viernes. 19.04.2024
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Fotografía © Catherine Hélie / Éditions Gallimard.

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | Este artículo parte de un deseo, el deseo de viajar a una ciudad que sólo existe en los libros, en los libros de Patrick Modiano. Una ciudad que se llama París y cuyas calles y localizaciones, incluso los números de las casas que se nombran, tienen un correlato con la realidad, pero a la que no se puede llegar utilizando los mapas convencionales ni tomando los medios de transporte al uso. Ni el tren ni el avión nos llevarán hasta allí. Será necesario dar con esos corredores temporales que se abren en la imaginación en el momento oportuno y que nos permiten arribar a esa urbe de atmósferas difuminadas, de espacios clandestinos, de orillas escurridizas y callejones secretos por los que siempre se acaban perdiendo las huellas de alguien.

Son muchos los títulos de Modiano y largo el viaje, el viaje de un hombre que nunca ha dejado de buscarse en el ayer, de ir tras el rastro de lo que conoció, de lo que soñó, en ese tiempo de ruinas que siguió a la II Guerra Mundial. Nació en 1945 en el municipio francés de Boulogne-Billancourt. Eran tiempos sombríos y siempre se sintió solo, abandonado, poco atendido por unos padres demasiado preocupados en sobrevivir, en huir de la pobreza, en escapar de la policía por diversos motivos, entre ellos los orígenes judíos del progenitor y sus trabajos en el mercado negro, muchas veces utilizando identificaciones falsas. De todo ello da cuenta el autor en una obra escueta, estremecedora, la más biográfica de las suyas, “Un pedigrí”, donde encontramos muchas de las claves de su literatura.

Me resulta difícil recordar exactamente qué libros he leído en el pasado de Modiano. Sus historias se cruzan, se confunden unas con otras, se parecen demasiado, pero, sin embargo, es imposible olvidar la manera en la que son contadas, los ritmos, las ambientaciones en penumbra, los paseos por calles solitarias, las nieblas y los silencios en la narración, los fragmentos imprecisos de paisajes, esas estancias que se dejan precipitadamente sin haber apagado la luz, esas esquinas misteriosas en las que se acecha un cierto peligro. Todo eso me esperaba en “La hierba de las noches”, la última de sus novelas publicada en nuestro país por Anagrama, una entrega en la que Modiano regresa nuevamente a una época ya ida, una época y una casa lejana en cuyo cuarto de juegos siguen esparcidas las piezas del puzzle de su vida, unas piezas que engarza una y otra vez, de distintas maneras, a la búsqueda de algo siempre huidizo, de algo que nunca le es revelado completamente, pero que le impulsa a seguir adelante, ahondando cada vez más en lo que sólo puede nombrarse con una bella y compleja palabra, enigma.

“Pues no lo soñé. A veces me sorprendo diciendo esta frase por la calle, como si oyese la voz de otro. Una voz sin matices. Nombres que me vuelven a la cabeza, algunos rostros, algunos detalles. Y nadie ya con quien hablar de ellos…”. Así se abre esta historia en la que vemos a Modiano en la actualidad, dudando de la verdad de los recuerdos, escudriñando en su libreta repleta de notas para constatar que todo existió y fue cierto. Le seguimos cuando se interroga sobre las casualidades que le salen al paso, en su deambular por las calles del  barrio de su juventud donde experimenta la rara sensación de que un doble de sí mismo sigue allí, sin haber envejecido, “viviendo en los mismos detalles y hasta el final de los tiempos”, lo que él ya había vivido.

La biografía, la observación, la experiencia, la reflexión se dan la mano en esta novela en la que, sabiamente, desde un principio, el escritor nos pone sobre la pista de lo que verdaderamente le interesa: indagar sobre el concepto del tiempo. “Los domingos, sobre todo a media tarde, y si uno está solo, abren en el tiempo una brecha. Basta con colarse por ella”, nos dice, y nos habla del vértigo que acompaña a esos momentos. En realidad esta novela, muchas de las novelas de Modiano, se desarrollan a partir de ahí, en esa grieta que se abre y permite pasar al otro lado, al lado de lo ya acaecido, simplemente para apagar la luz que un día se dejó encendida o para recuperar los gestos, las voces, las presencias que fueron importantes y que se han desvanecido.

Poco importa que lo que acontece en “La hierba de las noches” responda a la biografía del autor o sea fruto de la invención, aunque sabemos que las fronteras del territorio Modiano son unas fronteras escurridizas que parten de lo conocido y se expanden hacia los campos sembrados por la recreación, por el ensueño. Ahí, en ese espacio intermedio que ha ido construyendo libro a libro, es donde nos espera, sabedor de que regresaremos tarde o temprano, alentados por ese anhelo de traspasar los bordes de lo previsible, de arribar a orillas que se escapan de lo real...

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El tiempo detenido de Patrick Modiano