jueves. 28.03.2024
MADRID

...como el mando de un scalextric: así tengo yo la poya. Eso dijo, el menda. Como el mando de un scalextric... tenías que reírte...

Logras algo y la respiración no se altera. Consigues un objetivo y nada. Todo sigue como si el futuro fuera ese lugar frío en el que estás permanentemente anclado. Disfruta, hijo, disfruta hija. Eso es lo que ahora inculcas a tus hijos. Precisamente porque tú no disfrutabas cuando disfrutabas. O mejor dicho, hubo unos años en los que disfrutar no era el objetivo o lo era pero esquivaba tus ansias. Años muy distintos de aquellos en los que todo podía ocurrir, de aquellos otros en los que el mundo estaba ahí a tu alcance, completo, esperándote. Agitado y quieto al tiempo. Los años de la magia de la edad irresponsable. Los años del pelo largo, de la música en cada esquina y de ser reyes en las aceras de una ciudad salida de una guerra de décadas.

Estamos sentados sobre el borde del respaldo de un banco callejero en la plaza de San Víctor, en la plazoleta. Ayer he escuchado por vez primera la palabra semen, segmen, mejor dicho: Antonio dijo segmen, que eso era lo que salía cuando nos corríamos, de nuestra poya. Y yo que creí que se llamaba lefa, ha dicho alguien en medio de la tarde sin prisas ni brisas de un día de junio en el barrio de Legazpi que en realidad era y es el de Chopera. Mi barrio. Sí, hablábamos de pajas, de masturbaciones, del arte solitario de los años del sexo ignorante e ignorado.

Trato de recordar quiénes podríamos estar encima de aquel banco de madera, pero el esfuerzo no merece la pena cuando quiero escribir sobre aquellos tiempos. La memoria puede irse al garete, o sucumbir ante mis ganas de contar lo que sin duda debió pasar y sigue ocurriendo en mis días de hoy.

A mí siempre me avergonzaba hablar de pajas, siempre me ha avergonzado hablar de sexo, me quedé en el primer franquismo a lo que se ve. Varado. Sólo en ese aspecto, eso sí. Pero el caso es que la conversación giraba en torno a poyas, a nuestras poyas. Y a nuestras manos.

No abundaban los detalles sobre las prácticas respectivas del placer solitario, de ese arte adolescente carente de mayor exhibicionismo que el de la futura palabra evocadora de las fricciones sudorosas, nadie se entretenía demasiado en describir aquellos momentos evanescentes y cutres, desordenados, de una solemnidad somnolienta. Nadie salvo un amigo de un amigo de un amigo que no se atreve a salir en el cuento no porque mi recuerdo no dé para tanto sino porque me parece poco elegante traerle aquí a tu lectura tantos años después, desnudo o al menos con los pantalones bajados o con la bragueta abierta. Nadie salvo llamémosle en este relato, pongamos Jaime (no conocí en aquella época a nadie llamado así). Nadie salvo Jaime, que nos dijo muy serio y casi como si se tratara de una hazaña, de una virtud, una frase de aquellas con las cuales se edificaron los años en los que no nos molestábamos en vaticinar lo que vendría después. Como el mando de un scalextric: así tengo yo la poya. Eso dijo, el menda. Como el mando de un scalextric.

A quienes no les venga a su memoria cómo era un mando de aquel juguete de vértigo, de carreras de coches diminutos, les recomiendo una vez más google. Así decía que tenía su pene mi amigo Jaime. Tenías que reírte. Y cómo nos reíamos… Cuando éramos reyes. (Eso sí, en google hay que buscar los mandos de scalextric de aquellos años, de los años 70.)

Un arte adolescente