sábado. 20.04.2024
legazpi

Ayer, de camino al trabajo, al llegar a la boca de metro junto a mi casa, me quedé paralizado. Se estaban llevando con una grúa el kiosco de prensa de Maricarmen. El puesto de periódicos por antonomasia, en mi casa. Y las palabras que brotaron de la acera desnuda y averiada de donde acababan de desgajarlo eran tebeos, revistas, tebeos, coleccionables, fascículos, tebeos, cromos, periódicos, Pueblo, diarios, El País, cromos, El País, tebeos. Mi infancia, mi adolescencia (y parte de mi edad adulta, claro, pero esa cuando aparece no hace brillar la emoción de un relato, de un cuento). Mis años de ser niño. Una vez más ahí, justo ante mis ojos al borde del llanto. Tebeos. El puesto de periódicos de Maricarmen. Un lugar que ya no existe, algo que ya sólo está en mi memoria y en la de quienes hagan el mismo esfuerzo que me he cucoimpuesto yo: intentar que todo lo que allí hubo durante los 50 años que permaneció al lado de la boca de metro de Plaza de la Beata María Ana de Jesús de la estación de Legazpi no se desvanezca en el pasado despavorido. Algo que estará en mis relatos, un mundo infinitesimal hecho a la medida de mis años infantiles, juveniles, de los tiempos en que posarse ahora nos alivia de la insensatez de haber crecido.

Relatos como este tan breve que me llega desde mis ojos cerrados recordando cuando…

Todas las tardes de sábado bajaba a comprarle a mi padre el vespertino Pueblo, el diario que ese día publicaba un par de páginas o cuatro de historietas que se convertían en un breve tebeo que a mí me fascinaba. El Cuco, me entero ahora que se llamaba (Google del amor hermoso). Una de aquellas tardes me encontré que el kiosco de Maricarmen, donde comprábamos en casa la prensa, los tebeos y los cromos, estaba cerrado. Sorprendentemente, por vez primera estaba cerrado, a deshoras. Dudé si descender al puesto de periódicos que estaba ya dentro del metro, antes de las taquillas, o si ir al que había paseo de las Delicias abajo al lado de la plaza de Legazpi. Dudé. Creo que es la única vez en mi vida que haya dudado algo durante tanto tiempo porque, allí paralizado, ante lo de Maricarmen cerrado, al lado del bar Ortego, junto a la boca del metro de al lado de mi casa, allí sentí que el tiempo no circulaba aunque cuando tomé finalmente la decisión habían transcurrido cinco minutos. ¡!!Cinco minutosssss¡¡¡ Cinco minutos en los que había bajado el Gordo de su casa, que estaba en calleel primer piso del portal junto al Ortego y me había preguntado qué hacía ahí y yo le había dicho que dudando si ir a comprar el Pueblo al metro o abajo, a Legazpi, y él me dijo que si jugábamos un rato al fútbol con su nuevo balón y yo le dije que bueno, un ratito, y allí que nos fuimos, ahí, en la esquina, al lado del bar El Viti, y cuando se quiere dar cuenta a los 30 segundos se acuerda Manolo el Gordo de que tenía que ir a un recado y me deja a mí con el balón en la mano, mirando cómo jugaba uno de los malos malotes del barrio a la máquina de petacos de El Viti desde fuera, a través del ventanal sucio que daba a la calle Voluntarios Macabebes, y en esas que me llega por detrás Oli y me coge del cuello y quiere hacerme una llave de judo de esas que ni él sabe hacer ni yo zafarme de ellas, así que casi me tira al suelo y yo le doy un manotazo y él se mosquea y me dice hostiastehaspasao y le pido disculpas justo antes de que le llame su madre desde lejos y él se vaya medio llorando aunque con gestos de que me perdona, y entonces, sin darme cuenta de que había perdido el balón de Manolo en el arabesco que remedaba una pela de niños, la vi a ella… Durante tres minutos la estuve mirando, no diría que embobado, diría más, agilipoyado, hecho un guiñapo preadolescente, ajeno ya a todo, al periódico, a la calle y los autobuses y su bullicio madrileño, ajeno a lo que yo había sido hasta entonces, sintiendo que me estaba convirtiendo en algo extraño, en un niño al que se le adherían nuevos deseos, esta vez a la piel, a la mismísima sangre a punto de explotar y salir por cualquier parte de mi cuerpo. Ella. Lo demás ya es mi vida. Lo que vendría después, aquello que estaba esperándome. Allí donde estoy ahora mismo que escribo este cuento. Ahora mismo que pongo punto y final a este cuento. Tres minutos.

Tres minutos