viernes. 29.03.2024
LECTURAS SUMERGIDAS | REVISTA LITERARIA

Siri Hustvedt, el destino fatal de las mujeres en el arte

Por Emma Rodríguez | ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? Es el célebre interrogante planteado por la teórica y crítica de arte Linda Nochlin, un interrogante que marcó un antes y un después en el devenir del arte hecho por mujeres.

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Fotografía de Siri Hustvedt © Marion Ettlinger

Consciente de los indudables logros del movimiento feminista, la escritora nos remite al pasado, pero también nos habla de un presente que no ha acabado de desprenderse de todas esas rémoras pese a la cada vez mayor presencia femenina en el panorama artístico

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | “Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando éstas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas”, leemos ya en el primer párrafo de “El mundo deslumbrante”, la última novela de Siri Hustvedt. No puede quedar más claro cuál es el punto de partida. La manera de expresarlo es, sin duda, provocadora, contundente, feroz, pero no se nos está diciendo nada que no sepamos. ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? es el célebre interrogante planteado por la teórica y crítica de arte Linda Nochlin, un interrogante que marcó un antes y un después en el devenir del arte hecho por mujeres, al poner de manifiesto, sin ambigüedades, hasta qué punto se ha dado a lo largo de la Historia una ocultación intencionada, una infravaloración consentida, por parte del discurso masculino del poder, de los códigos y estereotipos establecidos.

Ahí es donde se ha situado Siri Hustvedt para plantear el discurso de fondo de El mundo deslumbrante, título que toma de quien es la heroína de Harriet Burden, Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle, que vivió en el siglo XVII, fue autora de obras de poesía, narrativa y filosofía natural, pero no obtuvo más que la ignorancia de la sociedad de su tiempo, una sociedad que la consideraba una extravagante. Con ella, con su deseo de ser comprendida por la posteridad, se identifica la protagonista, que en un momento dado, se pone a citar con disgusto los nombres de otras creadoras que “el mundo había despreciado, suprimido u olvidado”. Así: Artemisia Gentileschi, “cuya mejor obra le fue atribuida a su padre”; Judith Leyster, “admirada en su día para luego ser borrada del mapa y atribuir sus cuadros a Frans Hals”; Camille Claudel, cuya reputación fue “devorada totalmente por la de Rodin” y Dora Maar, de la que Burden dice que su gran error fue “follarse a Picasso”, lo cual “eclipsó sus brillantes fotografías surrealistas”.

Aquí, un inciso para apuntar lo mal parado que sale en la novela el pintor malagueño, un genio que “se desayunaba a la gente cruda” y que disfrutaba torturando a las mujeres. “El Rey de la Confianza en Sí Mismo, un talento monumental, henchido de arrogancia, cuyos garabatos en las servilletas de un bar hoy valen más de lo que puedas ganar en toda la vida...”, escuchamos de boca del personaje del periodista Oswald Case, quien sostiene que el artista que no sea capaz de seducir a la gente no tiene la más mínima posibilidad”.

Consciente de los indudables logros del movimiento feminista, la escritora nos remite al pasado, pero también nos habla de un presente que no ha acabado de desprenderse de todas esas rémoras pese a la cada vez mayor presencia femenina en el panorama artístico, un presente en el que las presiones a las que se ven sometidas las mujeres siguen siendo llamativas. Y podemos hablar del ninguneo, de la condescendencia, de la catalogación de la obra como excesivamente sensible o sentimental. La prolongación de ese tan manido “los hombres no lloran”...

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