miércoles. 24.04.2024
Martin Luther King

“No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio”. Estas fueron las palabras del reverendo en el devenir de un discurso memorable y premonitorio un 28 de agosto de 1963 delante del monumento a Abraham Lincoln en Washington, DC, durante una histórica manifestación de más de 200,000 personas en pro de los derechos civiles para los negros en los EE.UU.

Martin Luther King, según sus siglas, MLK, fue un reconocido activista norteamericano de color que bregó por la abolición de la esclavitud y la culminación de la segregación estadounidense. Reconocidas eran sus posturas antibélicas, particularmente se oponía desde su raigambre a la participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra de Indochina, conflicto más conocido como la Guerra de Vietnam, posición que lo llevó a estar en el ojo de la tormenta durante la presidencia de Lyndon B. Johnson. Fueron apenas 18 minutos, sin embargo, esa breve ponencia en una tarde soleada, se convirtió en un discurso eternamente recordado, posicionado desde entonces como la mayor oratoria del siglo XX. Sus alusiones retóricas buscaron demarcar el mapa político con un fuerte deseo de un futuro en el cual la gente de tez blanca y negra pudiesen coexistir en paz y como seres humanos iguales, una equidad hasta entonces ausente. Cerca del comienzo, King se sirve de la recordada alocución llevada adelante una centuria anterior por el entonces presidente estadounidense Abraham Lincoln, una ponencia que llevaba el nombre de Discurso de Gettysburg y que invocaba el principio de igualdad entre los hombres. Este concepto fue el puntapié inicial elegido por el pastor bautista para adentrar al público asistente en su mensaje. “Tengo un sueño”, “I have a Dream”; estas palabras surcaron los aires y anidaron en los oídos y en los corazones de la muchedumbre que se situó alrededor del estanque reflectante para oír a un hombre que había venido para quedarse en la memoria colectiva. Esa piscina rectangular, larga y poco profunda, simbolizó esa tarde de agosto, claramente un paralelismo de la clase política para con el compromiso ciudadano, esa efervescencia se hacía más notoria a medida que el discurso tomaba mayor vehemencia. La ansiada emancipación declarada en Pensilvania y lograda por un derramamiento de sangre tras la Guerra de Secesión puso en evidencia una realidad muy distinta a la de estos días: “Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación”, esta frase de Martin Luther King hizo eco en el público que a viva voz retribuía con gritos y aplausos cada intervención. No olvidándose de las penurias, pruebas y tribulaciones que pasaban diariamente, exhortaba a continuar en el camino del cambio, a pesar de haber salido de celdas angostas, golpeados por la tormenta de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial, King insistió en no dejar de bracear, aun, bajo las mareas más tempestuosas. Buscar el sueño americano de una movilidad en libertad y no dentro de un gheto más pequeño o uno más grande, impartiendo la fe, creyendo con un fuerte sesgo cristiano que solo ella lograría fluctuar la balanza y equiparar a las sociedades. Llegará el día en que, bajo el mismo cielo, afirmaba King ante la audiencia, todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: ¡Por fin somos libres! El discurso giró en torno a inyectar una dosis de luz en medio de la oscuridad que invadía a las esferas gubernamentales, delimitó un futuro muy próximo, donde vislumbraba la posibilidad de ser capaces de esculpir en las montañas de la desesperación una piedra de esperanza. Una realidad que comenzaría a cristalizarse a comienzos de abril de 1968, en la ciudad de Memphis, estado de Tennessee, con su asesinato a manos de James Earl Ray. Un discurso que corrió las estacas de la democracia y que edificó los cimientos del gran sueño de la humanidad, MLK dejaron de ser tres simples letras para convertirse en un himno eterno, un canto que no perece con el tiempo.

"Tengo un sueño", Martin Luther King