jueves. 28.03.2024

Hace pocos días llegaba a nuestros oídos una nueva teoría sobre la muerte del célebre artista holandés Van Gogh. Los reconocidos biógrafos Steven Naifeh y Gregory White ––ganadores de un premio Pulitzer en 1990–– publicaron a principios de octubre un estudio de más de mil páginas en el que repasaban diversos aspectos de la vida del pintor. Entre ellos, su relación con su hermano y otros famosos pintores de su época, pero también y sobre todo, las circunstancias polémicas de su muerte en 1890. Según ellos, el hombre ––que tenía poco más de 37 años–– no se habría suicidado como lo reconocen la mayoría de los expertos, sino que habría recibido un disparo accidental de un joven ebrio que veraneaba con frecuencia en las proximidades de Paris.

Ante los cambios que supone esta teoría, la mejor opción para todo admirador del pintor holandés es viajar a la ciudad en la que pasó los últimos 70 días de su vida: Auvers-sur-Oise, un pueblito de las afueras de París de poco más de 7000 habitantes, reconocido por ser un destino cultural y rural de gran interés. Ahí se puede reconstruir los momentos más tormentosos de una vida dedicada a la creación y al arte, y disfrutar de los paisajes que eternizaron muchos impresionistas como Daubigny.

 

Auvers-sur-Oise: el último refugio de Van Gogh

El 20 de mayo de 1890, Van Gogh llegaba al pueblito d´Auver-sur-Oise, deseoso de emprender una nueva fase creativa y contento de haber pasado tres días en Paris adonde pudo conocer a su sobrino recién nacido y hablar con algunos de los pintores más influyentes de la época (Camille Pissarro o Toulouse-Lautrec). ¿Quién hubiera dicho que Van Gogh había estado un mes antes en un manicomio tratando de resolver una de las peores crisis nerviosas de su corta existencia?

En el pueblo le recibió el médico Paul Gachet siguiendo las instrucciones del hermano de Vincent Van Gogh (que se preocupaba por su salud). El doctor enseguida se alegró de ver al pintor en un estado de alta motivación, le mostró su gusto por el arte de aquella época y le aconsejó que se entregara de lleno a lo que mejor sabía hacer: pintar. Después de instalarse en la pensión Ravoux, en la plaza del ayuntamiento, Vincent Van Gogh siguió al pie de la letra los consejos del médico: pintando 80 telas en los 70 días que vivió en la aldea.

Fueron quizás los setenta días más productivos del pintor holandés. Pero fueron también los últimos días de su vida. En sus telas aparecen los rostros y los paisajes más representativos del pueblito: la iglesia d´Auvers-sur-Oise, los cultivos, las flores, el viento, el médico y su hija, y muchos otros pueblerinos. Momentos y detalles eternizados en unos lienzos que también ilustran su lucha contra la soledad y la enfermedad.

 

La muerte de Van Gogh

En los setenta días que pasa el pintor holandés en Auvers-sur-oise, los ánimos van cambiando poco a poco. La euforia suscitada al principio por los nuevos paisajes y plasmada en las numerosas cartas que manda a su familia se mitiga. Se impone un tono de melancolía. Van Gogh recibe unas cartas preocupantes de su hermano que evocan las dificultades económicas que atraviesa. Se siente un peso para toda su familia y le avasalla la posibilidad de quedarse sin ayuda económica. Las obras de Van Gogh también se ven afectadas: desaparecen los cielos iluminados y prevalece la introspección. En los campos que retrata aparecen unos cuervos, señales de un malestar o de un insistente sentimiento de soledad.

Entonces, la enfermedad que parecía haber desaparecido volvió con más fuerza. El 27 de julio de 1890, Vincent Van Gogh se disparó en el pecho cuando se dedicaba supuestamente a pintar en el campo. No consiguió darse en el corazón y después del disparo emprendió el regreso a la pensión Ravoux en la que se hospedaba. El regreso no fue nada fácil. El hombre cayó tres veces en el camino y, cuando por fin alcanzó su habitación, se metió directamente en la cama sin pedir ayuda a nadie. Preocupándose por el prolongado silencio, el dueño de la pensión ––el señor Ravoux–– fue a su encuentro y lo encontró tumbado en la cama, pálido y ensangrentado. “Quise matarme ––dijo Van Gogh––. Pero fracasé”.

A los dos días, el célebre pintor murió como consecuencia de su herida. Las circunstancias de esa muerte oficial siguieron generando ruido, no tanto por sus implicaciones sobre el estado de Van Gogh sino más bien por los interrogantes que contiene esta trama. ¿Cómo pudo Vincent intentar suicidarse en un día normal de trabajo, delante de una obra en la que se había dedicado de lleno? ¿Dónde acabaron el arma y los materiales de pintura?

Estos misterios han llevado numerosas personas a dudar sobre el fin trágico. La reciente versión de Steven Naifeh y Gregory White sobre un posible incidente con un joven irreverente es una versión más. Ellos mismos lo admiten: su investigación se funda en la interpretación de entrevistas y circunstancias y, por eso, no puede considerarse como una explicación definitiva. Es, más que todo, la puerta abierta a muchas otras teorías. Nunca sabremos a ciencia cierta lo que ocurrió ese 27 de julio 1890 y, por eso, el enigma de Van Gogh sigue intacto.

Siguiendo los pasos de Van Gogh