viernes. 19.04.2024
Juan Mayorga

“Quiero ser número imaginario –raíz cuadrada de menos uno, si no se lo ha pedido nadie- / Yo y mi contrario quiero ser”

(Juan Mayorga, Quiero ser enjambre)

Tuve la suerte de ver Cinco horas con Mario cuando Lola Herrera comenzó a representar ese magnífico monólogo del mejor Delibes. Con su obra recién estrenada Juan Mayorga nos regala una serie de diálogos maravillosamente recitados por jóvenes actores que subyugan a los espectadores durante una hora y media cuyo lapso se hace imperceptible.

La obra se llama Voltaire y se cita un pasaje de su Diccionario filosófico portátil relativo a la voz “tolerancia”, definida por Voltaire como esa panacea de la humanidad que necesitamos por nuestra connatural fragilidad y la necesidad inexcusable de disculparnos mutuamente. Pero en cualquier caso no es la letra del philosophe por antonomasia lo que le interesa, sino su espíritu.

El fanatismo es no saber adoptar el punto de vista del otro y estos diálogos cultivan exactamente lo contrario. Los argumentos van cruzándose respetando lo que ha dicho el interlocutor, a quien se logra escuchar antes de rebatirle o hacerle ver una perspectiva complementaria. De hecho los interlocutores llegan a mantener el argumento de aquel con quien dialogan en algún momento..

Las parábolas y los temas de calado van sucediéndose sin tregua, invitando a reflexionar por cuenta propia sobre  cosas tales como la libertad, la tolerancia o la verdad, entre otro sinfín de cosas. insistiendo en que se lee o escribe para vivir y no al contrario.

Lesssing y su célebre fábula sobre tres anillos que representan a las tres grandes religiones monoteístas inspiran el inicio del texto. Un padre incapaz de no querer por igual a sus tres hijos decide clonar su anillo mágico y esto rompe la tradición de legarlo a quien se mostrase más digno para recibirlo, siendo así que la posesión del anillo le haría ser más amado por los demás.

Al morir el padre, los tres hijos reclamaran ser poseedores de único anillo verdadero, aunque nadie sabe distinguir uno del otro, demostrando con ello que ninguno merecía en realidad haberlo recibido, al mostrar ser víctimas de una vanidad que alimenta la discordia.

Como nos dice Juan de Mairena, Agamenón piensa que la verdad es tal aunque sea dicha por él o su porquero, pero a este no le convence para nada este aserto. Nuestra ventaja es que no podemos estar en posesión de la verdad y hemos de buscarla permanentemente, revisando nuestro parecer con las opiniones ajenas, para enriquecer nuestra forma de ver las coas contrastándola con otras líneas argumentativas.

Otro relato muy caro a Mayorga es el del cartógrafo que se las ingenia para dibujar mapas de todo tipo. Una cascada de moralejas van concatenándose sin solución de continuidad y exigiendo una gran concentración por parte del público.

¿Por qué verbigracia los jueces fijan su residencia en ciertos barrios donde no pueden vivir aquellos que son juzgados?

También se aborda la propia misión del teatro y las motivaciones perseguidas por un dramaturgo a quien se le ha pedido una obra sobre la libertad de expresión. Una profesora de arte dramático mantiene con su alumna más aventajada un brillante duelo dialéctico, donde la discípula demuestra haber aprendido con provecho las lecciones de su mentora. Este diálogo tampoco tiene desperdicio.

Estamos ante un canto a la genuina libertad, que para merecer ese nombre debe tener en cuenta las libertades de los demás. Porque la libertad no consiste desde luego en atropellar al otro para conseguir todo cuanto se me antoje, sino en acomodar nuestro campo de acción a las infranqueables lindes del daño ajeno.

Discrepar y disentir es la sal de nuestra convivencia, pero se trata de convencer y no de salirse con la suya caiga quien caiga, como reclama una mentalidad ultra-neoliberal que consigue imponer la exclusión y el miedo a lo diferente.

Con su Voltaire Mayorga quiere subrayar que todos podemos oficiar como filósofos, porque cualquiera puede atreverse a discernir por sí mismo. Cuán conveniente sería cavilar más y calumniar menos.

Al final asistimos a una polifonía que cuenta la misma historia con distintas voces. Dos hijos tienen el encargo paterno de saldar una vieja deuda sin saber que se buscan mutuamente recorriendo rio abajo y rio arriba. Pero finalmente no se reconocen cuando vienen a coincidir cada uno en una orilla del mismo río. Hay que atreverse  a cruzar sus aguas para ver las cosas también del otro lado.

El sugerente Voltaire de Juan Mayorga