creaciones), sino que postula con ellos una nueva forma de concebir el arte desde su concepción. Para Murakami el arte deja de ser algo elevado e intangible, apartado de la vida cotidiana para convertirse en parte de la economía. El artista no crea una obra, sino un modelo empresarial, y lo hace, entre otras cosas, como respuesta a la transformación de la sociedad a una basada en el consumo. Esta nueva concepción del arte es lo que separa a Murakami de coetáneos como Damien Hirst o de artistas transgresores como Andy Warhol.

Porque Murakami no se limita a postularse de una forma más o menos teórica, sino que toda su actividad está encaminada a ese objetivo, al de integrar al arte en los mecanismos de la economía de una forma más evidente de lo que a simple vista podría parecernos. Así, su corporación internacional, Kaikai Kiki Co., Ltd., no se encarga solo de sus creaciones, sino que entre sus actividades se encuentra también la fabricación en masa de productos de merchandising, la producción de filmes de animación y los encargos de diseño corporativo (a destacar su colaboración con Louis Vuitton).

Ahora el Museo Guggenheim de Bilbao acoge una exposición íntegramente dedicada a este artista, sin duda uno de los más influyentes en el mundo del arte en la actualidad, en la que los visitantes podrán disfrutar no sólo de su genio más “tradicional”, sino de sus intentos para expandir el ámbito del arte, de sacarlo de los museos y las galerías y llevarlo a las calles. Sin duda, todo un experimento que merece la pena contemplar.

(La exposición estará en el Museo Guggenheim de Bilbao hasta el 31 de mayo)

Una visión de Japón y el arte