viernes. 19.04.2024

Miguel Ángel ManzanasHong Kong, mayo de 1999. La jornada de trabajo en la comisaria de policía del barrio de Tsim Sha Tsui discurre según lo esperado: accidentes de tráfico, pequeños robos o trifulcas entre comerciantes y clientes copan la atención de los agentes del orden. Pero esta calma relativa se verá bruscamente interrumpida cuando Ah Fong, una adolescente de apenas 14 años, llorando y en estado de shock, se persone en la comisaría.

Al principio, los policías no concedieron mucha importancia a la narración de la joven: según ésta, había acudido a comisaría porque ya no era capaz de soportar más noches de pesadillas e insomnios. Cuando le preguntaron por la causa de sus desvelos, afirmó −en la línea del cine clásico japonés de terror de Onibaba o de El más allá−, que se debía a la repetida aparición del fantasma de una mujer que, arrancada del mundo de los muertos, le reprochaba haber participado en su tortura y posterior asesinato un año antes. Los agentes se mostraron escépticos ante tal historia, considerando que se trataría de la morbosa invención de una extravagante muchacha, por lo que Ah Fong se ofreció a llevarlos hasta el supuesto lugar de los hechos. Y lo que allí se encontraron fue el testimonio visual de uno de los crímenes más truculentos en la historia reciente de la bulliciosa ex colonia británica.

Un año y varios meses antes, la pequeña Ah Fong tenía claro lo que quería hacer con su vida, o al menos, lo que no quería: harta de su mediocre existencia de suburbio, de unos hermanos mayores extremadamente dominantes y de unos padres con los que discutía con asiduidad, decidió marcharse de casa en pleno Año Nuevo Lunar. Se dirigió al centro de Hong Kong y, como afirmara posteriormente durante el juicio, de un día para otro dejó atrás todo su pasado y se vio “sentada en un restaurante barato, con la mente en las nubes, rezando para que alguien llegara y cambiara mi suerte.” Pero quien apareció, desgraciadamente, fue un excéntrico joven de 18 años, de aspecto ridículo, traje falso de Armani y un exceso de joyas, que se presentó como Gánster, si bien su nombre real era Leung Wai-Lun. Esa misma noche, Ah Fong y Gánster durmieron juntos. “La peor conjunción posible de dos seres humanos”, en palabras de la propia Ah Fong.

Fan-Man-YeeA sus escasos 23 años, Fan Man-Yee (en la imagen) ya conocía de sobra las mieles más amargas de la vida: abandonada por sus padres cuando era niña, su adolescencia y posterior juventud habían sido un periplo desnortado de alcohol, sexo, lujo, violencia y prostitución. Pero su trayectoria se torció aún más cuando entró en contacto con el despiadado treintañero Chan Man-Lok, mafioso, proxeneta, narcotraficante y drogadicto que, teniendo como ayudantes a Gánster y a un tercer delincuente llamado Leung Shing-Cho, dirigía una de las famosas y temibles triadas chinas. En 1997, mientras trabajaba en el burdel Romance Villa, en el barrio hongkonés de Kowlong, Fan Man-Yee conoció a Chan Man-Lok, quien pronto se convertiría en un cliente habitual; ambos se entregarían a larguísimas sesiones de sexo y de drogas, principalmente clorhidrato de metanfetamina, conocido popularmente como hielo, un psicoestimulante de la familia de la anfetamina pero de características más potentes y adictivas. Todo marchaba bien hasta el día en que Fan Man-Yee cometió el error de robar la cartera de Chan Man-Lok, que contenía aproximadamente 4000 dólares. Éste se percató, y obligó a la prostituta a devolverle el dinero y a indemnizarle con 10000 dólares más. Pero no se conformó: tras recibir la cantidad inicialmente convenida, acabó exigiéndole el pago de otros 16000 dólares. Fan Man-Yee no pudo pagarlos. Y así selló su muerte.

