viernes. 19.04.2024
capitan-lagarta

Habrá notado el lector que la palabra que encabeza el relato carga diéresis; sepa que ello no constituye error sino burdo artificio fonológico para etiquetar a quienes ejercen la llamada violencia de género. Sepa asimismo que no se pretende herir al bicho sino al maltratador: la sanguijuela no tiene culpa y da cien veces menos repelús. Aclarada la errata, veamos cómo son las sangüijuelas. Si alguien se siente reflejado en lo que sigue, marche ahora mismo de casa y busque cualquier agujero donde pueda vivir sin compañía. La sangüijuela parasita a su víctima controlando cualquier expresión de voluntad libre: ver, mirar, observar, oír, escuchar, hablar, callar, vestir, salir, entrar. A la sangüijuela siempre le dieron cuanto pedía al instante, fue educada en el consentimiento y ahora es extremadamente intolerante a la frustración: cuando no consigue lo que quiere, estalla en infantiles rabietas y pataletas, hasta que un día, sin querer, prueba la sangre... Después de cada agresión, la sangüijuela hará gala de húmedas explosiones emocionales de arrepentimiento: tras llamarle puta e inútil, tras cada mano de ostias, dirá quererla mucho y jurará, implorando de rodillas “no me dejes”, no volver a hacerlo nunca más. El capitán reta a los científicos a que analicen una gota de lágrima de sangüijuela, se la juega a que no tiene sal, a que es purita agua destilada. Entre sollozos dirá amar también a unos hijos que toda la vida despertarán aterrorizados al confundir entre sueños cualquier sonido que por su ritmo evoque tacones masculinos repicando en la acera de la calle, subiendo por las escaleras, parando en el descansillo a buscar las llaves, avanzando por el pasillo... La sangüijuela no está enferma, no está malita, es mala, sabe lo que hace. Es empática, todo el mundo debería ponerse en su lugar. No padeció calvario: ¿ejerce la violencia quien sabe precisamente de sus dolores? ¿sufrir un atraco lleva a cometerlo? Tampoco tiene problemas de alcohol: hay quien se lo va bebiendo todo para acabar de una vez, pero en silencio y sin joder a nadie en el camino. Es posesiva: su enorme crueldad aflora cuando la quieren dejar, “serás mía o de la tumba fría”. Se sabe inferior, por eso urde planes y actúa en la intimidad. Es cobarde porque primero mata con ensañamiento y luego se suicida cortando con la parte roma del cuchillo, la que no corta, en tocino que no sangra, y una vez muerta, se entrega a la Guardia Civil. Como no sirven cursos, ni pulseras gps, ni valen grillos ni cadenas ni grilletes, el capitán ordenaría prender y arrear cien latigazos y colgar después a secar del palo de mesana; pero como conoce que tal moda no se lleva, duerme tranquilo haciendo valer su derecho de imaginar el tormento con pelos y señales. Y en paz duerme también porque sabe que la vida por sí misma puede hacer justicia y cualquier día mientras la sangüijuela se afeita, por azar darle única oportunidad de redención: la vivencia en un sólo segundo de todo el daño causado, el sentir al verse ante el espejo metamorfoseada en persona, rehabilitada al fin, un dolor que de tan concentrado como el avecrem solo disolvería, ahora sí, y como dios manda, una vieja navaja barbera de Albacete. 

Sangüijuelas