miércoles. 17.04.2024
Sisipo
El mito de Sísifo

Ulises u Odiseo es prácticamente sinónimo de astucia. Troya no hubiera caído sin la estratagema del famoso caballo donde se ocultaron los mejores guerreros griegos, quienes lograron traspasar unas murallas infranqueables gracias al concurso del engañado pueblo troyano, que consideraron al colosal equino de madera como un presente dejado por el enemigo al partir. Su sagacidad es legendaria y sólo Néstor logra homologarse alguna que otra vez en la Iliada. Su proverbial astucia es el hilo conductor de la Odisea. Los ardides de Ulises logran hacerle superar las peores adversidades, que ningún otro hubiera sabido sortear.

De casta le viene al galgo. Ulises tiene a quien parecerse. Pues los tragediógrafos le suponen hijo de Sísifo en sus devaneos con Anticlea, un idilio acontecido poco antes de que se casara esta con Laertes.  Comoquiera que sea, el fundador de Corinto se las ingenió para engañar una y otra vez a los dioses, lo que le granjeó la cólera de los más poderosos. Cuando le mandaron a Tanatos para que lo llevase al Hades, la muerte quedó desconcertada por el hecho de que Sísifo, en lugar de ponerse a temblar ante su fiero aspecto, le invitase a un irresistible ágape. Aprovechando ese desconcierto, Sísifo logró encerrar a la muerte y nadie murió el tiempo que duró ese cautiverio.

Sísifo también consigue volver al mundo de los vivos engañando a Hades, el custodio del inframundo y hermano de Zeus. El ardid en este caso es que debía volver para reprender a su esposa por no hacerle un funeral. Su cónyuge se había limitado a seguir sus instrucciones y se había inhibido de organizar las exequias. El propio Zeus resultó agraviado por Sísifo, al revelar este cuál era el camuflaje que había utilizado Zeus para llevar a cabo una de sus innumerables conquistas. Esto lo hizo por cierto para que Corinto tuviese un manantial y no para obtener un beneficio personal.

Nuestro destino es transitar el camino sin alcanzar necesariamente la meta. Burlarse de los poderosos y engañar con ingeniosos ardides a los embaucadores tampoco es baladí

Es bien conocido cuál fue su terrible castigo. Ciego, Sísifo debía subir una enorme piedra hasta lo alto de cierta montaña y, una vez en la cima, esa roca se deslizaba sola hasta el valle, desde donde tenía que subirla de nuevo para volver a empezar un ciclo infinito. Albert Camus en El mito de Sísifo lo ve como la representación más cabal del absurdo que caracteriza nuestra vida. Sin embargo, caben otras lecturas. Después de todo, el ser humano recorre a tientas la existencia y se plantea tareas titánicas que su fragilidad puede malograr. Pero lo que cuenta es la tentativa, el empeño por acometer algo que parece imposible.

Al ser mortales, otros recogen los frutos de nuestros empeños y pueden subir un poco más, aunque la escalada no culmine con resultados definitivos. Nuestro destino es transitar el camino sin alcanzar necesariamente la meta. Burlarse de los poderosos y engañar con ingeniosos ardides a los embaucadores tampoco es baladí. Enfrentarse a los reyes del Olimpo y del Averno, además de secuestrar a la propia Muerte no es un mal palmarés y más bien resulta ejemplar o cuando menos envidiable.

Quizá por eso Ulises decide regresar a Itaca, tras dos décadas de aventuras e infortunios. Y lo hace sabiendo renunciar a la portentosa tentación de hacerse inmortal conservando una eterna juventud. Hay que disfrutar de lo que nos ofrece la vida, intentando satisfacer nuestra infinita curiosidad y descubriendo lo que los demás pueden aportarnos. El horizonte de un punto final cuyo calendario desconócenos hace atractivo ese itinerario vital. Sin la muerte seríamos víctimas de un mortal aburrimiento y no sabríamos azuzar nuestro ingenio, al modo que nos muestran tanto Sísifo como Ulises. Ambos mitos nos invitan a intentar acometer lo imposible.

Sísifo y Ulises: mortalidad e ingenio