Chan-Man-Iok(En la imagen, el mafioso Chan Man-Lok) Por esas fechas, el obtuso Gánster ya había cometido la torpeza de presentarle a Ah Fong a su jefe, quien automáticamente quedó prendado de la joven y le propuso que se fuera a vivir con él, proposición que no dudó en aceptar: la casa, un lujoso apartamento de siete habitaciones ubicado en la concurrida Granville Road, tenía todo lo que una adolescente confundida y rebelde puede desear: alcohol, pornografía, drogas, videojuegos y, para acabar de dotar de surrealismo a la estancia, todo tipo de objetos decorativos −sillas, cortinas, sábanas, muñecas− relativos a Hello Kitty, icono infantil con el que Chan Man-Lok estaba absolutamente obsesionado. Y es aquí, en este contexto, donde se comienza a fraguar el propósito de Chan Man-Lok: se propone secuestrar a Fan Man-Yee para obligarla a vender su cuerpo hasta que salde su deuda. Dicho y hecho: el 17 de marzo de 1999, Gánster y Leung Shing-Cho, sus dos sumisos secuaces, acuden a la vivienda de la prostituta y proceden a su rapto, trasladándola inmediatamente al apartamento de Granville Road.

Granville-Road1

La concurrida Granville Road

Pero las cosas no marcharon según el guión esperado: los tres delincuentes, acompañados por la joven Ah Fong en muchas ocasiones, pasaban el día entregados a un absoluto libertinaje y, sobre todo, al consumo descontrolado de todo tipo de sustancias, especialmente a ese frenético y ultradañino hielo; de este modo, Fan Man-Yee se convirtió en algo más que en una prostituta secuestrada a la espera de clientes: poco a poco, progresiva e inexorablemente, la terna de mafiosos comenzó a considerarla un componente más de su desaforado ocio, de modo que, cuando se cansaban de drogarse o de ver la televisión, se dedicaban a denigrarla y a maltratarla. Lo que comenzó siendo un juego malsano de insultos y burlas terminó degenerando en un sangriento abanico de extremas torturas; aislados del mundo como estaban, entregados al exceso y a la locura, comenzaron a desarrollar un nuevo placer, una nueva forma de matar el tiempo: producir la máxima humillación, el máximo dolor posible a la desdichada Fan Man-Yee. Según se supo en el juicio, las torturas infligidas fueron de muy variada índole: brutales puñetazos, golpes con las hebillas de sus cinturones o violaciones con elementos metálicos que terminaron desgarrando la vagina de Fan Man-Yee, acciones salvajes que contaron con la participación de la propia Ah Fong: “yo sólo quería saber qué se sentía al castigar a alguien. Ella estaba totalmente destruida, y torturarla en esas circunstancias ya no era tan divertido. Pero seguíamos haciéndolo, no teníamos otra cosa que hacer”.

Brutales torturas

La brutalidad de las torturas merecería un capítulo aparte en la historia de la infamia humana: sus secuestradores solían orinar en su cara y en su boca, le destrozaron los huesos con barras de hierro y le causaron numerosas heridas purulentas mediante el goteo de plásticos quemados en su piel, todo ello mientras le instaban a reír a carcajadas so pena de un daño aún mayor. En ocasiones la colgaban del techo del apartamento, golpeándola y dejándola varios días en esa lamentable posición mientras ellos jugaban compulsivamente a la videoconsola. Incluso, e interrumpiendo aquí este repugnante recuento de maldades, llegaron a obligar a la secuestrada a comerse las heces de Ah Fong.

