viernes. 26.04.2024
tercios

Iniciamos una serie de trabajos sobre algunos momentos o aspectos de los ejércitos en la Historia española intentando abordar el fenómeno militar desde diversos puntos de vista, obviando lo estrictamente relacionado con la historia de las guerras y combates. La Historia de España no se puede entender sin abordar su Historia militar.


La vida en el Tercio era dura, aunque se procuraba que el soldado recibiera una dieta con potencia calorífica

Los Tercios constituyeron una de las fuerzas militares más importantes de la Historia Moderna hasta mediados del siglo XVII. Fueron la base de la potencia militar de la Monarquía Hispánica en tiempos de los Austrias, las unidades fundamentales de su Infantería y modelo para otros ejércitos. Aunque no fueron el grueso de las fuerzas militares al servicio de los Austrias españoles, habida cuenta de los constantes, múltiples y largos conflictos que la dinastía tuvo en dos centurias, y que obligaron a constantes reclutamientos y otras fórmulas para contar con efectivos militares, sí fueron su columna vertebral.

Su origen debe situarse en las Coronelías que mandó Gonzalo Fernández de Córdoba -El Gran Capitán- en las guerras de Italia en tiempos de Fernando el Católico. Los Tercios, como tales, nacen también en Italia ya con el emperador rey Carlos cuando a finales del año 1532 se comprometió con el papa y los duques de Ferrara y Milán a mantener en Nápoles, Sicilia y la Lombardía sendos cuerpos de tropa para la defensa común, principalmente ante Francia. Así pues, en 1534 nace el Tercio de Lombardía y, al año siguiente, el de Sicilia y Nápoles, fruto del pacto mencionado. También se crearía el Tercio de Milán en 1537, que pasó a denominarse de Lombardía, ya que el anterior pasaría a ser el de Flandes. En 1538 se creó el de Cerdeña. Todos estos cuerpos militares eran los conocidos como Tercios Viejos. Los posteriores serían los Tercios Nuevos.

El Tercio era una unidad formada por doce compañías. Diez de esas compañías eran de piqueros y dos de arcabuceros. Cada compañía contaba con doscientos cincuenta hombres, por lo que cada Tercio tenía un total de tres mil efectivos. Pero esta primigenia organización se fue modificando con el tiempo, potenciando a los arcabuceros e introduciendo a los mosqueteros, cuyos mosquetes era armas de mayor calibre y alcance que los arcabuces. La cuestión de la potencia de fuego se hizo prioritaria. Las compañías terminaron por reducirse a una media de cien hombres. El arcabuz terminó por extenderse entre los soldados de los Tercios, por lo que, a principios del siglo XVII las compañías tendieron a homogeneizarse. Las compañías de piqueros consiguieron un refuerzo, por su parte, con la creación de las guarniciones de mosqueteros que cubrían sus flancos ante los ataques de la caballería. Por fin, existían los Tercios de Galeras, una especie de proto-infantería de marina.

Los Tercios eran famosos por su capacidad de maniobra, su resistencia en el combate, y su potencia cuando estaban perfectamente formados para ello, en “escuadrón” o en “manga” de arcabuceros en sus ángulos.

Los Tercios eran comandados por el maestre de campo, que contaba con un conjunto de mandos auxiliares, formado por el sargento mayor, cuya principal función era la de la instrucción, adiestramiento y el régimen interior que debía reinar en la unidad; el auditor, que ejercía de juez y notario con escribanos y alguaciles, como un juzgado de la época; el tambor mayor, oficial de órdenes; el barrachel, ejecutor de la justicia; el furriel mayor con funciones de intendente; médico, cirujano y boticario; y el capellán mayor. Los jesuitas terminaron por hacerse con estos puestos a partir de 1587. La cuestión religiosa siempre fue fundamental y nunca se descuidó, con muchas misas y actos religiosos cotidianos, antes y después del combate. Tenemos que tener en cuenta que muchos de los conflictos en Flandes y en la Guerra de los Treinta Años tenían una dimensión religiosa junto con las motivaciones políticas y económicas. Los reyes de la Casa de Austria eran los defensores fundamentales de la fe católica.

Si esta era la organización del estado mayor del Tercio, en cada compañía había un capitán con un alférez abanderado; un sargento con las mismas funciones del sargento mayor; el furriel; el barbero-sanitario; un capellán; y los pífanos y tambores. Por debajo de la compañía estaba la cuadrilla, la unidad básica de combate con su cabo y veinticinco hombres. Por cuestiones operativas el tercio podía dividirse en coronelías, unidad táctica que agrupaba cuatro compañías al mando de un coronel, que solía ser el capitán de alguna de ellas.

La vida en el Tercio era dura, aunque se procuraba que el soldado recibiera una dieta con potencia calorífica. Los soldados se hacían su propia comida. Alrededor de los Tercios se generó una verdadera sociedad paralela. Algunos soldados, los de mayor rango social, tenían mozos y criados para su servicio y el de sus armas, especie de modernos escuderos. Había mochileros que llevaban los equipajes, comerciantes con carros para vender sus productos, especialmente comestibles y bebidas, cantineros y prostitutas, que podían permanecer en el campamento hasta la llegada de la noche.

Los soldados de los Tercios no procedían del sistema de reclutamiento, sino que eran voluntarios. Entraban a servir al rey por distintos motivos: afición militar y de servicio al rey, la salida ante una situación personal difícil, algo relativamente frecuente en aquellos siglos, por deseo de aventura, por hacer carrera, o huyendo de otros problemas. El rey era quien concedía la licencia que permitía retirarse del servicio, aunque también lo podían hacer los capitanes generales.

Los soldados tenían derecho a una soldada. Y esta cuestión fue uno de los puntos más complicados, ya que fue muy frecuente el retraso en el pago de estos salarios por el agotamiento de la Hacienda Real y por los problemas de contar con liquidez inmediata cuando había que intervenir en una campaña. Este hecho fue aguantado en ocasiones con gran estoicismo por los soldados, pero otras veces generaron protestas y motines, especialmente en Flandes, que siempre fueron reprimidos aunque los mandos procuraban satisfacer sus demandas, en una suerte de justicia salomónica, propia del Antiguo Régimen. Así pues, fueron soldados aguerridos, viviendo en situaciones complicadas y no sólo en el combate, pero la disciplina también era muy estricta, muy dura.

Por fin habría que citar a los conocidos como “soldados particulares” y aventureros, que servían sin sueldo, muchos de ellos nobles segundones que buscaban fortuna en los múltiples campos de batalla de Europa, porque ante la imposibilidad de heredar el título y el mayorazgo solo tenían esta salida, marcharse a América o entrar en religión.

Los Tercios