jueves. 28.03.2024
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El 9 de noviembre de 1989 se produjo un hecho histórico de los de verdad, de los que suponen el final de una época y de un mundo. La chispa de Berlín incendió revueltas que se extendieron con gran rapidez y mínima resistencia por Europa central y oriental, conformando un complejo acontecimiento revolucionario.

Revoluciones atípicas en muchos aspectos, como casi todas las revoluciones, con elementos comunes que podrían sintetizarse en cuatro rasgos:

En primer lugar, no contaban con un sujeto político o social estructurado capaz de impulsar o dirigir el proceso revolucionario; más aún, las clases sociales que se beneficiarían en mayor medida de aquella ruptura sistémica no existían, se formaron a marchas forzadas tras la implosión de los sistemas de tipo soviético.

En segundo lugar, las revoluciones políticas fueron una pequeña parte de un gran cambio sistémico que incluía la ruptura con el sistema económico, el marco jurídico, los regímenes de propiedad y el conjunto de instituciones del anterior régimen.

En tercer lugar, la construcción de las nuevas clases dominantes quedó subordinada a los avatares de la transformación sistémica, que determinó las características de las élites emergentes, la nueva estratificación y jerarquía sociales, las fuentes de legitimidad del poder político y las formas que revestiría su ejercicio.

Y en cuarto lugar, los primeros procesos electorales que siguieron a la desaparición de los sistemas de tipo soviético se celebraron en unas condiciones democráticas dudosas o incipientes; sus resultados legitimaron el traspaso a manos privadas de las empresas y propiedades públicas mediante programas privatizadores más o menos opacos y fraudulentos que explican las posiciones de poder económico conseguidas por sectores dirigentes de los aparatos estatales comunistas.

Un siglo después de la revolución bolchevique, los sistemas de tipo soviético han desaparecido sin pena ni gloria. Y el capitalismo sigue más vivo que nunca

El colapso de los sistemas de tipo soviético existentes en Europa fue un inédito acontecimiento revolucionario que acabó con extraordinaria rapidez y mínimas resistencias con sistemas que una parte significativa de la izquierda comunista occidental calificaba de socialistas. La disolución formal de la URSS, en diciembre de 1991, fue el acto final de las revoluciones iniciadas el 9 de noviembre de 1989 y el resultado del evidente agotamiento histórico de un sistema que tenía sus principales referentes y raíces en la insurrección bolchevique de 1917.

La revolución mundial que pretendía Lenin se metió, pocos años después de su triunfo en la atrasada y semifeudal Rusia, en un largo callejón sin salida por el que discurrió durante décadas las esperanzas de un cambio revolucionario que atizaron las luchas populares y de liberación nacional en todo el mundo.  

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Muro de Berlín en la puerta de Brandeburgo el 16 de noviembre de 1989. CC BY-SA 3.0

Un siglo después de la revolución bolchevique, los sistemas de tipo soviético han desaparecido sin pena ni gloria. Y el capitalismo sigue más vivo que nunca, generando y afrontando crisis recurrentes, como siempre; pero mejor asentado y más poderoso que nunca. Paradójicamente, la incorporación al mundo capitalista de los países europeos en los que se asentaron los sistemas de tipo soviético, tras su intento parcialmente fallido de abrir una nueva vía de modernización y desarrollo, reforzó el capitalismo y fortaleció la posición de las elites capitalistas mundiales. A diferencia de la revolución de octubre de 1917, que inauguró un nuevo orden social, distinto a todos los conocidos o imaginados hasta entonces, las de 1989 reforzaron el despliegue y la hegemonía mundial del orden capitalista neoliberal.

Las rupturas sistémicas que se produjeron en Europa central y oriental fueron, la inmensa mayoría, revoluciones de terciopelo

Caso aparte es el de los Estados surgidos del desmantelamiento de la URSS (salvo los países bálticos que se integraron en la Unión Europea), con su peculiar deriva hacia la construcción de nuevos regímenes autoritarios y nuevas formas de regulación económica mercantil tuteladas por un poder político surgido directamente de sectores del viejo aparato estatal soviético transformados en oligarquías con comportamientos mafiosos.