Así, tras un mes de torturas y agresiones, y después de pasar dos días encerrada en el cuarto de baño, las constantes vitales de Fan Man-Yee dejaron de responder: Ah Fong despertó durante la noche y se encontró con el cuerpo sin vida de la prostituta. Los tres delincuentes, al principio, no supieron qué hacer con el cadáver, de modo que decidieron pasar todo el día en una sala de videojuegos a la espera de encontrar alguna solución al respecto. A la mañana siguiente tomaron una decisión: descuartizar el cuerpo de Fan Man-Yee. Chan Man-Lok se encargó de cortarle la cabeza; sus dos lugartenientes, por su parte, trocearon el resto del cadáver, lo envolvieron en bolsas de plástico y lo guardaron en el frigorífico: fueron más de diez horas de ignominia. Pero el disparate no termina aquí: tras acabar con el descuartizamiento, los tres mafiosos se dedicaron a cocinar la cabeza de Fan Man-Yee, con el objetivo de que la carne se despegara del hueso y la ocultación del crimen fuese más sencilla, para lo que contaron con la colaboración de Ah Fong: “ven y échale un ojo a la cazuela. Imagínate que estás viendo la televisión”. Al mediodía, pararon para comer: mientras en uno de los hornos hervía la cabeza, en otro se cocinaban unos fideos: usaron la misma cuchara para remover ambas ollas.

Muñeca(En la foto la muñeca donde fue escondida la calavera de Fan Man-Yee) Y he aquí que cobra sentido la denominación con la que este execrable crimen ha pasado a la historia: una vez que la cabeza de la víctima quedó reducida a una simple calavera, decidieron ocultarla en el interior de un enorme peluche de la marca Hello Kitty, uno de tantos objetos dedicados a la icónica gata que decoraban la casa de Chan Man-Lok: bastó con vaciar de esponja la cabeza de la muñeca, esconder en ella la calavera y coser el peluche nuevamente. El resto del cuerpo no corrió mejor suerte: una parte fue tirada a la basura, los brazos y las piernas fueron entregados a unos perros callejeros y, según se supo después, fueron los propios secuestradores quienes comieron el resto de la carne humana que guardaban en la nevera.

Y este abyecto crimen probablemente nunca habría salido a la luz de no ser por la pequeña Ah Fong y sus terribles desvelos, por ese fantasma acusador que se le aparecía noche tras noche y que le reprochaba haber formado parte del asesinato. Cuando la policía, desconcertada, llegó al apartamento de Chan Man-Lok, se topó con un escenario nauseabundo y semiabandonado; tras una inspección mayor, hallaron un diente y algunas vísceras de la difunta, y, a instancias de Ah Fong, la calavera escondida dentro de la muñeca. Ah Fong contó a los agentes todo lo que había ocurrido durante aquel ominoso mes, e identificó a los tres asesinos como Leung Wai-Lun (Gánster), Leung Shing-Cho y Chan Man-Lok, dueño del apartamento y jefe de la triada. Ella, teniendo en cuenta su edad y su confesión, no fue imputada.

El juicio se convirtió rápidamente en un fenómeno mediático en Hong-Kong, toda vez que los detalles escabrosos iban saliendo paulatinamente a la luz. El fiscal del caso reconoció que “este crimen me ha dejado sin aliento, es el más malvado que recuerdo. No sólo por los hechos, sino porque las personas involucradas parecen no tener ninguna emoción humana. Creo que se volvieron locos sin darse cuenta. Al vivir juntos en ese apartamento, drogados, llegaron a creerse que ese mundo era el normal. La tortura se convirtió en un juego, sus mentes retorcidas lo entendieron como algo aceptable”. Tras seis semanas de juicio, el jurado, curiosamente, culpó a los tres hombres de homicidio involuntario, pues los restos recuperados no pudieron determinar con exactitud la causa de la muerte de Fan Man-Yee. En todo caso, el juez Peter Nguyen, que afirmo tras el juicio que “nunca un tribunal de Hong-Kong había presenciado tal grado de depravación, insensibilidad, brutalidad, violencia y perversión”, los sentenció a cadena perpetua con posibilidad de libertad condicional transcurrido un mínimo de veinte años de cumplimiento efectivo de la pena; sin embargo, dada la enorme dimensión mediática que tuvo el caso, dada la extrema crueldad con la que actuaron, es bastante probable que los tres criminales pasen entre rejas el resto de sus días.

El truculento crimen de Hello Kitty