viernes. 19.04.2024

libLa literatura es una de esas artes extrañas capaces de herir y de sanar al mismo tiempo. A través de ella es posible el milagro de narrarse, de liberar la hiel para comenzar a curar, rompiendo de manera clara la maldición de la culpa heredada y del mal que inexorablemente permanece ligado a nosotros. La literatura redime, pero también ata, constriñe las emociones y las experiencias en esa cárcel negro sobre blanco que es tatuaje, tanto de lo vivido como de lo no vivido. Y todo ello, sin embargo, lo hace sobrevolando un inaprensible. Ese lugar inalcanzable es el núcleo y el motor de lo literario. Es un éter que se deshace al querer tocarlo, asirlo, explicarlo o apoderarse de él. Solo queda navegar por el fluido de melancolías que son las creaciones para comprobar que la clave está en saber acercarse, rozarlo con la yema de los dedos y dejarlo ir suavemente, destilando en cada palabra parte del misterio. Luciana Prodan, comenzando por el título de su obra, La perfecta casualidad de seguir con vida (Huso Editorial, 2020), demuestra que respira en ese tacto.

Existe, por otra parte, una crudeza notable en los temas de sus relatos, que van desde la pérdida a la locura, pasando por la enfermedad o el abuso, pero que se entreveran y dibujan junto a destellos de una ternura difícilmente clasificable. Es un ejercicio de calado profundo, natural y poderoso, como uno de esos encuentros que sin darnos cuenta nos acaban cambiando la vida. La frescura de la normalidad da paso, con la ligereza de un accidente doméstico, a la tragedia contenida o desatada, dependiendo del contexto. Hay un giro, un guiño, una frase esclarecedora que, como en los versos de Clarice Lispector, escuece cuando cierras los ojos. 

Del mismo modo, late en los relatos que nos ocupan una urgencia oculta por el vuelco emocional, un anhelo de traspasarnos como el rayo místico y doliente a santa Teresa de Jesús, pero que brota con un equilibrio austero y desasosegante. Es como contemplar el firmamento infinito en una noche estrellada de verano. El mapa no es el territorio de lo humano, sino un laberinto. Es decir, el infinito de la belleza desbordando nuestro ser, pero sometido al filo de una navaja. 

Luciana Prodan.El tempo expositivo que lo sustenta todo es pausado a veces, hiriente otras. La combinación es insuperable y perfecta. Concluimos la lectura de cada historia con el alma agarrada a las tripas por una razón muy sencilla. En esa carrera corta y medida que es el cuento existe siempre un punto de inflexión. Encontrarlo, descifrarlo o generarlo es privilegio de muy pocos, pero Luciana atesora ese poder bien amarrado a sus letras, como los dioses a Prometeo en su castigo eterno. Y conste que no es únicamente por el dominio de la arquitectura narrativa y la frase justa, el recurso adecuado, el artificio volatilizador de las paredes porosas del sentimiento o el despertar de las conciencias. No. Se trata, en realidad, del talento para provocar el poso severo, la herida cuya cicatriz arde a cada rato, la sangría sanadora y también vitalizante. Los relatos de Luciana Prodan son de una apariencia cotidiana, pero en ellos habita el abismo, el desgarro de un dolor inesperado. No soy el primero en señalar que si no duele en algún momento, no es literatura. Bien, aquí tenemos literatura a raudales. 

La fugacidad de los encuentros personales; los momentos que se escapan como el agua, pero arañando entre los dedos; los zarpazos de la familia, la condición, la maldad o la suerte que aquí se narran empujan a las personas sensibles (o taimadas) a recorrer, como en la realidad misma, el camino de baldosas amarillas de la existencia. Este libro, oscuro y luminoso a partes iguales, concurre por unas vías paralelas y comarcanas, es decir, por una fragilidad lacerante, pero necesaria construir fortalezas.

En las páginas que ahora abres, lector, arranca un verdadero viaje hacia el interior, pero también hacia lo más exterior que existe, la alteridad. Al igual que Ulises al partir de su Ítaca natal, no saldremos indemnes del recorrido. Es, quizá, la esencia de la catarsis. Son estas unas letras destinadas a convertirse en bisturí y bálsamo. Pocas cosas son más importantes que llamar a las puertas de la emoción. Déjense llevar por ella.   

Soñar por la herida