Las rupturas sistémicas que se produjeron en Europa central y oriental fueron, la inmensa mayoría, revoluciones de terciopelo, con muy pocos casos de represión sangrienta contra los partidarios del anterior régimen. Y como contrapartida se encontraron con claudicaciones de terciopelo por parte de los aparatos estatales y las elites políticas que habían dirigido durante décadas los sistemas de tipo soviético. En general, la depuración de las viejas estructuras de poder soviético fue reducida y afectó exclusivamente a una parte de la alta dirección de los partidos comunistas. El resto, improvisó una rápida reconversión de los cuadros de los densos aparatos estatales en autoridades de los incipientes regímenes capitalistas que, poco después, legalizaron las bases económicas privadas que provocaron su transformación en nuevas clases dominantes, propietarias de una parte de las grandes empresas estatales privatizadas. Y pasaron a gestionar y dirigir, junto a fuerzas políticas y elites emergentes no surgidas de los aparatos comunistas, un nuevo poder político que, progresivamente, fue adoptando los criterios y las formas de carácter democrático electoral de sus vecinos occidentales.

El estallido del mundo soviético que simboliza la caída del Muro de Berlín cerró de forma definitiva el periodo histórico en el que revoluciones inspiradas en el modelo soviético se convirtieron en una tarea práctica de los partidos comunistas y los frentes antimperialistas de todo el mundo, que contaron en esa tarea con un Estado, la URSS, que en muchos casos les ofreció respaldo, retaguardia y refugio.

UNA HUELLA QUE SIGUE VIVA

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Ya no existen en Europa sistemas de tipo soviético. Son cosa del pasado, no de un futuro previsible. Pero, desaparecido el Muro de Berlín, su huella sigue viva en la Alemania unificada y es visible en la gran cicatriz que sigue separando a los países del Este que son miembros de la UE de sus socios del Oeste.

Así, por ejemplo, la tasa de paro en la Alemania del Este, la antigua RDA, es más del doble que la media alemana; la renta media de los habitantes del Oeste, antigua RFA, es un 60% superior a la de los del Este; el tamaño medio de las explotaciones agrícolas en el Este multiplica por 8 el de las del Oeste. Y diferencias de parecida intensidad se observan en materia social o política entre el Este y el Oeste de Alemania. Al igual que entre el Este y el Oeste de Europa.

La caída del Muro de Berlín certificó la incapacidad del llamado socialismo real para superar sus ineficiencias y situarse a la altura de las aspiraciones económicas, culturales y democráticas de su ciudadanía

El ritmo de las transformaciones económicas, sociales o culturales ha sido mucho más lento que el de las revoluciones políticas. En lugar de la prometida convergencia de rentas y niveles de vida, se levantó un nuevo muro de desigualdad al que se añadió una nueva división, la de la creciente desigualdad económica, social y territorial en el interior de los países.     

El mediocre final y la rápida erradicación de los sistemas de tipo soviético nos dice mucho de la naturaleza real de aquellos sistemas y de los sueños y ensoñaciones de varias generaciones de revolucionarios. La caída del Muro de Berlín certificó la incapacidad del llamado socialismo real para superar sus ineficiencias y situarse a la altura de las aspiraciones económicas, culturales y democráticas de su ciudadanía. Finalmente, el hartazgo y la falta de apoyos sociales provocó la implosión y desaparición de aquellos sistemas.  

Ninguna nostalgia de un mundo afortunadamente desaparecido. Ya no hay referentes ni guías a seguir que valgan. Los movimientos que pretendan hoy impulsar la transformación social y económica a favor de las grandes mayorías sociales están obligados a abrir caminos nuevos y experimentar nuevas formas, estrategias y experiencias de cambio, sin modelos ni monsergas que hagan las veces de imaginarias vías revolucionarias anticapitalistas.  


muro de berlinImagen: (Lear 21 at en.wikipedia [GFDLCC-BY-SA-3.0 or CC-BY-SA-2.5-2.0-1.0],
Wikimedia Commons)

Retransmisión en directo de TVE de la noche del 9 de noviembre de 1989, noche en la que cayó el "muro de la vergüenza".

Treinta años después de la caída del Muro de Berlín